Celebrando una Semana Santa sin parangón, con procesiones bendecidas por el Sol y cerúleos cielos despejados, me he unido a este señalado festejo y he dejado mi huella viajera en las norteñas tierras del País Vasco.
Comienza mi travesía en Bilbao. Reconocida como villa en el año 1300, esta localidad de egregios orígenes portuarios y lengua euskera (de más que probable cuna indoeuropea), consta de 1.000.000 de habitantes. Las calles que recorro parecen, para mi sorpresa, desérticos páramos, como secuela de un inexplicable éxodo humanitario.
Incluso los coches parecen circular a velocidad de moviola. Todo está limpio y ordenado, diseñado de tal manera que se funde en nuestra retina la sensación de la pulcritud de líneas y armonía.
Los elegantes letreros de fondo azul que anuncian los nombres de las calles convergen obedientes a esa directriz de precisión y gusto selecto. Son grandes y “pomposos”, facilitan la movilidad por la ciudad. De camino a la orgullosa Gran Vía D.Diego López de Haro (fundador de la ciudad), va calando en mí la belleza inveterada de los edificios monumentales que me salen al paso, como la descollante y singular sede del gobierno central; una exquisitez arquitectónica de estilo flamenco perteneciente a la poderosa familia Chavarri.
En ocasiones me topo con extrañas entradas subterráneas con forma de futurista cuello de gusano transparente. Son los “Fosteritos”, o sea, los peculiares accesos al metro bilbaíno, diseñados por Norman Foster. Son envaradas las fachadas de los edificios soberbios que se erigen en esta arteria principal de Bilbao, la Gran Vía de Diego López de Haro. Su efigie corona un altísimo pináculo a breve distancia de la llamativa estación de trenes.
Mi cámara se queda como enamoriscada de inmediato cuando desemboco ante las anchuras generosas de la ría del Nervión o de Bilbao; un inabarcable cauce surcado de puentes plagados de fotogenia. Pero ya que hablamos de fotogenia, si la luz acompaña, es un enclave idóneo para retratar la faz de la ciudad el mirador de Archanda.MIRADOR DE ARCHANDA
Concluyo esta primera etapa ante la magnífica catedral de Santiago (S.XIV). Me sorprende gratamente, pese a la indefinible asimetría de su estructura chata y casi enana dentro del espectro catedralicio.
El interior es soberbio. Las sombras parecen no tener cabida en un entorno de claror predominante. Posee la catedral, erigida en honor al santo Santiago Matamoros, una fachada gótica impactante que compensa la escasez dimensional…
-PRIMERA PARTE-