Ruido de verbo II

Por Calvodemora

Dibujo: Slawek Gruca
Qué galope se oye: silbo de poeta ayuntando júbilos. Jinete en fuga hacia el interior de la carne. Estrellas de cien puntas estallando en las paredes más secretas del cosmos. El céfiro jaleando sílabas.
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El frío me azuza sus perros. El frío atonta mis vicios. Ha venido hoy de nuevo el otoño con su jauría triste de versos. Tengo el frío en el hueso como un verso de Bukowski en la misma ciudad de los pecados. Mañana volverá el verano. Se escuchará el metal hervir en la carne.
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Líbame un vértigo, amor, herrúmbrame un pétalo, turba mi hombría, ocúpame las manos, cuenta a quien acuda que el poeta en mitad de un endecasílabo perdió el numen. Se hundió en el corazón. Se quemó dentro. Avanzó en tinieblas. Labró un dios. Lo miró en detalle. Lo confinó en un sueño. Lo eligió su guía. Así es el amor, así su causa.
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El marxismo hace aguas por todos lados esta noche, oh esposa mía. No dejes que el marxismo te ponga triste esta noche, oh mi dulce amor de mayo secreto, déjate crucificar por el cosmos, acude a mí como un sacrificio, convídame a perder el juicio
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 Escribir fieramente como si no existiese otro oficio.
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Ser poeta para qué si T.S. Eliot murió solo sin que una sola línea suya lograra poner cerco a la muerte, brida al vasto olvido. Ser poeta, ser invisible, ser terco, ser frágil.
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A veces consiente una opulencia de olores la noche, oro suspendido en el aire, tristeza que de lejos anuncia la inútil contienda de los abrazos. A veces la noche es un rejería gótica en el camino de vuelta a casa.
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Los días fingen ser versos. La vida, literatura. Yo, uno que escribe. Uno sin pudor, elevado, asaetado por la palabra.
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Pienso en rosas, nubes tangibles de rosas. Ríos formidables de rosas. Espléndidas rosas. Como palabras abandonadas únicamente al fulgor severísimo de sus sílabas sin atender al cauce limpio que secretamente las navega. Pienso en el tiempo, en las horas que se precisaron para construir la rosa, la nube tangible de rosas en mi pensamiento, los ríos formidables, las espléndidas mareas de rosas que ahora mismo me ocupan ahora. Pienso en rosas, nubes tangibles de rosas. Ríos formidables de rosas. Espléndidas rosas. Una vez y otra vez. Las rosas, ah las tercas rosas. Dios detrás de la inmarcesible rosa. Milton fatigando jardínes ingleses. Mi madre, desde la ventana, pidiéndome que corte una. Lorca, desde la distancia, pidiéndome que no la desoiga. Las madres y Lorca. La rosa y Milton. Dios y un río formidable de pecados.
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Jadear en conciencia la gracia absoluta de la pereza. Aceptar el oficio de la pereza. Amarlo después, hacer justa propaganda, alardear en mitad del asedio del temblor que te ocupa.
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Hay una ebriedad invisible. La voz, trémula, percute el aire alucinado. Las palabras festejan la luz mordida, el eco frívolo, el tiempo tan breve. Se duelen, resaca adentro, rotas. Las palabras son una fisura interior, un desperfecto aireado.
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Qué almíbar en la sangre. Qué gozo sin epidermis. Qué vertirse sin propósito.   ***
Amantes en ardentía, en palmario gozo, en secreta muerte, invulnerables y dioses.
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Anochece en el azucarero. Taconea, pasillo abajo, la tristeza. Se ven tan poca cosa sus perritos que, a la luz de las linternas, parecen algas.
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El secreto donde aguarda es en la sílaba más oscura. Aire que herido a lo lejos pulsa la luz con su música ebria de fatigar los cuerpos. El amor se presiente y amar se deja y en el abrazo muere.
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Arde lo que importa. Ceniza de las horas.
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Las avenidas en Hollywood, de noche, siempre conducen a un desvarío. Las piscinas, en Hollywood, piensan en Burt Lancaster. Hollywood es el mapa del siglo veinte. Los nadadores piensan en Burt Lancaster cada vez que dan una brazada.
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Me conformo con saber qué pierdo.
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Oh alta torre, ah quebranto, tú, la fe, la insondable, la que conduces al rebaño, la que lo asistes en la tormenta, la que lo abandonas en la tormenta, la que sueñas la tormenta, la que limpies el cielo de las nubes toscas, la que cumples el sino de los dioses cómplices