"Hasta aquí hemos llegado, frena en seco, no aguanto más, ya está bien"... Decenas de frases golpean nuestro subconsciente cuando la sabia madurez nos señala una puerta que siempre hemos pasado de largo. Cuando se abre no suele haber marcha atrás, o no debería, y se cruza con paso firme y cabeza alta. Con la sensación de haber cumplido y de hacer lo correcto. Es cuando por iniciativa propia nos adentramos en un mundo que manejamos mejor, en el que todo se relativiza, se aparcan las prisas y tropecientas preocupaciones, y se valora lo realmente importante: la salud, el trabajo y el amor, en todas sus formas y delirios. Todo lo demás entra en el baúl de lo prescindible, de lo superfluo, de lo banal. Es una cura de humildad real y mental en la que dejamos a un lado el ombliguismo y el individualismo pasados, y nos centramos en las cosas y en la gente que realmente nos llenan y aportan. Las personas tóxicas e interesadas, directas al cubo de la intrascendencia. Y todo con una sonrisa y una cordialidad supinas. Es la puerta del saber parar, del hasta aquí hemos llegado. Ese pomo que al girarlo te hace dueño del mundo que eliges vivir y disfrutar sin perder ni un minuto más en el qué dirán.