Decía Bunbury, que el tiempo de las cerezas nunca llega a noviembre. Lo cantaba en aquel mítico disco que rompió la escena española de ayer y hoy. Ese doble LP, triste y sombrío, sigue ambientando el cuarto de baño cuando la espuma y las sales aromáticas cubren el vacío dejado por la pobreza. Si Mahoma no va al spá, el spá irá a Mahoma. Make your self.
Ha pasado el tiempo y no me siento más viejo, ni más sabio. Me siento en el borde de la piscina y compruebo que las cosas que deseamos, en ocasiones, pueden hacerse realidad. La luz entra por la ventana de la habitación mientras duerme. Los rayos del primer sol de la mañana alumbran su cuerpo semidesnudo, apoyado en la almohada, descansado. Apenas son las 8:00 y siento terribles ganas de despertarla y decirle las pequeñas cosas que se me pasan por la cabeza.
Decido levantarme. Los sábados la poesía no vale para nada y ni Bunbury puede poner pausa a esta vorágine de acontecimientos. Leo el Marca y veo a Messi y Neymar en un amistoso, juegan con el diez a la espalda, como Maradona, Ronaldinho, Laudrup o Martín Vázquez. El 10. El número que aplaude nuestro paso certero y potente.
No ha pasado un solo vehículo por la calle. Llevo unas bragas en el bolsillo. Escribo ideas sueltas sobre las cosas bellas, sobre las cosas que quedan por hacer. Y son muchas. Excesivas. Me siento incapaz de realizar un listado completo, desbordado, enciendo la tostadora y me preparo para llevarle el desayuno a la cama.
Es sábado. De diez.