Las redes sociales han conseguido romper el monopolio de la información. Teniendo en cuenta que los medios tradicionales más que de comunicación actualmente son de propaganda, que “informan” en función de los intereses políticos y financieros de quienes los sostienen, las redes se han convertido en una necesaria vía alternativa para escapar de la manipulación.
Gracias a Internet en los últimos años han aparecido medios alternativos que procuran hacer periodismo independiente; obviamente de acuerdo a una ideología —eso de que el periodismo debe ser imparcial, limitarse a exponer hechos, es una tontería; el periodismo siempre tiene que cuestionar al poder y ser altavoz de quienes carecen de él—, lo que no es obstáculo para mantener la honestidad en la labor profesional. Sin la existencia de las redes sociales estos medios serían inviables.
El problema es el ruido. Y hay mucho, cada vez más.
Soy usuario activo de redes como Facebook y Twitter. Mientras que Facebook la utilizo fundamentalmente para difundir mi actividad literaria, Twitter es mi fuente principal de información para seguir la actualidad. Y no descubro nada extraordinario si confieso que últimamente lo que sobre todo saco de los paseos por mi time line es dolor de cabeza.
Porque en lo que se ha convertido Twitter básicamente es en una barra de bar repleta de borrachos que se desgañitan para demostrar que tienen la razón. Y si se te ocurre discrepar, por muy educado que uno sea, prepárate para el linchamiento. En Twitter hay bandos que se retroalimentan para radicalizar sus posiciones. El debate de ideas es imposible. O estás con unos o con otros; blanco o negro, los grises no existen.
Y da igual el tema sobre el que se trate. Cualquier chorrada es susceptible de generar un interminable intercambio de improperios.
Si eres feminista, tienes que reproducir todos los argumentos de las gurús tuiteras. Como se te ocurra cuestionar alguno de los mandamientos de la buena feminista, te crucifican. Si eres de izquierdas, tienes que ser marxista, leninista y estalinista y saberte al dedillo El capital. No se te ocurra dudar sobre las bondades de la URSS post II Guerra Mundial, porque automáticamente te conviertes en carne del fascismo. Por supuesto, sentir la mínima empatía por “el enemigo”, como llaman a cualquiera que no esté en su trinchera, te degrada a “progre”, si no directamente te transforma en nazi.
Lo mismo ocurre en el debate nacionalista. Para los independentistas catalanes que se han lanzado acríticamente en brazos del “procés” cualquiera que critique la manera como se está desarrollando el ídem pasa a ser incuestionablemente un facha adorador de la monarquía; mientras que para los nacionalistas españoles cualquiera que cuestione el status quo estatal y defienda la necesidad de acordar un referéndum es un secesionista amigo de los etarras.
Podría escribir un artículo eterno con cientos de ejemplos. El caso es que las redes sociales, y especialmente Twitter, donde el formato de mensajes cortos fomenta la contundencia en lugar del razonamiento, penalizan a quienes piensan por sí mismos. Se hace muy complicado mantener la independencia de pensamiento, sin sumisión a modas, ideologías de manual ni a corrientes de opinión mayoritarias.
Yo, porque soy un don nadie y lo que escriba apenas tiene repercusión, pero si tienes un número respetable de seguidores y se te ocurre opinar contracorriente, prepárate. Aun así, me lo pienso mucho antes de responder a según qué comentarios o entrar en determinadas discusiones. Más de una vez, con el mensaje ya escrito, he acabado por descartarlo.
No vale la pena. No, porque las redes son una olla de grillos donde nadie escucha al otro, así que es imposible cambiar de opinión, por mucho que los argumentos que te expongan sean lo más razonable que hayas leído en la vida. Es agotador, de forma que a menudo lo mejor para preservar la salud mental es salir de ahí, aunque te quedes con la desalentadora sensación de que no tenemos remedio.
Creo que en las redes todo se magnifica y que tendemos a utilizarlas como una vía de escape, de desahogo. Escribimos cosas que no diríamos en la vida real. Tampoco podemos tomar Twitter como una imagen fiel de lo que es la sociedad. Hay mucha gente que no es usuaria de las redes. En cualquier caso, resulta inquietante que, por mucho que en el mundo físico tendamos a mantener las formas, haya tanta gente monolítica y a la que le cuesta tan poco escupir odio, intolerancia, desprecio, rencor… en 140 caracteres.
Cierro con un par de ejemplos.
Estos últimos días se han extendido como la pólvora dos tuits protagonizados por dos personalidades de la vida pública: el periodista Jordi Évole y la política Inés Arrimadas. Ambos tienen decenas de miles de seguidores en Twitter.
Évole fue víctima de una broma de mal gusto por parte de Súmate, una entidad catalana de castellanohablantes independentistas. Le echan en cara su “equidistancia”; es decir, que no sea independentista. ¿Por qué? Porque es un personaje público que se atreve a posicionarse. Lleva mucho tiempo haciéndolo, pero esta vez el ataque del “processisme” ha sido más furibundo porque lo acusan de cobarde por no opinar sobre las informaciones “dudosas” que el medio para el que escribe, ‘El Periódico’, ha ido publicando en relación a los despreciables atentados que sufrió Catalunya el 17 de agosto.
Algo similar le ocurre a otro personaje, menos conocido, pero también del entorno cultural barcelonés, el escritor Javier Pérez Andújar. Hace unas semanas abrió cuenta en Twitter, y no se le ha ocurrido otra cosa que dedicarse a publicar mensajes irónicos respecto al “procés”, cosa que le ha costado el ciberacoso de la manada “processista” más ultra.
Quizás recordéis que fue el elegido por el Ayuntamiento de Barcelona como pregonero de las fiestas de la Mercè del año pasado, cosa que provocó que los independentistas más intolerantes (los hay, y bastantes; la intolerancia, como el fascismo, no son patrimonio de la ultraderecha española) organizasen un pregón alternativo protagonizado por el bufón oficial del “processisme”.
Respecto a Inés Arrimadas, portavoz de Ciudadanos en el Parlament, ayer escribió en Twitter que iba a denunciar a una usuaria de Facebook que le había deseado una violación en grupo por estar en contra de la independencia. Acompañaba el mensaje con una captura del repugnante texto de la idiota que había publicado semejante salvajada en su muro de Facebook.
Mensajes de odio como el dirigido a Arrimadas los reciben a diario cientos de mujeres anónimas, pero pasan desapercibidos. El tuit de la portavoz parlamentaria se viralizó en pocos minutos. Obviamente, recibió incontables muestras de apoyo. Hasta aquí todo normal. Pero me gustaría poner el foco en dos tipos de reacciones que proliferaron, más allá del comprensible mensaje solidario.
Por un lado tenemos a la jauría de descerebrados que se lanzaron en busca y captura de la palurda que se acababa de autolapidar. Aunque borró la publicación, en su muro brotaron montones de comentarios tan asquerosos como el que ella había escrito. Insultos de todo tipo, amenazas machistas, odio y bilis. A las pocas horas, la empresa para la que trabajaba hizo público un comunicado en el que anunciaba su despido.
En mi humilde opinión, Inés Arrimadas se equivocó al compartir la captura del mensaje sin ocultar la identidad de su autora. La pena que debiera cumplir por desear una violación en grupo a otra mujer debería determinarla un juez. Señalarla de esa manera, previendo lo que ocurriría a continuación, la exponía a la ira de la turba y a que le destrozaran la vida. No siento empatía alguna por quien desea violaciones, pero no sé si esa persona y su entorno familiar merecen semejante castigo.
En el otro lado de la balanza tenemos a quienes, lejos de empatizar con la víctima, reaccionaron minimizando el incidente o culpabilizando a Arrimadas por su denuncia pública, porque no es “de los suyos”, porque es “el enemigo”. Yo estoy muy lejos ideológicamente de lo que representa Inés Arrimadas, la derecha liberal nacionalista española, y me da igual si ella no ha salido en defensa de otras mujeres agredidas a través de las redes sociales. Si no lo ha hecho conscientemente, o si ha participado en ataques similares, me parece igual de repugnante que lo que ahora denuncia, pero yo nunca justificaré a quien desea la violación de una mujer, ni le quitaré importancia por el simple hecho de que la agredida “no sea de los míos”. Y no, eso no me va a convertir en carne de fascismo ni me va a acercar a sus posiciones ideológicas.
Yo tengo muy claro qué pienso y por qué lo pienso. Tengo muy claro en qué lado de la “trinchera” estoy y quiénes son mis enemigos. Pero, ante todo, tengo muy claro que soy un ser humano, y resulta preocupante la cantidad de gente que no sólo ha renunciado a la humanidad, sino que está dispuesta a pisotearla en base a no sé qué ideales de manual.
En fin, que me voy a tomar el aire, a ver si se me calma el dolor de cabeza.
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