Autor: Don DeLillo
Traducción: Gian CastelliEditorial: Austral Seix Barral (octubre 2011)Año de publicación: 1984Páginas: 431
Precio: 8,95 euros
¿Acaso no es la muerte la frontera que todos precisamos? ¿Acaso no es ella la que proporciona a la vida su preciosa textura y su sentido de la definición? Tienes que preguntarte hasta qué punto las cosas de esa vida poseerían belleza y significado alguno si no tuviéramos conciencia de una frontera, un confín o un límite final.Por fin me he atrevido a repetir con Don DeLillo, un autor que me dejó sin palabras con Punto Omega (de la que podéis leer la reseña que hice aquí), una de las mejores novelas que leí en 2012, y aunque, como me temía, Ruido de Fondo (que ganó el National Book Award en 1985) no me ha supuesto el impacto de esa primera lectura, me confirma que DeLillo va a ser sin duda uno de mis favoritos, uno de esos autores de los que voy a devorar todo lo que haya publicado. De nuevo, el relato es una mera excusa para poner de relieve ciertas ideas y cuestiones que han estado dándome vueltas a la cabeza durante días y días. En este caso, el tema central es el consumismo desatado de las sociedades occidentales (en concreto, de la norteamericana) y el miedo a la muerte vinculado a ese acumular posesiones que parece que por unos momentos nos concede un respiro sobre la idea de nuestra mortalidad: cuantos más productos acumulamos, menos indefensos nos sentimos ante la muerte, aunque también, cuanto más acumulamos, más miedo tenemos a perder nuestras posesiones y por tanto nuestra vida, la posesión más preciada de cada uno.
Ingeborg Morath. Sin título. (de la serie Máscara con Saul Steinberg), 1962
La acción transcurre en una pequeña población universitaria de EEUU, allí vive Jack Gladney, profesor universitario especializado en estudios sobre Hitler, junto a su cuarta mujer Babette y toda una tropa de hijos que ambos han aportado de matrimonios anteriores. Plenos de salud, satisfechos con ellos mismos y sus vidas, pasan el día recorriendo largos pasillos de supermercado, adquiriendo productos y más productos, latas y envases que luego consumirán en casa donde el televisor es el centro neurálgico de sus vidas, sin olvidar la radio, también encendida a todas horas para que nunca se apague ese ruido de fondo sin el que no parecen saber vivir. Esa aparente felicidad capitalista esconde un profundo y primigenio miedo a la muerte que ni Jack ni Babette saben enfrentar. El punto de inflexión llegará un día cuando un accidente provoca un escape tóxico a la atmósfera para el que no están preparados.
Ingeborg Morath. Las Vegas, Nevada, 1960
Aunque, por supuesto, la novela tiene argumento, este se supedita totalmente a las ideas que el autor nos quiere transmitir, y lo hace con imágenes muy potentes que se nos quedan grabadas en la retina: las hileras e hileras de estantes en enormes supermercados llenas de alimentos; la televisión y la radio continuamente encendidas en casa, alrededor de las que, como si se tratara de un ídolo, se reune toda la familia; la reverencia y a la vez temor ante los médicos que pueden con una sola palabra incrementar ese temor a la muerte; ese escape tóxico preludio de una catástrofe que un capitalista de clase media-alta no puede asumir, ni siquiera puede aceptar la idea de que algo así le pueda suceder a él, eso son cosas que les pasan a los demás, a los pobres, a los que no tienen su posición.Esas cosas le ocurren a la gente pobre que vive en zonas desprotegidas. La sociedad está organizada de tal modo que son los pobres y los analfabetos quienes sufren el impacto principal de las catástrofes naturales y artificiales. Son los habitantes de las zonas deprimidas quienes sufren las inundaciones, son los que viven en chabolas quienes soportan los huracanes y los tornados. Yo soy catedrático de Universidad. ¿Has visto alguna vez a un catedrático remando en un bote a lo largo de su propia calle cuando han salido inundaciones en televisión?
Ingeborg Morath. Nueva York, 1958. Clase de belleza en el Salón de Helena Rubinstein
Si algo me ha costado con esta novela, ha sido seleccionar solo algunos fragmentos, ya que la misma esta plagada de frases y pasajes realmente interesantes que dan que pensar. DeLillo nos confronta con nosotros mismos, con nuestra sociedad consumista y nuestros temores. Cierto es que estamos aún a años luz de la sociedad estadounidense, pero no es difícil sentirse identificado con ese ansia por comprar, como le sucede al protagonista tras un encuentro con una persona que no le cae muy bien, siente que necesita comprar y comprar casi sin importar el qué, tan solo para sentirse mejor. O ese miedo a la muerte tanto propia como de la pareja o de los seres queridos, ese miedo al vacío, a la nada, a la no existencia y a la pérdida de todo lo que es importante para nosotros. DeLillo nos pone un espejo ante nosotros, un espejo en el que no es fácil mirarse, por un lado, reconocemos esos vicios y temores en nosotros mismos, por otro, deseamos no ser como los Gladney, poner distancia entre nosotros y ellos.
Ingeborg Morath. Memphis, Tennessee, 1960
Tengo claro que ni es un libro que gustará a todos ni Don DeLillo es un autor con el que pueda disfrutar todo el mundo, definiría sus novelas como eminentemente intelectuales, en las que las ideas priman sobre la trama. De hecho, el suceso más relevante de la novela se da casi al principio de la misma, siendo uno de los capítulos más breves y no teniendo finalmente la relevancia que pueda parecer en un principio. Luego, la narración sigue en un discurrir lineal, casi monótono a veces. Y es que esa sería la mayor pega que le pondría a esta novela, que le sobran unas cuantas páginas, que DeLillo le da vueltas y vueltas a la misma idea, se vuelve redundante, que abusa de las conversaciones y pensamientos que nos llevan una y otra vez a lo mismo, con lo que puede resultar una lectura un tanto pesada, especialmente al final de la novela. A pesar de ello, ha sido un libro que no he podido soltar, que me ha tenido días y días rumiando sobre el consumismo y la muerte (quizá más sobre este segundo tema), la vida que llevamos y cómo nos engañamos a nosotros mismos tratando de pensar que no, que pese a vivir en una sociedad capitalista, somos diferentes, que a nosotros no nos pasa eso, cuando estamos inevitablemente inmersos en esa vorágine.
Ingeborg Morath. Nueva York, 1957. Una llama en Time Square
Sé que no tiene nada que ver con la entrada y que quizá sería mejor crear una específica para cosas personales, pero como sois unos cuantos los que me preguntáis de vez en cuando, quiero agradeceros el interés contándoos un poco cómo van las cosas. Todavía estamos esperando a Emma y es que no salgo de cuentas hasta el lunes 21 de enero, parece que la cosa va para largo porque no tiene pinta de que vaya a salir aún. Eso sí, en cuanto llegue, os lo contaré inmediatamente. Estoy nerviosa, cansada y con sentimientos encontrados, deseando que llegue ya aunque también con miedo de que llegue el momento, algo que me imagino que es normal. Así que, de momento, y aunque con el ritmo más relajado que estoy llevando en el blog de una entrada semanal, seguiré por aquí. Leer estoy leyendo muchísimo, de hecho, las entradas se me acumulan, pero es que el sueño y los nervios no me dejan concentrarme mucho más, ahora lo único que me apetece es leer y leer, y así abstraerme un poco de la espera. Muchísimas gracias a todos por pasaros por aquí y por interesaros por nosotras.