Después de acometer una breve entradilla o proemio (prólogo) que nos sirviera de primer entrante al fascinante y luctuoso (lacrimógeno) mundo de los cátaros, doy un paso adelante para penetrar en Carcassonne, cuya ciudadela y muralla de tres kilómetros son el mejor ejemplo “vivo” de toda Europa. La mayor y mejor conservada, la más hermosa y señorial, fascinante, medieval y de cuento...Sin duda, Carcassonne. De esta belleza en piedra antigua, un molde de castillo que nos hace viajar en el tiempo, es gran responsable Eugene Viollet Le Duc, el arquitecto que le otorgase su aspecto actual en el siglo XIX.
Esta obra maestra de la arquitectura militar es Patrimonio de la UNESCO. La primigenia Carcaso me da la bienvenida cuando me acerco a la Puerta de Narbona, donde me recibe la dama de Carcassonne. La efigie en piedra es soberana y orgullosa, afable y cercana en su mohín.
SIGLO VIII, LA LEYENDA DE LA DAMA DE CARCASSONNECorría aproximadamente el año 725, siglo VIII, cuando la villa estaba ocupada por los árabes. Una princesa sarracena, esposa del regente Ballak, defendía la ciudad de los asedios inagotables de las tropas de Carlomagno. Cinco años de insufrible cerco invasor lograron menoscabar dramáticamente las provisiones. Nuestra protagonista, la Dama Carcas, requisó los víveres que aún quedaban para distribuirlos entre la población. Los soldados hicieron acopio de un saco de trigo, así como un cerdo que una anciana escondía en un sótano. Enseguida observaría cuán insuficientes éstos eran para abastecer a tantas bocas. Por otro lado, los musulmanes jamás comerían la carne del cerdo, el trigo era insuficiente...
Entonces se le ocurrió una idea tan eficaz como estrafalaria. La dama de nuestra leyenda cebó al cerdo con trigo y lo arrojó a los pies de Carlomagno. Al despedazarse por el terrible impacto, de las entrañas surgió el trigo. Carlomagno quedó estupefacto: “Si los árabes podían permitirse el lujo de cebar a sus animales, eso solo podía significar que aún tenían víveres de sobra como para aguantar el asedio por mucho más tiempo”. Pero éste ya estaba durando demasiado, por lo cual, el emperador, hijo de Pipino El Breve y Bertrada de Laon, rey de los lombardos y los francos, consideró más sensato abortar la expedición invasora y regresar a casa.
La dama Carcas, que había quedado prendada de él, se entristeció al verlo marchar y le entregó las llaves de la ciudad, atrayéndole haciendo redoblar las campanas sin descanso. Desde entonces se dice: “Carcas Sonne” (Carcas suena), haciendo alusión a aquel hecho que da nombre a la villa. Añade la leyenda que Carlomagno entregó a la Dama Carcas como esposa para uno de sus más leales acólitos; Roger, de quien surgiría la saga de los Trencavel, herederos de los vizcondados de Albi, Nimes, Carcassonne, Rasez, Béziers y Aude en la región del Languedoc.
Prosigo ya con mi periplo por la encantadora villa medieval sesgada por el río Aude o “Aguas tranquilas”.
Me hiere el alma ver a mi paso el deterioro decadente de las casas. La podredumbre y la mugre se comen las aceras y rincones y pintan de herrumbre oxidada preciosas rejas de puertas, ventanas y balcones. Paredes y fachadas sufren una descamación imparable; se le cae a cachos la vida a las señoriales y magníficas casonas, mansiones y viviendas de Carcassonne. Pero es innegable la belleza añeja de la ciudad; revestida de flores que jalonan la villa y se entreveran (mezclan) con los tonos terrosos y apagados de los edificios que predominan en el centro. Para aliviar el deterioro, o en un intento de disimular su enfermedad, se me relaja la vista en el navegable canal de Midi, una maravilla de la ingeniería urbana construida por Paul Riquet en tiempos de Luis XIV para conectar el mar Mediterráneo y el Atlántico, facilitando así la navegación por el río Garona. Los paseos en barcos de turistas son habituales. Es una imagen un tanto idílica y sosegada, una característica de la ciudad que realza su “emblema” turístico, veraniego, una sonrisa de bienvenida a la villa medieval donde la familia Trencavel será uno de los más eminentes distintivos endémicos (oriundos, vernáculos). También, en un ramo mucho más triste, el Papa Inocencio III, quien no dudase en arrojar piras de animadversión (desprecio) contra los cátaros. Así, en el año 1208, iniciaría una demencial cruzada contra los monjes heréticos.
Las carreteras que iremos recorriendo para visitar poblaciones anexas nos regalan escenarios naturales abiertos, fecundos, verdosos, “cántabros, asturianos, leoneses...”.
Ha llovido a mares y la tierra lo agradece con una explosión de colores verdosos que tapizan modestas colinas. Carreteras con miríadas de curvas y subidas tremendas que se mofan de los barrancos que se hunden en circos, valles, depresiones y gargantas.