Cuando comenté la novela El general y la musa, hace unas semanas, ya dije aquí que conocí a Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) en Palma de Mallorca las pasadas navidades y que va ser el editor de una de mis novelas en su editorial Sloper. Cuando en febrero de 2015 vino a presentar su nueva novela a Madrid, me acerqué hasta la Central de Callao para poder comprar su libro y saludarle.
La presentación corrió a cargo de Pablo Mazo –editor de Salto de página- y de David Torres –escritor y amigo de Piña-. Román no quería que en la presentación se desvelasen demasiados detalles de la trama de su novela, así que además de hablar de sus temas de fondo, se leyeron algunas de sus páginas.
Sacrificio es una novela corta, dividida en ocho capítulos. Pero en ningún caso debemos asociar su escaso número de páginas, poco más del centenar, a cualquier idea de levedad. En realidad, es sorprendente la de temas, la de personajes y tramas y subtramas que le da tiempo a Piña a desarrollar en esta novela. Ningún personajes, ni ninguna escena narrada es superflua, todo lo expuesto sobre el papel tendrá su lugar en la narración, su relevancia.
Sacrificio se sirve del género policiaco para hablarnos en realidad de la vida y la literatura, del sentido último que tiene –o ha dejado de tener- ésta última para la sociedad. Más concretamente, uno de los temas más importantes de la novela –ya trabajado por Román Piña junto al escritor Miguel Dalmau en su ensayo La mala puta- es el de la pérdida de importancia social de la literatura que intenta explicar el mundo a favor de una literatura más comercial, que busca la inmediatez del morbo fácil o que nos propone la más complaciente autoayuda.
La novela se desarrolla principalmente en 2014, pero en el primer capítulo (de ocho) conocemos a dos de sus protagonistas en 2007, durante su primer encuentro. Pablo Noguera –el narrador- se ha convertido en detective privado hace poco y recibe en su pobre despacho a Raúl Palmer. Éste quiere que el detective averigüe quién le ha estado molestando con llamadas al móvil a horas intempestivas. Beben whisky y hablan de literatura. Noguera acostumbra a leer libros de saldo mientras espera que entre un cliente en su despacho y Palmer es un profesor de lenguas clásicas que sueña con montar una editorial. Lógicamente, en el personaje de Raúl Palmer, Román Piña ha jugado a dibujar una parodia de sí mismo: “Yo soy un parásito, y por tanto un fraude. No existo. Imparto clases de latín y griego a cuatro adolescentes que huyen despavoridas de las matemáticas y acaban en el bachillerato de humanidades. Por un misterio cósmico, las lenguas clásicas todavía renquean en los planes de estudios.”, leemos en la página 12 y en la siguiente: “Palmer me explicó que si llegaba a meterse a editor intentaría recuperar para los hogares y escaparates la cultura clásica. Soñaba con entrar en El Corte Inglés y encontrarse con una torre de ejemplares de La guerra de las Galias o de Las metamorfosis, los frutos de su peculiar labor redentora.”
En 2014, cuando empieza a desarrollarse el verdadero tiempo de la novela, Palmer ha conseguido convertirse en editor y ha dejado la isla de Palma de Mallorca (de donde proceden los personajes de este libro y donde acaban confluyendo) para trasladarse a Barcelona. Lo que no ha conseguido, por supuesto, es recuperar la literatura clásica para las torres de libros expuestas en El Corte Inglés. Es editor, pero ha claudicado en gran parte. Ha llegado a lanzar al mercado las memorias de Horacio Topp, hijo de ingleses afincados en Mallorca, un joven que nació con más de una particularidad física, lo que no le ha impedido desarrollar múltiples actividades y convertirse en inspiración para muchos jóvenes del mundo. Y ni siquiera las memorias de Horacio Topp, el líder de masas, se han convertido en un fenómeno de ventas en un país que cada ver lee menos, se lamenta Palmer.
En marzo de 2014, Pablo Noguera, que ha conseguido sortear la crisis económica gracias a todas aquellas personas que piden investigaciones sobre empresarios corruptos (“Trabajé como un animal. Algunos constructores me solicitaban datos sobre empresas de la competencia.” pág. 23), recibe una llamada de los padres de Horacio Topp: su hijo lleva varias semanas desaparecido. Están en contacto con la policía, pero cualquier ayuda –como la de un detective privado- será bienvenida. “Pensé en realidad que podemos dar un gran salto en un segundo y ser descarnadamente malvados con alguien. Esa noche llamó por teléfono Benjamín Topp, el padre de Horacio Topp.”, leemos en la página 22. Ya he insinuado antes que Sacrificio es una novela, pese a su escaso número de páginas, muy bien armada. Al releer algunas de sus páginas ahora, puedo comprobar que además de que en ella no hay ninguna escena sobrante, lo mismo podríamos afirmar de cada una de sus frases. Me percato ahora, tras finalizar el libro, de que la frase que antecede a la aparición de Topp en esta historia está muy relacionada con los acontecimientos narrados.
La novela está muy pegada al trasfondo político de España en 2014: se nombran para situar temporalmente la historia a Matas, Urdangarín, Jordi Évole o Putin; y llega a emplearse una palabra tan de moda últimamente en el contexto político como “casta”; pero ya he dicho que sus intenciones y sus subtramas son múltiples: ¿la sociedad no lee nada por lo mismo que, salvo contadas pataletas, acepta vivir en una sociedad corrupta? ¿Preferimos el morbo crudo de los reality shows a productos culturales más elaborados, y tiene esto que ver algo con nuestra decadencia como sociedad?
En esta novela negra se habla mucho de literatura, pero también de depravación y violencia. Por no faltar no falta aquí, en este escaso centenar de páginas, construido como novela negra, hasta una mujer fatal.
Román Piña era hasta ahora conocido por escribir una literatura cómica con tendencia al disparate (léase AQUÍ a este respecto la reseña que escribí hace unas semanas sobre El general y la musa) y en su última novela ha decidido llevar a cabo un cambio de registro. La búsqueda humorística ha rebajado su intensidad –aunque sigue existiendo aquí un gusto por el humor negro, o por la autoparodia- y todos los elementos se encuentran bajo un control narrativo más estricto, con menos posibilidades de que salten los convencionalismos literarios por los aires, como ocurría en novelas anteriores. Me siento de acuerdo con un comentario que hizo David Torres durante la presentación: Román está en esta novela mucho más contenido que en las anteriores, y esto hace que el resultado esté mucho más ajustado, que la novela no se escore demasiado hacia el absurdo. Son escasamente cien páginas pero uno no puede dejar de leerlas. Sacrificio es una historia muy bien medida, sin ninguna grasa sobrante, una novela policiaca que puede acabar convirtiéndose en novela de terror (es decir, en un thriller, aunque trataba de salvar el término anglosajón) y que reflexiona con hondura sobre el mundo de la literatura, nuestra condición de espectadores y la sociedad que nos ha tocado vivir. Sacrificio es una brillante novela corta.