Resulta impresionante observar la capacidad de anticipación que Ken Loach dispone para situar los temas de sus películas en el centro de la actualidad más ardiente. Este lúcido cineasta, comprometido con la realidad, crítico ante las desviaciones del sistema y sobrio en sus reflexiones, no duda en enfrentarse a los problemas actuales, gracias a la afilada pluma de su genial guionista, Paul Laverty. Y es una verdadera pena que el film de Ken Loach, autor del realismo social cinematográfico más audaz de los últimos tiempos, no esté aún en cartelera, dada la resonancia y correspondencia que presenta con las últimas noticias internacionales.
Bienvenidos al mundo de los agentes de las empresas de seguridad, o sea, los actuales mercenarios, de los innumerables conflictos internacionales. Un mundo poblado de malos y buenos, de vaqueros de gatillo fácil, en países en lucha contra dirigentes que en muchos casos, años o incluso meses antes, habían sido recibidos con honores por toda la comunidad internacional. Un cuerpo discreto, e interesado en seguir siéndolo, con plena inmunidad, como lo aseguraba la Ordenanza 17 en la guerra de Iraq, que publica beneficios multimillonarios en cada ejercicio de este proceso imparable de privatización de los guerras internacionales.
La barbarie no tiene fronteras. Aunque intentemos convencernos de que está muy lejos, la violencia puede llegar hasta nuestras casas porque no se sitúa a miles de kilómetros de nuestros civilizados países sino que reina en muchos de nosotros, nos acompaña y, en cualquier momento, puede invadir el lugar que habitamos. Cuando la justicia se conjuga con la venganza las consecuencias son imprevisibles.