En nuestro pasaporte ya figuraba el sello del África de los safaris. De esto hace ya bastantes años, pero aquel safari por Kenia nos marcó y de qué manera. Recuerdo, como si fuera ahora, nuestra llegada a Nairobi, la inolvidable atmósfera del Hotel Stanley, donde nos alojamos, los niños, que en nuestros paseos por la ciudad nos llamaban gunzu, turista, y aquella cena en el restaurante The Carnivore. Sí lo sé, lo sabía entonces también, era un nido de turistas, pero queríamos conocer la experiencia.
Imposible olvidar aquella tarde visitando la casa de Karen Blixen y pasar un largo rato observando en silencio, como a nosotros nos gusta, las colinas de Ngong, los dedos de Dios. Desbordada, abrumada por aquel escenario que tantas veces había soñado conocer y que a pesar de ser real me seguía pareciendo un sueño. Creo que fue allí …
Creo que fue allí, en aquella antigua granja, donde el veneno de África quedo inoculado en nosotros. Al día siguiente comenzábamos nuestro safari y yo ya estaba pensando en volver.
Siempre he dicho que los viajes los vivo tres veces: cuando los sueño, cuando los realizo y cuando los recuerdo. Realizar, realizar, realizo menos de los que me gustaría, pero soñarlos y recordar los realizados es una constante en mi vida.
El campamento móvil que Mopane Game Safaris ofrece está compuesto por tiendas de 4x3, en las que se disfruta de la comodidad de camas con colchón, edredón y mantas, pues las noches en la sabana son muy frías, además de otros accesorios como arcones, mesitas, linternas, toallas o insecticida. Desde cada una de las tiendas se accede a nuestro propio baño, con ducha incluida y agua caliente disponible por las mañanas o tras los safaris. Además, en el avance de la tienda se disponen dos sillones para descansar tras los safaris y un lavabo de campaña. Y esto es sólo en lo que a la tienda se refiere.
El safari se organiza para un máximo de 12 personas, asegurando de esta forma que todo el mundo tiene “ventanilla” en cada uno de los 4x4. Como veis, estos detalles ya empiezan a marcar la diferencia con otros safaris y fueron alguno de los puntos que ayudaron a decidirme.
Es un campamento móvil de lujo porque las comidas no se repiten y son variadas, capaces de satisfacer a todos los gustos, porque comemos en vajilla de loza, copas y vasos de cristal, me pregunto cómo consiguen que sobrevivan a los sobresaltos de las sendas de arena que recorremos. No me diréis que no es un privilegio brindar con vino, en medio de la sabana, oyendo el crepitar del fuego, observando la vía láctea, la Estrella del Sur, Escorpión y un sinfín más de estrellas esparcidas por el cielo más limpio que jamás he visto, mientras las llamadas de algunos animales nos alertan de lo cerca que se encuentran. Es un verdadero lujo. No hace falta más definición, eso es un campamento móvil de lujo.
Una vez conocí todos estos detalles no tuve la menor duda, haríamos este safari. Pero todo no fue campamento móvil, al inicio y final del viaje, durante nuestra estancia en Livingstone para visitar las Cataratas Victoria, así como en el Parque Chobe o en Maún, nos alojamos en lodges y hay que reconocer que disfrutar de este tipo de instalaciones en Botswana, donde su número está muchísimo más restringido que en Kenia o en Tanzania, de ahí la gran diferencia de precio, es un lujazo.
Los detalles del Safari en el Norte de Botswana os los iré contando poco a poco en próximos posts. Me cuesta asimilar esta experiencia de golpe y ahora mismo tengo la sensación que he estado dando vueltas y vueltas sobre mí misma y al parar como que necesito un tiempo para recuperar el equilibrio y no sentirme como sonámbula. Próximamente os hablaré de:
- Las Cataratas Victoria en Livingstone
- Nuestros primeros rastreos en el Parque Chobe, en Kasane.
- Los leones de Savute
- Navegando por el Delta del Okavango
- Moremi y sus largas jornadas de rastreo
- Maún y el Delta del Okavango en avioneta
¿Con qué me quedo? Evidentemente, me quedo con todo.
Me quedo con el aroma embriagador con que la salvia silvestre impregnaba los amaneceres y los atardeceres de Savute. Me quedo con el olor a polvo, prueba irrefutable de que yo estaba allí. Me quedo con los últimos momentos del día tras los safaris y la ducha reparadora, en el Boma, con una copa de vino, mirando ahora el cielo, ahora el fuego y asentando en recuerdos lo vivido ese día. Por supuesto, me quedo con los encuentros con los animales, sorprendiéndoles en su actividad diaria, bebiendo, comiendo, descansando a la sombra de algún árbol, en busca de caza o huyendo de los depredadores.
Como no, me quedo con los silencios. Sí, con los silencios. Esos silencios en los que me descubro soñando despierta o simplemente, siendo consciente del sueño que estoy viviendo, y que dicen más que cualquier adjetivo de admiración con el que intente resumirlos. A mí al menos me pasa, disfruto oyendo el silencio de la naturaleza interrumpido por el crepitar de unas ramas sorprendidas por el viento, el sonido al caer de unas hojas, el zumbido del agua cuando la lancha la atraviesa, el ruido sordo del calor en la sabana o las mil y una formas de expresión de los animales.
Inolvidables los silencios cromáticos como los que ofrecen los colores de las puestas de sol, los sundowners como aquí los llaman, los de las siluetas de los árboles al amanecer o los del fuego del Boma.
Así es África. Real, salvaje, bella, pura y quizás algo cruel. Imposible que no te atrape cuando la conoces.
¡Hasta la próxima entrega!
Bon Voyage!