Revista Cultura y Ocio

Sábado 5 de diciembre: si no tienes una buena historia entre manos, no (auto)publiques

Publicado el 05 diciembre 2020 por Benjamín Recacha García @brecacha

¡Hola, Toni!

Me alegró mucho «recibir» tu última carta. Después de todo, incluso del año de la «panmierda» se puede sacar alguna nota positiva, como (quizás) la recuperación de nuestra correspondencia sobre el mundo de la creación literaria y temas relacionados. De hecho, pocos días antes del confinamiento de marzo empecé a escribirte, pero lo que pretendía explicar quedó fulminantemente ridiculizado por la magnitud de los acontecimientos; así que empezaré de nuevo, tomando como referencia la interesante y completa reflexión que desarrollaste en tu carta de hace un par de semanas respecto a la autopublicación.

Siete años de experiencia son pocos en el cómputo de una vida humana, y una cantidad ínfima en la historia de la autopublicación, que es lo mismo que decir en la historia de la literatura. Ese es el tiempo que ha pasado (casi ocho) desde que autopliqué El viaje de Pau, mi primera novela. Suficiente para haber aprendido unas cuantas cosas sobre el sector editorial, y, más importante, para haber acumulado una cantidad interesante de conocimientos sobre escritura de los que, en aquel momento, carecía.

No tengo dudas de que si aquella historia la escribiera ahora se convertiría en un libro mucho mejor, porque he aprendido lo suficiente para darme cuenta de lo que sobra en un texto, para dosificar mejor la información, para dotar de mayor profundidad a los personajes y dar más verosimilitud a su evolución en las tramas, etc.

Sería un libro mejor también porque he aprendido a corregir y editar mis textos. Me acuerdo de que cuando tecleé aquel primer «fin» estaba convencido de que ya había acabado. Lo de corregir se limitaba a una revisión para pescar erratas que se me hubieran colado. En mi cabeza no entraba la posibilidad de recortar texto, reescribir capítulos o eliminar personajes.

Nos conocimos por aquella época, y recuerdo que, tras leer la novela, me sugeriste hacer una corrección mucho más «despiadada». Me impliqué tanto emocionalmente con ella, amaba tanto a sus personajes, estaba tan conectado con el escenario, que me horrorizaba la posibilidad de trastocar nada.

Creo que es bueno, diría incluso que necesario, implicarse hasta la médula con un proyecto literario o de cualquier otra disciplina artística. La autenticidad y la honestidad son fundamentales. Ahora bien, esa misma honestidad también obliga a, una vez finalizado el borrador, actuar sin piedad en la fase de revisión. Si nuestra pretensión como autores es que esa creación acabe en manos de los lectores, debemos respetarlos tanto como nosotros esperamos que nos respeten los autores (y editores) de los libros que leemos.

Ya sabes que, a pesar de ser muy consciente de los errores que cometí con El viaje de Pau, estoy muy orgulloso de ella, principalmente porque el año largo que invertí en escribirla me demostró que soy escritor, pero también porque aventurarme en la autopublicación me deparó un montón de experiencias inolvidables.

El aprendizaje más importante durante todo este tiempo ha sido que nunca dejamos de aprender. En realidad, es una máxima aplicable a cualquier ámbito de la vida, pero, en el caso de la escritura, es que no hay alternativa. Alguien que escriba con pretensión de ser leído y que no contemple la necesidad de formarse (hay innumerables maneras de hacerlo) no merece ser tenido en cuenta.

Y formarse como escritor, querido compañero, como tan acertadamente desarrollas en tu carta, implica conocer las normas ortográficas y gramaticales del idioma que utilizas para expresarte y, a ser posible, todo lo relacionado con el proceso que desembocará en la publicación y distribución del libro.

Obviamente, a ningún autor se le puede exigir que diseñe e ilustre las portadas de sus novelas; ni siquiera que domine el (demoníaco) arte de la maquetación y compaginación. Tampoco es obligatorio que tenga una imprenta en casa ni que recorra el país a bordo de una furgoneta para que su obra figure en los escaparates de todas las librerías.

Para eso, existen unas entidades denominadas editoriales, aunque se rumorea que está proliferando una mutación de las mismas que racanea cuanto puede en las que se supone que son sus funciones. El rumor se ha extendido hasta tal punto que se dice que ha dado pie a una mutación en la comunidad de ADpP (Autores Desesperados por Publicar), según la cual, un número creciente de individuos estaría celebrando que les dejasen publicar en esas «editoriales», sin tener que pagar por hacerlo, o incluso asumiendo parte de los gastos. Y sin más garantía que recibir un puñado de ejemplares físicos. Por supuesto, de corrección ortotipográfica ni hablamos; mucho menos de la de estilo. Guau.

Pero ya trataremos el terrorífico asunto otro día. Hoy hablamos de autopublicación.

Tu carta surgió por la necesidad de ordenar los conceptos que fuiste desgranando en una conversación por Twitter con una autora que defendía la necesidad de contratar una corrección profesional para asegurar que el texto tenga la calidad mínima para ser publicado. Tú argumentabas que no debería ser necesario, porque un escritor que se autopublique ha de tener los conocimientos suficientes para ser capaz de corregirse su propio texto, y, en cualquier caso, existen alternativas a invertir dinero en una corrección profesional.

Enseguida entró al trapo el gremio de las correctoras independientes, y yo también participé en el hilo. Debo decir que me sorprendió la agresividad de alguna de las intervenciones. Hubo respuestas muy ofendidas. Sé que Twitter no es el mejor escenario para desarrollar discusiones constructivas, pero resulta intrigante que una opinión sobre lo que debería o no debería saber hacer un autor independiente provoque tanto resquemor.

Creo que estaremos de acuerdo en que cualquier obra que vaya a ponerse al alcance del público debe tener la máxima calidad posible. Si publicas con una editorial, la responsabilidad de que el producto final carezca de errores es suya; si lo haces por tu cuenta, no le puedes echar la culpa de los fallos a nadie más que a ti mismo.

Hay libros autopublicados, muchos, que producen vergüenza ajena. Resulta tentador culpar a sus descuidados autores de la parte de los males del sector editorial que tiene que ver con la calidad de las obras, salvo porque hay no pocos libros publicados con sello editorial que producen vergüenza ajena.

Mi opinión es que un libro mal editado no debería ser publicado. Pero van a seguir publicándose miles de ellos. Afortunadamente, la inmensa mayoría de esas historias caen en el olvido en cuanto son colgadas en Amazon o distribuidas entre familiares y amigos.

¿Es necesario contratar una corrección profesional?

Depende. Si te lo puedes permitir, desde luego que es muy aconsejable. Hay profesionales muy competentes que, sin duda, enriquecerán tu texto. Esther Magar, a quien mencionabas en tu carta, es uno de los mejores ejemplos que se me ocurren. Conozco a otras que me inspiran toda la confianza, como Mariana Eguaras o Marian Ruiz.

Sin embargo, estoy muy de acuerdo con tu definición de lo que debería ser un escritor que autopublica. Es un gran reto, porque implica aprender muchas cosas, pero es posible. Cada uno, en función de sus medios, insisto, deber hacer todo lo que esté en su mano para conseguir el mejor libro posible.

Y eso, necesariamente, y esto sí que debería ser irrenunciable, empieza por tener una buena historia que contar. Sin historia, no hay libro que valga la pena, por impecable que sean la corrección y la edición.

Para mí, todo pasa por la historia y los personajes. Encuentra algo sobre lo que valga la pena escribir, crea unos personajes que te vayan a acompañar siempre, porque esa será la mejor garantía de que dejen huella en el lector, y adelante. Y cuando acabes, corrige y vuelve a corregir. Si necesitas ayuda externa, búscala; si tienes que pagar por ella y te lo puedes permitir, busca referencias y contrátala. Eso sí, se supone que antes de empezar deberías saber utilizar los tiempos verbales, concordar los sustantivos con sus complementos, no separar sujeto y predicado con una coma (deberías saber qué significan esas palabrejas), y cosas por el estilo. El lenguaje es nuestra herramienta de trabajo, así que antes de embarcarte en la aventura de un cuento o una novela tienes que dominar tu herramienta de trabajo. Es de sentido común, ¿no?

Voy a acabar con una reflexión que, en un mundo ideal, no sería necesaria. Igual que las editoriales no publican (en teoría) libros que no respondan a unos criterios mínimos de calidad literaria (vuelvo con lo de las buenas historias), si convenimos que un autor independiente debe necesariamente contratar una corrección externa para conseguir que su trabajo, a nivel formal, sea el mejor posible, los/as correctores/as independientes no deberían aceptar trabajos sin una calidad literaria mínima. El mercado editorial ya está lo bastante minado de caca pestosa (sin corregir) y de caca perfumada (impecablemente corregida) como para seguir saturándolo.

Repito: en un mundo ideal. Si la gente que escribe sin reunir unas condiciones de calidad mínimas va a continuar publicando, por su cuenta o pagando a piratas disfrazados de editorial, es lógico que haya profesionales independientes que aspiren a ganarse la vida corrigiendo historias tan emocionantes como las que se cuentan en los manuales de instrucciones y los prospectos farmacéuticos. Por lo menos, ellos/as no prometen que el libro se venderá en la Fnac y El Corte Inglés.

Quiero dejar muy claro que hay profesionales independientes muy buenos, y que por supuesto hacen un gran trabajo mejorando historias que sí merece la pena poner al alcance del público. Gracias a su labor, he disfrutado de novelas autopublicadas maravillosas. Y lo seguiré haciendo.

Seguimos hablando, Toni. En la próxima carta, te contaré cosas más directamente relacionadas con mi actividad, que alguna que otra hay.

¡Un abrazo!

ó

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