Así son las cosas.
Con una China que apuesta fuerte y unos EEUU acogotado como fiera acorralada al presenciar casi impotente como le comen el terreno, la Novorossiya no duda en intervenir en Siria para apuntalar a un asesino de masas como Bashar al-Asad, bombardear las posiciones no sólo de ISIS sino también del resto de grupos rebeldes y violar el espacio aéreo turco. Cosas del mal tiempo. No podemos quitar la vista tampoco del proyecto de Unión Euroasiática con sus amigos de Bielorrusia y Kazajstán, reminiscencia de la URSS que el presidente de Rusia se empeña en bañar con el brillo de una nueva potencia que emerge de las ruinas del mayor experimento social de todos los tiempos. Lo que nos revela una realidad que las excentricidades europeas han mantenido ocultas: Rusia aspira a la hegemonía, y si no ha actuado aún con la contundencia que se le supone, es únicamente por incapacidad, no por falta de deseo. Y esto no va a cambiar. El topicazo de al mal tiempo buena cara puede convertirse en el espaldarazo definitivo para abrazar la real politik y tratar de entenderse con esta impetuosa nación. O para ponerle los puntos sobre las íes. Lo que toque antes.
Lo que es indudable es que el pataleo ruso hace temblar la esfera internacional y hace estallar roles que en el fondo siempre nos han incomodado, como el control yanqui hacia toda Europa o la hegemonía alemana sobre la Unión. En esas grietas se halla una oportunidad para otras naciones que, como Rusia, están hasta las narices de ser el aliado bobalicón en gestas que ni le interesan y que tienen que poner la otra mejilla cuando otras potencias, esgrimiendo su supuesta superioridad en cuestiones económicas, culturales, jurídicas o políticas, vienen a decirles qué hacer y cómo vivir sus vidas. Puede, y sólo puede, que a la larga acabemos enfrentados de una forma u otra con el oso ruso. Pero hoy, ahora, el terremoto que ha provocado nos brinda una oportunidad. Y no vamos a ser tan estúpidos como para desaprovecharla.
Pablo Gea Congosto