No es mala forma de empezar un sábado con la voz rota de Sabina, antes de actuar nosotros mismos en la mascarada del jolgorio, donde estaban todos menos tu, aunque no fuera yo el culpable. Veinte años perdidos en tus brazos con la carne del alma de gallina, quieriendo ser el pirata cojo de pata de palo con parche en el ojo, mientras caminabas por el agudísimo filo, has llegado a los sesenta y cinco años, que es edad de jubilación, no mis cuarenta y diez, y nos espera una gira de despedida con bombín y guitarra acústica, para decir adiós quien no podrá irse nunca porque forma parte de la poesía urbana no eterna, nada hay que dure tan poco, pero sí de muchas generaciones. Ahora que me saludan las floristas y no me mato si te vas. Que sea enhorabuena.