Estábamos muy emocionados ante la perspectiva de estar todo el día relajándonos y descansando en Pokhara, una ciudad realmente buena para ello, pero al segundo día estábamos ya aburridos. Así que nos fuimos al Parque Nacional de Chitwan, hogar del tigre de Bengala (Shere Khan), elefantes (Winifred), leopardos (Bagheera), osos perezosos (Baloo), rinocerontes y demás bestias.
Partimos de Pokhara a las 7 de la mañana, esta vez desde la terminal de autobuses que estaba realmente a diez minutos a pie de Lakeside. El viaje fue muy movido y llovió durante todo el trayecto, durante el cual tuvimos que vadear un par de riachuelos. Al llegar a Chitwan descubrimos que el agua había entrado en el maletero del autobús por lo que las mochilas de Marina y Stefan estaban empapadas. La mía se salvó.
Del páramo en el que el autobús nos dejó casi siete horas después de dejar Pokhara fuimos hasta el Rainbow Safari (en la zona Tharu de Meghauli) en la parte trasera de un camión junto a una familia de chinos de la tercera edad, una pareja de chicas chinas que intentaban secar sus mochilas con pañuelos de papel y un chico japonés que llevaba atada una toalla a la cabeza.
El Rainbow Safari estaba muy bien, la habitación que nos tocó era espaciosa y tenía ducha de agua caliente, mosquitera alrededor de la cama y un ventilador. Las comidas eran estilo buffet en el que cada día cocinaban cosas distintas con la única constante del té. Los dos señores que hacían de encargados eran muy atentos y se sabían al dedillo las agendas de cada uno. La verdad es que daban mucha tranquilidad.
El mismo día en que llegamos nos fuimos a dar una vuelta con uno de los naturalistas durante la cual pasamos por los establos donde tienen a los elefantes gubernamentales que se encargan de patrullar la jungla en verano. Durante el resto del año patrullan en coche o moto, pero en verano la vegetación es tan densa que los únicos capaces de moverse por ahí son los elefantes. El gobierno tiene “contratados” a varios de ellos para que hagan las labores de vigilancia en la jungla, principalmente para evitar la caza furtiva de elefantes salvajes (valorados por el marfil) y de tigres, leopardos y rinocerontes (muy apreciados en la santería china).
Al día siguiente a las 6:30 de la mañana estábamos subiendo a una canoa para descender por el río de camino al paseo matinal por la jungla. Durante la hora de trayecto por el río pudimos ver a un par de rinocerontes bañándose, a un cocodrilo y a un montón de aves.
Una vez dejamos la canoa empezó a llover y nos introdujimos en la selva. Nos acompañaban dos naturalistas locales, el japonés de la toalla en la cabeza y un chino al que deberían sacrificar de lo tonto que era. No se contentaba con llegar siempre cinco minutos tarde, el muy avispado se vino a la selva en sandalias, pantalón corto y camiseta de tirantes.
Os podéis imaginar el panorama: los naturalistas, el japonés, Stefan, Marina y yo íbamos vestidos todos con ropa oscura y larga, además de llevar botas de montaña, y aparece el chavalote como quien va a comer tortilla al río. A los diez minutos los tobillos le chorreaban de sangre, y no porque se fuese chocando con raíces y ramas, que lo hacía, sino por la cantidad ingente de sanguijuelas que se le adherían a la piel. El chico entraba en pánico cada vez que se veía una así que se la arrancaba y se tiraba agua de la cantimplora sobre la herida. El resultado fue que a la media hora ya no le quedaba agua, iba sangrando como si le hubiesen vaciado el cargador de una ametralladora en los tobillos y le daba un microinfarto ante cada ruido no identificado que escuchábamos, que en la selva son unos cuantos.
Estuvimos caminando por la selva durante unas cuatro horas durante las que únicamente vimos insectos gigantescos. Ni un tigre, leopardo, elefante u otro mamífero (vimos algún ciervo, eso sí) que debían andar todos en casa viendo la tele porque estaba lloviendo a cántaros.
Volvimos al Rainbow Safari donde pudimos ducharnos, comer y prepararnos para la actividad estrella: el safari en elefante.
Nos llevaron al establo donde tienen a los elefantes e hicieron grupos de entre 3 y 5 pasajeros por animal. Nos habían dicho que el safari en elefante es la mejor manera de ver a los grandes mamíferos ya que los animales de la jungla están habituados a los elefantes y no se asustan cuando los escuchan, huelen o ven.
Lo que nadie te dice es que los chinos encuentran tan fascinante lo de montarse a un elefante que no dejan de berrear y gritarse de elefante a elefante desde que se suben hasta que se bajan. Por este motivo hasta las ballenas de Tonga sabían que había un grupo de turistas sobre excitados entrando a la jungla de Chitwan.
Lo cierto es que los chinos eran tan molestos que el jinete de nuestro elefante, visiblemente enfadado, se separó de la manada y nos llevó por un recorrido diferente. Durante nuestro rato de libertad encontramos a una manada de rinocerontes, pudiendo acercarnos mucho a uno de ellos, unos cuantos ciervos e incluso un cocodrilo al que casi pisamos.
Al finalizar el safari los chicos del Rainbow Safari nos llevaron al criadero y escuela de elefantes donde pudimos ver a un par de bebés elefante. Incluso uno de ellos, que debía haber estado comiendo más chuches de las recomendadas, se acercó a saludarnos.
Una vez de vuelta en el Rainbow Safari nos dijeron que había habido desprendimientos en la carretera por lo que al día siguiente saldríamos muy pronto camino a Kathmandú. Nos dijeron que no teníamos que preocuparnos por nada ya que antes de partir nos bendecirían y nos pintarían el entrecejo de rojo, que es infalible.
Chitwan está a unos 150 km de Kathmandú, de donde nuestro avión salía a las 21:00. El autobús salió de Chitwan a las 8 de la mañana y llegamos a Kathmandú a las 19:45. Una vez allí cogimos un taxi y sin tener tiempo ni ganas de pactar un precio razonable nos llevó pitando al aeropuerto, llegando justo cuando estaban cerrando el embarque de nuestro vuelo a Malasia, tuvimos mucha suerte.
Casi sin darnos cuenta estábamos volando de vuelta después de casi un mes de aventuras por Nepal.
Enrique & Marina