"Era rudo, pero no malintencionado. Chocar contra él era como hacerlo contra una pared. Fuerte, fibroso... Un roble", lo recordaba Raúl Emilio Bernao, compañero suyo durante seis años en Independiente. La definición se ajusta perfectamente al estilo de Hacha Brava, un back derecho que suplió sus dificultades técnicas con un celo en la marca que lo erigió en una muralla impasable para los delanteros.
Imponer respeto fue su fórmula de siempre en la última línea de Independiente, ya desde su debut, en 1954, con 21 años. Había llegado desde La Banda cuando tenía 15; con la camiseta roja lo aguardaban un horizonte prolongado y una identificación perdurable con el perfil del defensor fuerte, inexpugnable.