Rumbo al sur – @reinaamora

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Desde que tengo uso de razón he dedicado mi vida a la búsqueda de sensaciones, a intentar traspasar cualquier límite que se me presentara en el camino. Y, ¿por qué? Pues, simplemente porque estaban ahí, por el mero placer de ver si era capaz de superarlos.

Nunca fui amiga de convencionalismos, la senda a seguir siempre se la traza uno mismo. Cada cual marca los tempos de sus sentimientos, de sus sensaciones,  y se deja dominar por lo que quiere o no se deja dominar por nada. Alma errante de día y rebelde de noche, no acepto motivos, ni propios ni ajenos. Elegimos amarnos porque matarnos es demasiado rápido y fácil, pero me siento morir al consumir en nicotina las horas que no me concedo. Robárselas al tiempo es la única opción que me queda, pero no es robar cuando te abres las puertas de tu propio ser a ti misma…

Vaivenes de ánimos quebrados, alzados sobre colinas en hundimiento. Sólo quiero atraparlos para traerlos de nuevo al sueño que una vez nos cautivó.

Las calles me tragan, como cada noche, al venderme al mejor postor y ¡cómo lo detesto! Cuando desapareció de mi vida comencé a jugarme el corazón a cara o cruz, esencia de tahúr que se lo juega todo a doble o nada sin saber con certeza el devenir de su apuesta, pero acostumbrarme a sus silencios fue lo peor.

Aún recuerdo cuando, furtiva, me colaba entre sus manos, era imposible no hacerlo. Me susurraba al oído y las puertas de lo eterno se perdían en el viejo y agotado tiempo. Mereció la pena, a pesar de todo juro que la mereció. Sus caricias, sus palabras, sus miradas, su magia de chamán, sus locuras a caballo entre fosas de oro y tumbas de sal. Si no quería que lo quisiera, ¿por qué no me dijo que me quería? Hubiera sido todo tan fácil… Lo habría olvidado al instante, pero no, él no era así, no jugaba con las reglas habituales. Engañar a un tramposo sólo es posible si le dices la verdad.

¿Cuánto tiempo seguiré esperándolo? No le encuentro sentido a esta espera y, sin embargo, espero. Lo espero cada noche huyendo de la nostalgia que me produce su ausencia, enjaulada como un animal, recordando mi placer entre sus dedos. Le regalé una fiera que sólo él supo domar, nadie más la tuvo, nadie más hubiera podido doblegar mi voluntad. Navegaba como velero por el océano de mis incertidumbres, como lobo de mar que habla la lengua de las sirenas y es inmune a su cantar. Quizá por eso nunca necesitó hablar para hacerme sentir, todo lo mostraba su mirada.

No fue el más guapo, ni siquiera fue el mejor amante, pero siempre fue el más deseado y, aún hoy, maldito sea por ello, lo sigue siendo. Era más rebelde que yo, y asediaba, con su verbo canalla, a cualquier mujer que se le cruzara. No era como los otros, era descarado, sinvergüenza y no le importaban los demás. Ningún otro infierno terrenal me habría provocado más ansias de pecar.

Jamás imaginé que pudiera influir en mí de esta manera, si me lo hubieran dicho antes de conocerlo, me hubiera reído a carcajadas, pero es curioso cómo al destino le gusta jugar. Me provocaba esas ganas de fundir todos mis yo en un solo beso, a ser la cuchilla y sangre que caía de sus versos al rasgar sus labios y, al escucharlo, no eran esas palabras suyas en lo que pensaba, pensaba en él. Robaba mis horas de imaginación y me sorprendía a mí misma dándome placer gritando su nombre…¿Por qué él? ¿Qué diablos tenía?

Creo que siempre lo amé, desde que se cruzó en mi camino. Podía hacerle el amor y follármelo a la vez, noches de locura y lujuria que hacían aflorar todos mis vicios. Consiguió convertir un “nosotros” en mi pecado favorito. Siempre me gustó jugar a provocar y sentirme reina y dueña, y él jugaba de la misma manera. Nunca me atreví a confesarle lo mucho que me gustaba perder toda razón en ese juego tan real, tan de verdad. Si alguna vez hubo un dios, había dejado de escucharme, se había encelado del mismísimo Diablo. No sabía si odiarle a él o a mí misma por la facilidad con la que me excitaba cuando sus palabras acariciaban y erizaban mi piel.

Cuando no quedaba en este mundo nada que me divirtiera, llegó él dibujándome sonrisas, pero cuando se marchaba y lo veía alejarse de espaldas, algo por dentro se me rompía. No podía permitirme a mí misma que no volviera, pero por suerte siempre lo hacía. Quería sufrir cuando no lo tenía; quería las cicatrices que dejaba su sexo cuando me corría. Era mío, sólo mío, para siempre…un siempre efímero, y yo era suya, en este mundo y en cualquiera de los que dibujaba para mí. Me encantaba cuando mentía, ambos sabíamos que no me engañaba, pero él se divertía. Mostraba su sonrisa colmillera de canalla y yo me deshacía. Era imposible que lo amase más, y de nuevo me demostró que me equivocaba cuando imaginé su cuerpo desnudo entrando en mí…

……………………..

1- Una noche de luna llena en algún lugar del sur.

Me apoyé en sus piernas. Estábamos en la barra y, entre cervezas, un huracán de palabras llenaba la taberna, buscando, ansiando y deseando encontrar ese paraíso en el que hacerme reventar. Mientras durase el empeño, la escena de un autor erótico seguiría pintando cuadros en paredes de papel.
Todo fluía, silbaba la melodía a través de esos labios que sólo pensaba en besar. Aun sabiendo que no debía, lo besé, no pude aguantar más…Lo quería en aquel instante y lugar. No me importaba que mirasen, de hecho deseaba que lo hicieran. Deseaba que todas vieran que era mío, que las páginas que le quedaban por escribir las dibujaría todas para mí. Me excitaba saber que ese cabrón inmaduro y canalla, con toda su melancolía, me pertenecía.

-Tenías ganas de verme, te lo noto -me dijo con su contagiosa sonrisa.
-Tengo ganas de que no vuelvas a marcharte -respondí.

Sonrió. Sabía que iba a hacer algo que me erizase la piel, pero, como siempre, no sabía qué. No quería permitírselo, pero tampoco podía impedírselo. Me giró para ver mi espalda desnuda, había elegido el vestido de alta provocación, mi preferido, quería que se le tensara el alma nada más verme. No esperaba que en público empezara a besarme la espalda y bajar por ella jugando con su lengua, me descolocó. Ahogué un suspiro de placer y cerré los ojos. Mmmm hubiera dejado que me follara allí mismo y mi morbo aumentaba imaginando la escena, con toda la taberna mirando cómo sus embestidas salvajes acababan dentro de mí.

Le agarré la mano y nos fuimos, su tacto áspero aumentaba mi ansia, un deseo extraño que mezclaba amor y lujuria. La noche nos envolvía camino de aquel mar azul que reflejaba una impresionante luna llena. Paramos en un banco del paseo marítimo y todavía no me había sentado cuando se abalanzó sobre mí robándome el aliento con su boca. Me agarró del pelo y, con fuerza, tiró de mi cabeza hacia atrás dejando expuesto mi cuello. Lo deseaba y sabía que era suyo, que toda yo era suya como una gacela que se abandona cuando la atrapa un león. Pero aun así, le agarraba los brazos con fuerza…Esa noche no iba a irse, esa noche no. Quería sentir al joven que intenta seducir a la mujer mayor; quería sentir al hombre que enamora a la jovencita tímida e inexperta; quería sentir la pasión que quema cuando dos animales en celo se encuentran.

Quería sentir el sur en su boca, en su cuerpo, en cómo me desnudaba con sus manos y sus verbos, en cómo mordía mi cuello y mis labios, en su sexo…
Metió sus manos bajo mi vestido y encontró mis pechos. Los tocaba con ganas, con ansia y placer. Mis pezones hacía una vida que lo esperaban y él los lamía con su lengua ágil y los mordía sin compasión, sin pedir permiso, porque le pertenecían. Me tenía en ese punto donde el dolor se funde con el placer y el muy cabrón lo sabía, me leía cualquier deseo o intención.

Una familia que paseaba por el paseo marítimo hizo que parásemos. Encendió un cigarro y me lo pasó. Conseguía hasta que me apeteciera fumar antes de follar, en vez de después como es habitual. Lo observé un instante en silencio, mirando ese halo de melancolía que desprendía bajo su coraza de seguridad, y lo entendía, de algún modo lo entendía porque de alguna manera me pasaba igual.
Al terminar el cigarro fuimos hacia la playa, buscamos un lugar tranquilo y nos sentamos en la arena mirando el mar. Se escuchaba el suave romper de las olas en la orilla. Me cogió la cara entre sus manos y me besó, un beso suave, dulce y largo. Su lengua acariciaba el interior de mi boca con ternura y, a la vez, con desesperación. Yo lo notaba y no podía contener pequeños gemidos que salían desde el fondo de mi ser. Se sentó detrás mío, apoyando yo mi espalda contra su pecho y me bajo el vestido hasta la cintura liberando mis excitados pechos. Me los tocaba y apretaba con fuerza mientras me lamía y mordía el cuello. Notaba cómo algo se endurecía a mi espalda y cómo empezaba a mojarme entera sin poderlo remediar. Metió la mano bajo el vestido provocador y también lo notó.

Apretó mi mejilla contra la arena porque sabía que me gustaba así, duro.
Me arrancó las bragas de un tirón y, con toda la palma de su áspera mano, empezó a frotar mi sexo cada vez más lubricado. Jugaba con mi clítoris volviéndome loca de placer, si hubiera seguido más rato así, me hubiera corrido al momento, pero de repente paró y con un golpe de vista me indicó lo que quería. Le desabroché el pantalón y salió su verga erecta como un resorte, llorosa y deseosa de ser devorada. Ni me lo pensé, me la metí en la boca hasta la base. Él gemía al notar mi lengua jugando en su punta, bajando por el tronco venoso hasta sus huevos, que también devoré. No podía parar, no quería parar… Luego lo hizo él, pero yo no aguanté. Fue el primero de mis orgasmos aquella noche, su lengua, puso destino sur y logró arquear mi espalda mientras yo me deshacía en su boca… Aquella dulce y tentadora boca que tan bien sentaba a mi sexo, a mi alma.

Follamos como animales, la luna era nuestra aliada. Me penetró de todas las formas que se nos ocurrieron. Yo cabalgaba encima de él sin importar si alguien nos estaba viendo. No quería que saliera de mí y no quería que acabara en otro sitio que no fuera dentro. Deseaba tener toda su esencia en el fondo de mi ser. Nos corrimos a la vez, mirándonos a los ojos llenos de vicio cómplice. Notaba sus pálpitos dentro mientras me recostaba en su pecho y una sensación de plenitud se apoderó de los dos. El norte en el sur en una noche de luna llena…Jamás lo olvidaré.

Era imposible no amarlo, a él, a sus palabras, a su sexo.

Nos abrazamos bajo las estrellas que acompañaban a nuestra amiga lunera, ya cómplice de nuestro deseo. Podría haberme quedado a vivir en aquella playa del sur para siempre, entre sus caricias y el perfume clandestino todavía en nuestros dedos.

Y al final, el silencio…No me quedó nada más por decirle.

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