Safo por Rita Rodríguez
La isla de Lesbos, allá por el año 600 a.c., dio al mundo verdadera poesía lírica de la mano de Safo, quien crea una poesía íntima para ser cantada entre amigos y aunque nace con motivos personales y locales transciende en un todo por su genio y le da valor universal.
Su lenguaje tiene la sencillez de un coloquio diario, apenas usa palabra que no proceda de su habla vernácula pero la selección que hace de ellas las hace implacables, las utiliza como caídas del cielo sin búsqueda ni esfuerzo.
Su nombre, en Alejandría y Roma, padeció enormemente a causa de la extremada ternura que derrochaban sus versos. Versos que gritan las congojas de la pasión desairada, el dolor de la separación, el recuerdo de amores pasados…, tópicos eternos pero expresados con tal sinceridad que dejan ociosas las metáforas. Los hechos que narra hablan por sí con suficiente elocuencia sin necesidad de recurrir a rebuscadas figuras retóricas. Su canto fluye espontáneo, como agua que mana de una fuente.
Hablar de Safo es hablar de nerviosa feminidad, es hablar de excelencia.
La luna luminosa
huyó con las Pleyadas;
la noche silenciosa
ya llega a la mitad; la hora pasó, y en vela
sola en mi lecho, en tanto
suelto la rienda al llanto
sin esperar piedad.