Dibujo: Slawek Gruca
La pértiga describe la locuacidad del ojo.
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El poeta es el cartógrafo del alma.
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El lector es el navegante de los mapas.
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El teólogo es un novelista del aire. Todos los feligreses son, en el fondo, teólogos amateurs.
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El escritor siempre fornica con su prosa.
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El naúfrago escribe monólogos de alga. El naúfrago es un invento de Viernes. El cielo es un libro para el que está solo.
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La fatalidad carece de efemérides. El azar escribe renglones torcidos para lectores perezosos.
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El maestro es un interiorista de almas, un escaparatista moral, uno que invita al festín de la vida.
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Lo dijo Shakespare o su negro: desconfía el viejo del joven porque ya lo fue.
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El pecador es el que oye que alguien le acusa de sus pecados.
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Cioran gemía, tumbado en su sofá, esperando que los lamentos le abriesen los poros y le entrara a tropel el conocimiento. Yo quiero ser Cioran. No ejercer ningún oficio. Ser un dios de mi pereza.
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Kim Novak apareció anoche en un tramo irrelevante de un sueño muy huidizo. Hoy me duele Kim Novak en los ojos y tengo la mirada como perdida y la cabeza a ratos me descabalga de la realidad y me empuja, alucinada, al sueño que no retuve.
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Todos estos años de cómplice matrimonio con el aire y cuesta todavía meterlo entero en el pecho y sentirlo estallarme dentro, preñarme dentro.
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Todos estos años de cómplice matrimonio con el aire y cuesta todavía meterlo todo en el pecho y sentirlo, jubiloso, estallarnos dentro.
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Puede suceder que en unos años la vida vaya en serio y tengamos que armanos finalmente de valor para andar con firmeza y no trabarnos el tiempo.
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Lo peor es perder tan miserablemente el tiempo y acabar descubriendo que hemos gastado los años y todavía nadie nos haya dicho qué bien planchada llevas el alma.
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A veces vivir conduce a irnos queriendo mucho, a entender los retos, a domiciliar en la memoria piezas de un sueño, historias recientes de amores imposibles y de pasiones evitables, desmayos a última hora de la tarde frente a un disco de Sarah Vaughan, besos muy logrados tras años de fatigado oficio.
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Todo el amor que yo puedo sentir cabe en un verso de Pessoa.
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En verdad fuimos hermosos, pero la belleza ya no es útil.
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Ha llegado la hora mineral, la gran hora sin maquinaria que somete el azar a un pulso siniestro, que comete imprudencias del tamaño de un corazón sin amarre, que escribe convulsos versos de amor con menuda caligrafía de principiante. Ha llegado el corazón más humano a conveniencia del que escribe, varado en la trágica evidencia de estar perdiendo la inspiración a medida que se acaba la batería del portátil.
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Donde la noche nos habita. donde las palabras declinan oscuros favores y erigen inmensos páramos, lugares para el abandono, jardínes que sólo holla el viento.
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Me encanta buscar en el diccionario el léxico de mi fracaso.
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Afuera todo se abisma y concluye. La fragilidad de las cosas. La posición de los astros.
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Triste andamiaje de los años, travesía sin término, espejo inocente, la herrumbre secreta, el insomnio tan urdido.
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Se nos va dejando morir tan impecablemente que tardamos una vida en advertir el engaño
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Los años ocultan siempre la verdad. Algunos la ocultan con más oficio. Otros no se manejan en estas frivolidades y se advierte la siniestra trama en los meses bisiestos.
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Bien está contar con un biógrafo propio, uno que constate el vértigo de haber vivido, uno que argumente la miseria y la gloria y dé crédito a los placeres depositados como memoria festiva, en su costra. Óxido en júbilo.
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El rojo se astilla en un trepidar de algas que galopan por el tacto luminoso de la luz: el poema esplende, purísimo, ajeno a las turbaciones del razonar calmado.
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Haber sido tantas cosas y no el que estabula tus sueños.
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Solo quien ama insoportablemente su cuerpo puede cultivar sin obstáculos su alma.
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La poesía es un sueño dentro de un sueño de un dios caprichoso y rudimentario. El poeta es el espectador de esa función inconcebible.
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Vasta, nocturna y honda, copula la luz con las horas.
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Algunos grumos del poema siguen conduciendo a Dios.
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Los años a lo que se inclinan es a negarme.
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Qué galope se oye. Silbo de poeta recién eyaculado.
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La noche se arquea como tigre. El tiempo se desdice como sombra.
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Tan gacela, hija mía, el tiempo en la almohada. Tan cabrona la cita, tan firme.
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Vivir con absoluto desparpajo. Vivir sin pudor. Vivir sin brida. Vivir a destajo y ufanos del derroche.
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El fotógrafo es una especie de entomólogo avaro y preciso que dispara el obturador y registra el mundo.
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Dejarse crucificar por el viento.
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Hay en algunos discos de Joe Pass una intimidad antológica. Se puede uno perder en el rasgueo de esa sabiduría privada. En ocasiones no sale uno en días. Días en los que no puedes confiarte a los demás ni puedes salvarte ni condenarte.
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El incrédulo que soy malogra el bendito crédulo que sería. Feliz, no obstante, en mi descreimiento, escuchando jazz, paseando parques, observando sin estridencia la sombra grata de mi decadencia.
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Lo pensé hace años y lo pienso ahora: la cultura es la mejor forma de administrar la soledad. Se podría vivir eternamente husmeando en lo que otros fabularon o crearon a beneficio de nuestro bienestar. Husmear como un acto delincuente casi. En entender el mundo, en construir una sólida urdimbre de causas y de principios uno puede emplear una vida y hasta entra en lo razonable que entenderlo enteramente (si es que esto puede ser posible) exija cierto abandono de la propia vida.
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El verbo entero es una impostura.
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Ojalá me hubiesen adiestrado en la pereza.
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No poseer otro cielo que el propio cuerpo. Otra religión que la vida. Sin apenas deseo de saber qué herida atroz nos destroza adentro. Y que se jodan todas las metafísicas.
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De todo hay tiempo en la vida. Hasta de morir a deshora.
*** A los relojes,devotos servidores del tiempo,el hombre dio vida:signo inequívoco de su inocencia.
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Hay vidas improbables que le tocan a uno en suerte o es una sola vida y su vértigo la multiplica. Duele siempre su conclusión. La noticia del cese. La evidencia notarial del acta que rigurosamente consigna la ebriedad de los días, ese dulzor incierto en los labios que nos escolta, ufanos, al sueño
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Vidas que son de otros. Sólo es nuestro lo que perdimos
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Los días persiguiéndose y la palabra empeñada en explicarme
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La caligrafía es siempre el cuerpo, su pulso herrumbrado, la sangre abolida. La caligrafìa es el corazón adolescente, la música que nos explica a los otros. Somos las palabras que alguien recita para contarse el mundo. Escribir es hacer alquimia con lo mirado. Leer es mirar el interior de las cosas.
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La luz codicia un extravío lentísimo de caballos en un sueño. La luz es uno de los jinete invisibles que cabalgan el sueño.
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Tampoco es a morir a lo que los ríos acuden al mar. No es el fin ni la distancia que cubren es el trayecto.
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El tren medita perderse en la distancia. El viajero no lo sabe. El poeta lo registra. El lector lo entiende.
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Al pecho nos lo acribillan las horas, el meticuloso y delincuente oficio del tiempo. El tiempo es un bicho cabrón, pero es el bicho cabrón que me ha elegido para contarlo. El tiempo es el que me arma. De tiempo estoy hecho, de dulce tiempo sin doctrina, de embriagador tiempo en la locura.
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La memoria acaba siempre por aturdirnos. Al mirar atrás, al pensar en los recuerdos, los cambiamos. El estado natural de conciencia es el olvido. Una especie de amnesia creativa. La literatura es un paisaje dentro de la memoria. Un campo de fresas para siempre.
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Arquero embriagado de dianas, el poema. Muda belleza, convulsa belleza, artera belleza.