Revista América Latina

Rusia, día 25: ¿Y ahora qué haremos con nuestras vidas? ¡Ah! Sí, ganó Francia

Publicado el 15 julio 2018 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Por segunda vez, Francia jugó al futbol y no se ocultó detrás de la línea Maginot. Por segunda vez, fue bello ver a les bleus. Por segunda vez, levantan la Copa del Mundo. Por tercera vez, el pobre Mandzukic marca en tres finales, y pierde cada una de ellas. Ahí están Griezman, por fin campeón de algo que implique jugar una final de verdad, y ganarla. Ahí está Pogba, sin gota de brillo en el Manchester, anotando en la final de un Mundial. Ahí está Matuidi, segunda línea del Juventus y campeón del mundo. Ahí está Giroud, el bulto, el de los goles bellos, si no, mejor no marcar. Ahí está Dembelé, sentado en el banco porque así luce mejor. Varane, Umtiti, la pareja de rivales, los defensas salvadores. Pavard. ¿Quién carajo es Pavard? Da igual, pedazo de gol que le clavó a Argentina. ¿Lloris? Un puto Dios. Solo los dioses saben cuándo equivocarse; hoy no había lugar para errores groseros y ahí va él y se gasta la cagada de la vida. Y el VAR, la federación del fútbol francés se deshará en elogios con el VAR. ¿Y Deschamps? La cobardía, el miedo, todos atrás, ya caerá el gol. Eso a Argentina no le funcionó en 2014. Y llega Francia y le dice, “tenías razón, era así, trancarse y dejarle el fútbol a los que saben delante”.

Pobre Croacia. Con su mantel de restaurante de tercera categoría jugando una final del Mundial de fútbol. Qué mierda esa FIFA al darle un premio de consolación a Modric cuando Mbappé debió ganar el mejor jugar del Mundial. Pobre Croacia, que dentro de poco tendrá en Zagreb (¿vieron? conozco la capital de Croacia) una estatua de Modric, Subasic, Rakitic, Mandzukic, Perisic, Lovren, Vida. Y en una esquina, Davor Suker con una sonrisa. ¿Por qué uno prefiere a los underdogs,  a los equipos más débiles? Supongo que el fútbol nos ha enseñado eso, a hinchar por lo perdedores. Seguir a quien menos posibilidades tiene. Las alegrías son mayores cuando la amargura está ahí todo el tiempo. Peor cuando es cada cuatro años. Cuatro años. Dios. ¿Qué voy a hacer con mi vida?

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