Las guerras no cesan, como tampoco las justificaciones. En cada bando hay razones para atacar y también razones para convertir la defensa en una estrategia de ataque. Los que protagonizan el conflicto disfrutan de la ilusión de un botín, hacia allí miran, sin que la mirada caiga en el trayecto sobre las vidas que van diezmando: no se gana una guerra con sensibilidad, no se disfruta del botín si no ha costado.
Que no nos deje de asombrar la guerra y sus justificaciones, pues si un día nos levantamos de la cama y a través de las ventanas vemos misiles diezmando vidas y no sentimos el dolor de aquellos que pierden familias y pertenencias, entonces ya estamos listos para fabricar o justificar guerras.
Cada vez que rumores de guerra soplan desde otros suelos escucho discursos que siguen asombrándome tanto como las guerras, las justificaciones y los rumores. Y ya no los escucho entre las fronteras de los templos fundamentalistas de cualquier religión, es que hace muchos años dejé de castigar la bendición de mi humanidad sometiéndola a sentarse en los banquillos reservados para los engranajes que dan vida a sistemas opresores; escucho los discursos en la calle, conversaciones en autobuses, autos por puestos, en las plazas, en los supermercados. Dicen muchos que “los rumores de guerra” son señales de un fin de mundo que dará paso a una nueva era, que les aguarda un cielo y una vida eterna “más allá del sol”, los observo emocionados, agradeciendo a lo que han considerado “dios” por la bondad de acelerar el cumplimiento de las señales, dicen repudiar la guerra, pero alaban al dios que tomó la guerra como señal de su existencia y de su fidelidad.
¿Señal de vida de un dios y de su fidelidad? Yo creo más bien que tanto la guerra como las justificaciones, y esos discursos, son señales de la muerte del hombre y su infidelidad a la vida.
Pero no sólo justifican la guerra los religiosos fundamentalistas, también el político que ve en ella un símbolo para aventajar su posición, el racista para justificar su odio, los gobiernos que mediante la alianza a alguno de los bandos sacan su “tajada” del negocio de la guerra.
Un proverbio acogido por la tradición cristiana dice que “sobre toda cosa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida”, mana la vida y la muerte, esa es la verdad. Tal vez un pronunciamiento no va a cambiar la guerra en el Medio Oriente o en cualquier otra región en donde las guerras no se juegan con misiles, pero dará señales de vida, será un bombeo de vida desde el corazón de la misma tierra y sus sociedades, apuntará a la construcción de un mejor hombre y una mejor mujer, y en suma, una mejor sociedad. El maestro que todos los días es visto por docenas de niños en un salón puede cambiar la guerra, prevenirla, brindar la oportunidad de un mejor mañana; el ingeniero que tiene bajo su cargo una cuadrilla de obreros puede influir sobre la consciencia de los que caminan junto a él; el obrero que mientras asfalta carreteras puede fabricar “rumores de paz”, también estará asfaltando el futuro; el padre, aunque lejos de casa y restringido, en cada visita puede despertar la consciencia social de los hijos. La madre en el hogar, todos en suma podemos generar un cambio, y si es utópico entonces soñemos como ilusos a través del esfuerzo así resulte infructífero. ¿No sueñan aquellos con un cielo que sólo se hará posible después que el mundo que habitamos sea destruido por nosotros mismos?
Rumoremos la paz, el bienestar, el renacimiento, rumoremos con nuestras sonrisas, con nuestras enseñanzas, con nuestras críticas, prediquemos con nuestros actos dejando que resplandezca la verdadera humanidad, la de las virtudes, la de la esperanza, la humanidad que se reconoce a sí misma como una sola. En nuestro radio de acción, en nuestro perímetro, en nuestro barrio, tal vez un día tus esfuerzos y los míos se encuentren, quizás mañana ante el mínimo rumor de guerra una mayoría se deje sentir y haga escuchar su canto de paz, neutralizando las pretensiones de los que sigan creyéndose en ventaja, y si nos equivocamos, si nada llegara a cambiar al menos habremos dejado señales de vida, dejaremos un mensaje: en el siglo que presenció nuestra existencia hubo vida y ganas de vivir.