'Sábado' de Ian McEwan

Publicado el 04 diciembre 2010 por Polonius

 

Lo que ‘Sábado’ de Ian McEwan viene a contar es cómo el sentimiento de amenaza acaba colándose por las íntimas rendijas de la casa, de los afectos y del cerebro. Una amenaza exterior patente, la del terrorismo islámico, que se expresa además en una sociedad revolucionada e hiperactiva en la toma de postura, tan reivindicativa y exigente como angustiada y maniquea.
Y una amenaza interna que se ha vuelto invisible con el tiempo, gracias a que hemos aprendido a convivir con ella: la de quienes existen en el margen de casi todo, la de los desesperados y hambrientos de esperanza, expulsados por la simple vida o por la alicatada armonía del modo de vida burgués, por llamarlo a la antigua usanza, con su variedad de moldes y valores que se concentran en una aspiración predominante: la predecibilidad absoluta.
El mal, a partir de la clase media alta, es un mero sucedáneo del único y verdadero jinete del Apocalipsis: la incertidumbre amenazante. Más terrorífica que el miedo, más definitiva que la muerte. Que un día no sea igual a otro, que a una causa que desconocemos le siga un efecto ambivalente, que el reloj de la Historia no prosiga su natural desembarco de horas y retroceda o se estanque, es la desdicha esencial.
Para el caso da lo mismo Al Qaeda que un hampón del East End. Y de los dos hay muestras representativas en la novela de McEwan. Ahora bien, desde un punto de vista narrativo, tejer una historia con estos hilos exige dar puntadas finas, elásticas y consistentes.
Traduciendo: el matón, el burgués, la sociedad y el terrorismo islámico han de manejarse con una singularidad que se adueñe de su imagen convencional, sin desterrarla, pero mostrando rostros inéditos. Si esto falla, una novela de estas premisas se viene abajo por hábil que sea la estrategia del narrador y por diestra que sea su mano en la resolución de escenas y acciones. Incluso por altas, originales y desmarcadas que sean sus reflexiones sobre acontecimientos y pesares que nos abruman a todos.
En este aspecto crucial, las puntadas de McEwan son gruesas y cargadas de tipicidad (exceptuando al matón); elegantes, pero no elásticas; correosas, pero no consistentes. Las prolijas páginas y párrafos dedicados a la fisiología y neurología del cerebro son síntomas de una búsqueda que no ha dado resultados, de una mirada que no ha pulsado la fibra sensible del mundo a que se refería, aunque lo haya descrito a menudo con admirables palabras.
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