Revista Cultura y Ocio

Safo habla de sus tres amores... desde la cárcel

Publicado el 17 febrero 2013 por Franciscogarciajurado
Safo habla de sus tres amores... desde la cárcelNuestra fuerza vital, nuestra pasión, queda a menudo a merced de un papel quebradizo, y esto no deja de ser una magnífica metáfora de nosotros mismos. Estos papeles, a veces, son capaces de sobrevivir al tiempo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
De vez en cuando, la Biblioteca Nacional de Madrid expone sus nuevas adquisiciones patrimoniales. Recuerdo especialmente la exposición titulada "Tesoros al descubierto: adquisiciones patrimoniales de la BNE". De todo lo expuesto allí, quizá lo que más me llamó la atención fue un documento autógrafo de Federico García Lorca que contenía un poema escrito en Nueva York. El poema estaba fechado en 1929, coincidiendo con la estancia del poeta en la ciudad de los rascacielos. La apariencia frágil del documento, un papel amarillento y emborronado con una caligrafía nerviosa, encerraba el tesoro de un contenido indeleble y poderoso: "La luna pudo deternerse al fin (por) la curva blanquísima de los caballos (...)". Nuestra fuerza vital, nuestra pasión, queda a menudo a merced de un papel quebradizo, y esto no deja de ser una magnífica metáfora de nosotros mismos. El color del papel y su carácter me hizo pensar inmediatamente en otro documento que atesoro en la biblioteca, una copia mecanoscrita de un poema sobre Safo realizada por mi abuelo, Antonio Jurado López, en algún momento del decenio de los años cuarenta, probablemente en la cárcel del Dueso. Conocí este documento cuando estudiaba, precisamente, los fragmentos de Safo en versión griega. Le comenté a mi abuelo que no se conservaba completo ninguno de sus poemas, y él se quedó muy extrañado. No tardó en traerme su poema (no le pregunté cómo había conseguido conservarlo desde los lejanos años cuarenta) y no terminó de convencerse de que aquello que él me traía como regalo realmente fuera un poema moderno sobre Safo y no escrito por ella misma. El problema era localizar la autoría, como prueba irrefutable de esa modernidad. Una lectura superficial de la composición daba cuenta inmediata de que participaba claramente de la estética simbolista y parnasiana, a la manera de lo que había hecho con el propio Homero el poeta Leconte de Lisle (cuya versión española luego tradujo Germán Gómez de la Mata para la editorial Prometeo). Los parnasianos trajeron consigo una nueva visión de ciertos autores de la literatura griega, una visión alejada de los comedidos presupuestos clasicistas que habían quedado conformando una estética residual, antirromántica, a lo largo del siglo XIX. Cierta sensualidad y encendida pasión sexual preside este poema donde Safo habla sin ambages de sus amores femeninos. También conservo de la biblioteca de mi abuelo algún ejemplar de Alberto Insúa, cuyo fino erotismo terminó calando en la estética modernista de autores dispares desde el punto de vista político. Finalmente, tras no pocas indagaciones y un certero golpe de buena suerte, he llegado a la autoría del poema, debida al nicaragüense León Santiago Argüello:
“Habla Safo
de sus tres amores”
LEÓN SANTIAGO ARGÜELLO
(León, 1872-Managua, 1940)
¡Oh, vírgenes de Lesbos...! ¡Adoradas
y encantadoras vírgenes! ¡Vosotras
prendéis en el fanal de mi pupila
esa vívida lumbre de las diosas!
¡Qué fulgentes los ortos de mi dicha
cuando os veo venir; cuando radiosas,
el perfume esparcís de las praderas;
cuando, a su paso, vuestros pies enfloran;
cuando bajan en densas espirales,
del cabello, las víboras, que enroscan
sus anillos de seda en vuestro cuello:
esas ávidas víboras que flotan
como obscuros afluentes del Cocito
o cual rayos de una alba esplendorosa,
buscando sobre el seno palpitante
la miel de Hymeto en la colmena roja!
¡Athis divina! ¡Que se encienda mi alma
en la risa de luz que hay en tu boca,
y que es rayo auroral que va jugando
en los pétalos frescos de una rosa!
¡Que me envuelva tu pelo rubio, como
un áureo manto real! Y que a la sombra
de tu pestaña crespa, Amor encienda
en tus célicos ojos tus auroras,
en tus ojos azules como el Actium,
y como el Etna ardientes...
¡Tú, Anactona,
que enloqueces mi mente! ¡Tú, el ensueño
del alma ambicionado...! ¡De tu boca
riega sobre la mía la cascada
de tus ígnicos besos!
¡Venid todas,
bellas hijas de Pira...! ¡Ven, Cyrina,
la del mohín lascivo...! ¡Ven, Andrómeda!
¡Timas, Naís... volad! ¡Volad! ¡Que escancie
la madre del Amor en nuestras copas
sus embriagantes vinos...! ¡Que se tiñan
los auríferos bordes, y las rosas
de vuestros grasos labios encendidos
ensangrienten la tez de sus corolas!
¡Matadme, delirantes...!
¡Ven, Corina;
hazme que pruebe de tu piel sabrosa!
¡Ponme borracho de deleite...! ¡Déjame
con mis sedientos labios en la copa!
Y tú, mi Cydno, ¡mi adorada Cydno!
¡Blanca como el plumón de la garzota,
como la espuma que envolvió a Citeres
en pañales de tul...! Ya la zozobra
de nuestras gratas expansiones íntimas
me agita el corazón, e hirviendo, azota
mi sangre las arterias. ¡Haz que sea,
por el amor, mi sangre abrasadora,
mar de oleaje bravío, mar de lava
que se estrella en sus cárceles de roca,
y levanta vorágines, y escupeSafo habla de sus tres amores... desde la cárcel
a los cielos la espuma de su cólera!
¡Llegad presto, queridas! El deseo
con sus puntas eléctricas me toca.
¡Me parece que os tengo entre mis brazos,
que vuestras carnes con mis carnes rozan,
que un aliento caldeado me enloquece,
en un pujante resollar de forja,
y que son vuestros senos pebeteros
do eróticos perfumes se evaporan!
¡Volad, hijas de Zeus...! Que ya siento
calcinarse las frases en mi boca;
mi lengua se entumece, y es mi labio
un páramo. ¡La angustia, sudorosa,
me aprieta el corazón, tiembla en mis carnes,
me estruja la garganta y me sofoca...!
¡Venid a refrescar este desierto
de mis áridos labios con las pomas
humedosas de miel de vuestros pechos!
Que vuestras carnes, en sus tibias combas,
cual los poros sutiles de los pétalos
dan al insecto su embriaguez de aromas,
me den a mí su seductor perfume..
¡Toda la esencia de sus flores todas!
¡Todo el dulce rocío de sus cálices!
¡Todo el grato licor de sus corolas!
¡Y dormirme, ebrio ya...! ¡Siempre soñando
con otro goce más...! Que me aprisionan
otros brazos mejores, y otros ojos
más fúlgidos me queman... ¡Y en las ondas
del piélago supremo, en los arrullos
del abrasante amor, sentir ansSafo habla de sus tres amores... desde la cárceliosa
la divina epilepsia del deleite,
con avidez frenética de loca...!
¡Venid! i Que ya mi ceñidor desciende!
¡Mi túnica está suelta; ya pregona
la pasión delirante...! ¡Me parece
el mareo sentir de vuestras rondas,
oh, lúbricas hetairas...! ¡Vuestro pelo,
en viperina contorsión, retoza
en los rápidos giros de la danza...,
y las sedeñas vestes en la alfombra...,
y la gloriosa seducción sin velos
que vuestros regios cuerpos aureola...,
y los senos recónditos, que emanan
arábigas esencias voluptuosas...,
y los besos que sangran..., y las sangres,
embriagantes, dulcísimas y rojas...,
y la estrechez gratísima..., y el lánguido
desmayo de la dicha enervadora...,
y el hondo frenesí que al reino vuela
donde tiene el Delirio su corona...!
(Tomado de Rubén Darío, El viaje a Nicaragua e Historia de mis libros, VOLUMEN XVII DE LAS OBRAS COMPLETAS, Madrid, Mundo Latino, pp. 84-87)
Esta Safo, parnasiana y carnal, es un producto típico de los primeros decenios del siglo XX, ligada al modernismo hispano que emparenta con el parnasianismo francés. Mi abuelo lo mecanografió en un momento en que aquella estética moría abruptamente, aplastada por los acontecimientos políticos, y todavía me pregunto cómo tuvo la ocasión de hacer aquella copia, entre intentos de huida y una pena de muerte que luego le fue conmutada. Gracias a mi abuelo conocí a clásicos esenciales, como Homero o Epicuro, y en algún momento me decidiré a estudiar el canon de los autores grecolatinos en el pensamiento anarquista español, al que él pertenecía con orgullo. Su pseudónimo era Helios García, y ya apenas nadie sabe de estas cosas que, sin embargo, forman también parte de mi biografía y ahora también de mi curiosidad.
Francisco García JuradoH.L.G.E.

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