Año: 2015
Editorial: Diputación Provincial de Cádiz
Género: Relato
Valoración: Está bien
Volvemos a lo mismo. Vuelvo yo, claro, y el que lea esta reseña. Ya sabéis, lo del burro que coge la vereda y o se acaba él o se acaba la vereda. Estoy en racha de pescados y relatos. Porque en la obra que os traigo a continuación hay mucho de subacuático, como en mi anterior reseña de El pez volador. Aquí el pez individual se hace cardumen en el título y en el contenido, los relatos se transforman en multitud de diminutos pececitos de plata que pululan por el libro a su antojo, animales vivaces y esquivos al mismo tiempo. Tranquilos, no voy a hacer alarde de mis dotes de crítico experto en literatura comparada. No quiero sacar a pasear una prosa engolada o mi capacidad de convenceros de que Moby Dick (otro pedazo de pescado literario) está inspirada en la vida de Pavarotti que fue soñada por Melville. Podría, pero hoy no; hoy he venido para hablaros de estos, casi siempre, escuetos relatos de relucientes escamas, estos pececillos que por separado pueden parecer desamparados pero que juntos arman un conjunto que destaca por el tono de sus aleteos y por su caos ordenado.
Abandono la metáfora chusca y me centro en el libro: La locura de los peces. Como ya he apuntado, se trata de una recopilación de relatos; casi todos brevísimos, como un disparo que acierta más de lo que falla. Este tipo de estructura hace que no podamos pedir al libro esa permanencia que se le exige a las grandes historias y que debamos conformarnos con los chispazos de ingenio y belleza que contiene. No es que esto sea un gran inconveniente, esta lectura se puede disfrutar de muchas maneras, pero al terminarla uno añora dos cosas: algo más de conexión entre los textos que evite la sensación de reunión azarosa (a pesar de que hay algunos nexos internos, sobre todo personajes que se repiten y que se pierden al final de la obra) y algo más de peso, de sustancia literaria más allá de un interesante uso del lenguaje, cercano a lo poético, de la habilidad evidente para lo metafórico y del ingenio de algunos de los cortes que contiene esta obra. No soy enemigo de lo liviano; de hecho, libros como este permiten la lectura a saltos, acercarse a lo que contiene con placer, picotear un microrrelato aquí y una idea fascinante allá; pero por su misma idea germinal corren el peligro de caer en el olvido, al no ofrecer personajes sólidos ni historias capaces de marcarnos. Este es un riesgo que se asume y que no impide para nada divertirse con lo que se nos presenta, con este abigarrado cardumen de relatos de variadas personalidades, temas y tonos.
El recopilatorio se estructura en tres partes. La primera, El rapto de la libélula, donde abundan habitantes de mundos paralelos, presencias y ausencias ominosas sobre las que planea una amenaza difusa pero siempre presente. La mayoría de relatos se articulan en torno a escenas cotidianas que se exponen a través de un lenguaje desgarrado y poético, virulento a veces, incluso desagradable. Hallamos un hilo sutil que encadena los relatos: una palabra, una idea o un concepto que pasan de uno a otro para darles unidad. Lo que más sobresale en esta parte es la violencia soterrada, que nunca deja de ser profundamente humana, y que estalla en algunos momentos (Los dos idiotas, por ejemplo). También destaca la presencia de un erotismo perverso y desviado. Cercana al terror con tintes fantásticos, esta agrupación primera de relatos termina con uno de los pocos que tienen una longitud más extensa, Las noches blancas, que, a mi modo de ver, es como un compendio de lo visto hasta el momento y que se malogra por el exceso de retórica y un final algo tópico.
La segunda parte, Celdas abstrusas, nos ofrece otro puñado de relatos con la misma dinámica de brevedad y lenguaje lindando lo poético. Ahora los temas cambian y el autor se centra en la creación literaria, deja atrás el tono ominoso sin abandonar la fantasía latente y mantiene los juegos de estructuras y técnicas que ya apuntó en el primer tramo del libro. Se atreve aquí el narrador a añadir un ingrediente; la ciencia ficción hace acto de presencia para completar una especie de recorrido estilístico y temático por la literatura de género que nos presenta en socorridos frascos de esencias.
La última parte de la obra, La niña rosa, podríamos decir que es una reunión de historias con niños. El tono aquí pasa a ser -si nos fijamos un poco, pues son muchos los que Rojas emplea- de una ternura soterrada que sostiene una forma de mirar la infancia fresca, natural y reconfortante. Como apunté al principio, se pierden los nexos entre relatos y esto favorece la sensación de que no nos encontramos ante un todo coherente. En ocasiones parece que el autor se limita a tomar los textos que tenía guardados en el cajón y a acumularlos en este recopilatorio. No critico la calidad que por separado tienen, pero creo que el libro hubiera ganado bastante si se hubieran incluido menos relatos y se hubiera trabajado más la relación entre los mismos. También creo que hubiera sido recomendable algo de alternancia en la longitud de los cuentos, un par de ellos por sección con más desarrollo y trama aportarían ese asidero al lector para que su memoria se aferrara a lo narrado sin perder la frescura y la sorpresa que aportan los microrrelatos que son el tuétano de esta obra.
Me gustaría ver cómo son los peces futuros de Rubén Rojas. Este libro deja claro su dominio de lo fantástico, su habilidad para la metáfora y para adaptar un lenguaje limítrofe con lo poético a cualquier situación. Quiero comprobar cómo este autor se enfrenta a un texto más centrado en lo que cuenta y no en cómo lo cuenta. Hay una premonición en estos cuentos breves de lo que está por venir. Me tomo esta lectura como una presentación, como un ejercicio de estilo o una declaración de intenciones y espero que la buena literatura que se apunta en algunos relatos (Un murciélago para mí, La memoria inventada o Hechizo nocturno, por citar alguno de los que más me gustaron) siga cristalizando en futuras historias con un andamiaje más elaborado y atrevido. Con esta Locura de los peces, Rubén Rojas Yedra ya nos ha demostrado que puede, que sabe mucho de cómo vestir de domingo un texto. Estaremos atentos a qué es lo próximo que nos ofrece.
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