RTVE, periodismo y tertulias

Publicado el 02 julio 2018 por Jcromero

Si mintieron y manipularon estando en el gobierno, harán lo mismo en la oposición. Las críticas del PP a la elección de la dirección interina de RTVE carecen de valor, pero el ciudadano, algo esperanzados en otras formas de hacer política, queda desconcertado ante este quilombo chusco, torpe e innecesario montando por PSOE y Podemos. No han entendido nada, afirman los trabajadores del ente publico; tienen razón. Algunas consideraciones: no puede ser tan difícil encontrar a periodistas independientes, con experiencia solvente de gestión en el sector y comprometidos con la radiotelevisión como servicio público; no puede ser tan complicado hacer partícipe de las negociaciones a las formaciones necesarias para sacar adelante una propuesta.

En todo caso, preferible los gobiernos obligados a negociar, hacer concesiones y pactar sus decisiones con otros. Y mientras nuestros representantes buscan el perfil necesario, escribiré sobre el periodismo de tertulia, si es que a eso se le puede llamar periodismo.

Sin periodismo no hay democracia; sin ciudadanos interesados y críticos, tampoco. El periodismo supone un ejercicio de honestidad intelectual que requiere: proceso de investigación, consulta de fuentes fiables, criba de datos y contraste de las distintas versiones, sin faltar el principio de contradicción, por aquello de que una cosa no puede ser cierta y falsa a la vez. Por otra parte, para que los profesionales del periodismo puedan ejercer sus funciones, es necesario disponer de medios de comunicación solventes, que estén a salvo de las amenazas del poder financiero y de las presiones del poder político -en el caso de la RTVE, sin presiones de los comisarios políticos de turno- porque cuando se producen injerencias de estos poderes, se pone en riesgo la libertad informativa y se devalúa la calidad democrática.

Uno de sus riesgos consiste en convertir la información y la opinión en espectáculo. Cuando el rigor se hace el harakiri, la información desaparece. La proliferación de contertulios que se dedican a opinar sobre cualquier asunto es un factor de riesgo. Me refiero al tertuliano profesional, a ese que aparece en distintos medios y a cualquier hora; a ese que, con su fluidez verbal trata de convencer a la audiencia de que él es modelo de racionalidad y profundidad analítica. Me refiero a quienes frente al socrático "sólo sé que no sé nada", contraponen el petulante "lo sé todo" y "estoy en posesión de la verdad". Cuando nos encontramos con uno de éstos, mejor desconectar, escuchar música, leer, pasear o hacer cualquier otra cosa antes que seguir atentos a esa pantalla.

En televisión y radio se emiten debates sobre la actualidad política. Estos programas responden a dos modelos. Uno de ellos se caracteriza por elegir a un grupo de tertulianos que se dan la razón unos a otros y siempre al partido X. Suele incluir a un contertulio discrepante, por aquello de la aparaciencia de neutralidad; eso sí, lo eligen poco combativo. El otro modelo no busca la unanimidad sino la controversia, la polémica, escenificar una contienda representativa de los partidos con mayor implantación en la política nacional. Tanto es así que a poco que abra la boca cada interviniente, resulta fácil identificarle con una determinada formación política. En ocasiones, suele aderezarse con algún no adscrito, también por aquello del que dirán. Este tipo de tertulia tiene una serie de reglas discursivas entre las que destacan: el griterío, los aspavientos, la interrupción constante, la reiteración de consignas partidarias y, siempre, las posiciones inamovibles de cada contertulio con sus particulares sesgos. Dicho de otra manera, mucho ruido y poca argumentación: no se trata de esclarecer, explicar o hacer comprender; todo se reduce a un combate para defender una determinada opción política y, sobre todo, mantener entretenida a la audiencia.

Entre los tertulianos también aparece el provocador; ese al que le pagan por soltar una barbaridad tras otra para que el espectáculo no decaiga, el que no le importa ser y aparentar ser el tonto útil de la empresa y del show. El espectador perplejo, que observa que se incita a la idiotez colectiva, reincide. En esa reincidencia está el negocio y una de las estrategias; el triunfo del share.

Buster Williams, Mark Gross, Patrice Rushen y Lenny White: