Safari en Botswana, Largos Rastreos en Moremi

Por Atableconcarmen @atableconcarmen


 
Conforme un safari avanza en el tiempo, el grupo se vuelve más exigente en lo que a avistamientos se refiere. Esto es una regla no escrita que nuestros guías tienen ocasión de comprobar en cada viaje, Ana Alia de Mopame Game Safaris nos lo recuerda. Ya no nos alborotamos, ni solicitamos detener el vehículo, cuando avistamos un elefante a 100 metros, como nos ocurría en el Parque Nacional Chobe. Cruzarnos con manadas de impalas parece haberse convertido en parte de nuestra rutina africana, aunque a mí me seguía resultando mágico y los observaba con la misma mirada de debutante del primer día.
Qué fácil había resultado incorporar estas escenas salvajes a nuestro día a día, y cómo de bien habíamos sido tratados por la naturaleza y la vida animal en este safari. Nuestra imaginaria check-list estaba casi completa, sólo faltaba el guepardo y los perros salvajes. Personalmente estaba más que satisfecha, pero había que intentarlo. Moremi y sus largas jornadas de rastreo nos iban a brindar la última oportunidad para verlos. 
  

  Si pudiera elegir, optaría por encontrarme con el escurridizo guepardo. Los felinos, su elegancia al caminar, su preciosa piel, su agudeza, su mirada y su indiferencia, me tienen seducida y no me canso de observarlos. ¡Son tan bellos!
Pero un safari no es una visita al zoo, y fruto de los rastreos consigues ver algún animal, muchos o ninguno, de más especies o de menos. Y esta vez no vimos al guepardo. Tampoco conseguí verlo en mi safari en Kenia de hace años. No es fácil. Aunque sí vimos a los perros salvajes. Un gran grupo,  tumbados a la sombra, casi que unos encima de otros.
  

  Para conseguir verlos tuvimos que trasladarnos casi que al otro extremo de la reserva de Moremi, una zona con poca vegetación, muy árida. Los guías avistaron su madriguera y por experiencia sabían que no debían andar lejos.
El área de Moremi es muy extensa, con más vegetación y agua que la reserva de Savuti, ello propició que fuéramos testigos de muy bellas escenas de la vida animal.
Una mañana al poco de ir en ruta vimos un grupo de jóvenes leones, dos hembras y tres machos. Nuestro todoterreno no se había detenido todavía cuando una pareja, un león y una leona, se levantan y comienzan a distanciarse del resto. Cuando consideran que se han separado lo suficiente se tumban a la sombra de unos arbustos.
 
 
  Enseguida otra pareja de leones repite la operación, sin acercarse a la primera pareja, y una vez distanciados del león macho, que queda sólo y desparejado, se tumban y empiezan a mirarse, a juguetear, a provocarse, a marcar el terreno. Mientras el león que ha quedado sólo se aleja y se esconde tras unos matorrales.
  


  Nuestro guía nos comenta que están iniciando los rituales del apareamiento y que puede llevar mucho tiempo. La situación de espera nos hace sentir un poco voyeur, pero la curiosidad puede con nosotros. Un buen rato después, una de las hembras se levanta y comienza a caminar en dirección a la otra pareja. Ahora son tres, Moshey nos indica que probablemente no estuviera preparada, dos leonas y un león que descansan a la sombra mientras otros dos leones machos observan, no parece que vaya a haber demasiada acción. Reanudamos nuestro rastreo.
  
  Atravesamos canales de agua, ríos, alguno de ellos son bastante profundos e incluso entra agua al suelo del vehículo. Resulta emocionante cruzarlos, pero cada vez que lo hacemos pienso lo mismo: "Como el todoterreno se pare y haya que empujar, muero del susto".
   
  
  En las zonas donde hay agua no es difícil ver hipopótamos o cocodrilos, así como diferentes aves acuáticas. A veces, paramos cerca de estas zonas a estirar las piernas y si no fuera por que estamos más que advertidos, me pondría a andar por los alrededores.
  

 

  En realidad ir de rastreo es como subir al tren de la bruja la primera vez. No sabes cuándo ni porqué lado va a saltar la sorpresa. En un safari siempre es como la primera vez. A veces, tras una curva encontrábamos a un grupo de cebras comiendo o simplemente descansando. Otras, una mamá facocero y su cría salían disparadas al oír el ruido del motor. O simplemente, descubríamos una hiena tumbada casi a ras del sendero que al detener el vehículo y sentirse observada, decide levantarse y dirigirse hacia una zona de arbustos menos accesible por nosotros.
  


  Las jirafas son otro de los animales que me encanta observar. Por lo general, no huyen despavoridas ante nuestra presencia. Nos miran con sus ojos negros de largas pestañas y siguen comiendo las hojas de las acacias. Otras veces nos las encontramos en grupo, con sus cuellos entrelazados, como queriéndose abrazar. Resulta tan tierno ver como las madres intentan dar seguridad a las crías a la vez que las acercan hacia ellas con su cuello y su cabeza.
     
 
  Y esas manchas marrones de forma reticular, son tan elegantes.
 
 

  Moremi nos regaló momentos muy especiales. No era extraño encontrarse con los elefantes, cerca del agua al atardecer o en mitad del camino a cualquier hora. Lo mismo ocurría con las Gallinas de Guinea, las cuáles una y otra vez atravesaban el sendero en actitud suicida justo al paso de nuestro todoterreno. Temía por ellas, pero nunca pasaba nada.
  
  Las zonas donde el pasto y el agua abundaba más, eran frecuentadas por Antílopes Lechwe, Tsessebes, Sitatungas y Antílopes acuáticos, entre otros. Allí encontraban agua, comida y descanso y se les veía relajados, como a salvo.
     
  
 

  Ya he reflexionado acerca de ello en otra de mis crónicas, avistar animales resulta excitante, pero elijo quedarme con las escenas con las que nos regalan. Escenas en las que unas veces no somos el elemento desencadenante, como aquel día de juegos de una familia de leones en Savuti. Otras veces, sin querer, sí que somos el detonante. La presencia del todoterreno, el ruido de su motor, hace reaccionar a los animales e interrumpir o modificar, por unos instantes, aquello que estaban haciendo.
Ocurrió la mañana que íbamos en busca de los perros salvajes. Una manada de elefantes, la mayoría hembras con sus crías, estaba refrescándose y bebiendo dentro de un río. En cuanto que escucharon el ruido del vehículo se apresuraron a salir a la orilla contraria a la nuestra. Rápidamente, los mayores formaron un círculo bien cerrado protegiendo a las crías en su interior y con sus colmillos, trompas y barritos, parecían amenazarnos.
     
 
  

  Detuvimos el vehículo a una distancia en la que no resultáramos una amenaza, y cuando los elefantes confirmaron que no tenían nada que temer, deshicieron el círculo y comenzaron a cruzar hacia nuestra orilla adentrándose entre la vegetación. Quizás ya se habían refrescado lo suficiente, o quizás pensaron en ponerse a salvo entre los mopanes, por si acaso.
  

  Este tipo de experiencia, esas que no se tachan de la lista de avistamientos, son con las que yo me quedo. Y no fue la única que Moremi y las largas jornadas de rastreo que allí dedicamos, nos brindaron.
Creo que fue el primer día que estuvimos allí. Tras nuestro almuerzo y descanso de mediodía en el campamento móvil, salimos de safari. Atravesamos una zona de densa vegetación y salimos a una gran esplanada. ¡Cebras!
  
  A gran distancia, divisamos una gran número de cebras a nuestra derecha. Caminaban despacio, una detrás de otra, como en formación. Despacio, también, nos acercamos. Enseguida se dan cuenta de nuestra presencia. Se detienen. Nosotros también nos detenemos.
No sé cuál de las cebras da la orden, ni siquiera sé si una de ellas da algún tipo de orden. De momento, sin darnos tiempo a reaccionar, una de ellas sale a galope, las demás imitan el comportamiento. Galopan haciendo eses y forman un bello abanico de rayas negras y blancas. Cruzan por delante de nosotros, ahora están a la izquierda, cambian de dirección y se detienen en seco. Nos miran.
  
 

  Todavía continuamos con la boca abierta, de sorpresa y estupefacción, cuando se vuelve a repetir la operación en sentido contrario. Vuelven a estar a nuestra derecha, paradas, quietas, mirando hacia nosotros como en formación militar. Eso es, en perfecta formación militar.
Entre la polvareda que han levantado me quedo preguntándome: ¿Qué ha pasado? ¿Ha sido una demostración de poder, de fuerza? Ha sido maravilloso. Han sido sólo segundos, pero unos segundos maravillosos. Nos quedamos quietos, esperando. Deseando que repitan la misma operación, pero en un safari esto nunca ocurre. Nunca hay dos momentos iguales.
Los momentos de un safari son únicos y si parpadeas te los pierdes. Únicos también eran los atardeceres, que en Moremi los hemos disfrutado en compañía animal. Unas veces son las cebras las que, amablemente, se interponían entre nosotros y la caída del sol.
  
  Otras veces, los elefantes eran tan numerosos que apenas veíamos la esfera naranja, pero a cambio éstos nos regalaban el mejor de los escenarios, sus siluetas oscuras recortadas sobre un fondo de color fuego a modo de teatro de sombras chinescas. Imposible no rendirse ante la fuerza de semejantes imágenes. Belleza extrema.

  Si recuerdo nuestros días de safari en Savuti como intensos, los días de rastreo en Moremi fueron extensos y generosos. Generosidad en animales y en escenarios, no siempre fácil de apreciar y valorar, ya que estábamos al final de nuestro safari y, como decía al principio, corríamos el riesgo de volvernos cada vez más exigentes.
Generosidad que alcanzaba hasta en las visitas nocturnas de las hienas al campamento. Nunca las vi allí, cerca de nosotros, mientras mirábamos las estrellas o hablábamos de lo acontecido durante el día junto al fuego, con una copa de Sauvignon Blanc entre las manos. Afortunadamente nunca las vi, no quiero ni pensar en cómo hubiera reaccionado, pero las oía, las oía muy cerca. Y es que ésta es otra de las experiencias auténticas que un safari móvil te da la oportunidad de vivir. Momentos que quedan grabados permanentemente en mi memoria.
    
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Bon Voyage!