Había tenido un día de mierda en el trabajo y, para variar, acababa de discutir con una especie de pseudonovio que tenia por aquel entonces.
Teóricamente tenía que ir al concierto para hacer las fotos, pero me debatía entre entrar a la Sala Apolo o irme a casa y enterrarme debajo del nórdico. Justo entonces recibo un mensaje de David diciéndome que ya está dentro. ¡Pues vamos para allá!
A penas nos saludamos que ya empieza el concierto. Dejo mi mochila en el suelo y no puedo hacer otra cosa que dejarme llevar a través de los paisajes sonoros de Russian Circles.
La banda apenas descansa entre tema y tema, cosa que me facilita la entrada a su universo. Me facilita el dejar de pensar, de sentirme mal. De golpe, todo eso ha dejado de tener importancia. Viajo a través de la melodía y del ruido, de la luz y de la oscuridad. Y vibro.
Durante la siguiente hora y media, David y yo no hablamos. Ni tan siquiera nos miramos. Me pregunto en qué planeta estará él. La banda ha venido a presentar su nuevo trabajo titulado Empros y, si el disco ya me había cautivado, el directo se me muestra como una experiencia terapéutica, casi meditativa.
Hace unas semanas volvieron a la ciudad ¿cómo iba a perdérmelo? Desde la mañana andaba ilusionadísima hablándole maravillas a Edu sobre como suenan Russian Circles en directo.
La sala está abarrotada de gente que se empuja por estar en las primeras filas. Prefiero irme para el fondo de la sala, donde aún hay algo de espacio para respirar. La atmósfera mágica se rompe pronto: una vez hemos acabado situándonos al lado del pesado de turno, uno de esos a los que les gusta retransmitir el concierto a sus amigotes, como si estos fueran ciegos y sordos. No importa. Por suerte, hoy no necesito tanto para poder disfrutar de su música. Y no me decepcionan.
Como toda buena velada que empieza en el Apolo, la noche acaba en Pizza Torre hablando con mis amigos sobre conciertos, anécdotas del pasado y, por supuesto, vídeos de Youtube.