Sácate las gafas

Por Lai Pv @laicapi

El mundo adulto tal y como lo vivimos hoy en día nos corrompe. Tanta obligación, tantas facturas, tantos horarios de trabajo, tantas responsabilidades. Nos ahoga y no nos deja el tiempo para tomarnos las cosas de una forma más tranquila, más relajada. Nos deja poco tiempo para el disfrute.

Porque aunque te guste leer, no es lo mismo leer en tu casa sentada en la terraza que de pie en el metro mientras vas como sardina ¿verdad? El otro día el padre de las criaturas me contaba que en el libro “Predictably Irracional” muestran un estudio donde grupos de personas realizan la misma actividad: unas por gusto y los otros que hacen la misma actividad pero se les paga por ello. Los primeros disfrutaban màs y eran más productivos. (para más detalle…busca a @pvinuela en twitter y pregúntale)

Al final, la presión de cobrar, de los bonos, de las metas, de las obligaciones, está claro que por mucho que “parezca gustarnos” le quita esencia a lo que hacemos, y no lo disfrutamos tanto. ¿Te ha pasado alguna vez que la actividad que disfrutas más es donde no ganas nada? A mi me pasa con el blog o con mi pequeño emprendimiento. No me dan para comer pero disfruto con lo que hago. Esto es difícil de remediar en el día a día del mundo en que vivimos, a menos que te toque la loteria de navidad y te puedas jubilar hoy mismo y dedicarte a lo que quieras, por amor al arte.

Pero creo que hay espacios en los que somos nosotros mismos los que nos ponemos restricciones, los que nos autoimponemos normas, es como si por ser adultos, o ser padres, estuviéramos obligados a llevar unas gafas de sol que no nos permitieran ver la gama de colores del mundo real, que nos ocultaran las posibilidades que tenemos delante para divertirnos y relajarnos más. Hace unos días recogía a las terremoto del colegio y tenía que volver a trabajar. Intento no tardar mucho en la recogida, pero tampoco quiero llevarlas corriendo a todas partes. De hecho, se entretienen y paran a hablar con sus amigas varias veces camino al coche. Pero justo el otro día, encontramos un río que caía de una pared en la calle. Alguna tubería rota, un riego mal enfocado, vete a saber.

¿Qué hacía la gente al pasar? Pasar de puntitas, saltarlo para no tocar el agua, rodearlo…yo misma estuve a punto de hacerlo, pues tenía que volver a trabajar y no era plan de volver toda llena de tierra. Pero me acordé de esta frase:

“La niñez es un estado de conciencia que se termina el día en el que un charco es percibido como un obstáculo y no como una oportunidad”

Tuve claro qué quería hacer a la salida, y no es la primera vez que lo hago. Al ir saliendo no hizo falta decirles nada. Me dijeron “mamá un charco, ¿podemos? y les dije: “a saltar” Estuvimos unos 10 minutos. Caminaron despacio por el charco, lo cruzaron corriendo, saltaron con los pies juntos. ¿Se salpicaron? un poco. Pero las caras de satisfacción…eran impagables.

Mientras ellas saltaban me dediqué a observar que hacían los demás padres, abuelos, tíos o cuidadores al pasar con los niños. Algunos los tomaban en brazos, otros les hacían rodearlo. Nadie más les dejó saltar. Ojo! nosotras no salpicamos a nadie, de hecho las niñas paraban de saltar cada vez que alguien quería pasar. Pero las caras que vi me hicieron reflexionar: me miraban como si fuera rara por dejarlas saltar. Hacía sol (cosa rara esta primavera) y no hacía nada de frío, y ya habían terminado la jornada escolar ¿Porqué no pueden saltar y divertirse un poco? Nosotras de hecho lo hicimos incluso el último día que llovío mucho, os lo enseñaba aquí.

El otro día lo hablaba con una amiga sobre cómo les enseñamos demasiado pronto a perder la magia a los niños, cómo se nos olvida que nosotros también fuimos niños. Que nos gustaba hacer lo que nuestros hijos quieren hacer ahora. Se nos olvida como se sentía saltar en un charco y sentir el agua salpicando; hacer inventos mezclando agua con aceite con zumo y con lo que fuera en las comidas familiares o las comuniones (si no lo has hecho…ya vas tarde), recortar papel por el puro placer de ver como se convierte en trocitos pequeños y, a poder ser, lanzarlo al aire para ver cómo cae, hacer espuma para ponerse barba blanca, caminar descalzos por la hierba, jugar a guerras de globos de agua, meter las manos en pintura y tantas otras cosas.

Saquémonos de vez en cuando esas gafas que no nos dejan ver bien, conectemos con ese niño que está escondido dentro de cada uno de nosotros. ¿es de verdad tan grave perder 5 minutos para que salten en un charco, o que se la ropa o te mojen el coche con un poco de tierra? ¿y si en vez de pedirles que no lo hagan lo haces tu también? Créeme, es divertido. Y tranquil@, no hace falta hacerlo todos los días.


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