Saga Indias Blancas (Florencia Bonelli)

Publicado el 09 octubre 2013 por Ojolector @elojolector
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1. Indias blancas: Corre el año 1873 y la sociedad porteña se consolida alrededor de las familias con apellidos ilustres. Laura Escalante, hija de un general de la Nación, es una bellísima joven con ideas claras y fuertes convicciones. Cuando viaja a Córdoba para atender a su hermano enfermo, conoce al indio ranquel Nahueltruz Guor y su vida cambia para siempre. Un amor irrefrenable, enfrentado a todos y a todo, incluso a ellos mismos, los hace transitar años dolorosos, llenos de aventuras, desencuentros y acción, en el marco de la épica lucha entre indios y blancos que ha definido nuestro país desde entonces.

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2. Indias blancas: La vuelta del ranquel: En 1879, Buenos Aires vive su hora más convulsionada. Roca prepara la campaña al desierto con vistas a postularse como presidente de la Nación. Laura Escalante, mujer destacada de la vida cultural y política de su ciudad, nunca ha olvidado al indio Nahueltruz Guor, convertido en el excéntrico Lorenzo Dionisio Rosas, vuelve a su tierra después de seis años para vengarse de quien lo traicionó y le rompió el corazón. El encuentro los trastornará a los dos. Nunca volverán a ser los mismos.

Si me seguís, sabréis que, cuando leí la trilogía Caballo de fuego de la argentina Florencia Bonelli, tuve una especie de epifanía. ¡Me encantó, vamos! Sin embargo, perdí un poco el interés en Bonelli y en sus libros a raíz de las muchas críticas que recibí por mi reseña que, en su mayor parte, encumbraba los libros de la autora a la altura de El Quijote. Por eso, cuando decidí empezar Indias blancas, la saga compuesta por dos libros de Florencia, iba con un poco de miedo. Que te encante una novela (tres, en el caso de Caballo de fuego) no tiene por qué significar que te gusten el resto de obras de un autor. Sin embargo, después de terminar Indias blancas, he de decir que me declaro totalmente fan de Bonelli. ¡Qué señora!

A mi modo de ver, es algo así como una especie de Diana Gabaldon a la argentina, pero mucho mejor. Ya sabéis que los últimos libros de Gabaldon me resultaron un poco aburridos porque le faltan, en última instancia, lo que me llama tanto la atención en los de Bonelli: la perfecta conjugación entre novela histórica y romántica que la autora borda, por cierto.

Aunque en Indias Blancas se trata un tema histórico bastante ajeno a mí, ya que se basa en las últimas campañas contra la población indígena en la Argentina de finales del siglo XIX, no defrauda para nada. Aún así, muchas veces es fácil perderse, ya que Bonelli, como ya ocurriera en Caballo de fuego, despliega todo tipo de nombres y ambientes que estoy segura que son muy conocidos para cualquier argentino, no tanto para mí. Sin embargo, me ha resultado interesante. Nos sabemos al dedillo el destino de las tribus más conocidas de indios norteamericanos, todo acerca de sus reservas y las calamidades que han soportado. En cambio, de un país que nos debería resultar más inmediato, como es Argentina, no sabemos ni de la misa la mitad, por lo menos en lo que a mí respecta. A parte de un lugar inmenso, el país que presenta Bonelli es magnífico, y como ocurriera con los escenarios de sus otras novelas, finalmente, tienes unas ganas locas de visitarlo y de saber más acerca de él.

La sociedad Argentina, por aquel entonces, como la presenta la autora, me recuerda a una especie de Macondo de Cien años de soledad. Con sus diferencias claro. Es fácil perderse entre tanta familia, tanto apellido y tanto nombre exótico. Aunque no tuve que precisar de un esquema (cuando leí Cien años de soledad de García Márquez tuve que hacerlo, lo admito) os aviso que ubicarse, a veces, puede parecer complicado. A lo largo de los dos volúmenes de Indias blancas, conoceremos a cientos de personajes, de los cuales, en muchos caso, por mi ignorancia, no sabría discernir si son reales o imaginados por Bonelli.

Sin embargo, para qué os voy a engañar, lo que más me ha cautivado es la historia de amor. Es sublime. Florencia Bonelli ejerce en mí (hablo por mí, aunque quizás os ocurra a más de una) un sortilegio de tal magnitud que hace que me enamore, irremediablemente de sus protagonistas masculinos, a pesar de las etnias a las que pertenezcan y sus circunstancias. Fue el caso de Eliah Al-Saud, un árabe aguerrido y perfecto, que me volvió loca, y también es el de Nahueltruz Guor, a.k.a Lorenzo Rosas (por favor, se puede tener mejor nombre siendo protagonista de una novela romántica?) que hace que mil mariposillas revoloteen por mi estómago. Y eso que creo que Bonelli vende alto el pescado, ya que, después de ver ciertos grabados de Mariano Rosas, padre de Lorenzo, personaje real y cuyo atractivo es alabado en este libro, tengo que decir que el santo señor no era lo que se dice excesivamente bien parecido… pero corramos un tupido velo. Mejor vivir en el paraíso de machotes que Florencia crea para nosotras.
Y, sin embargo, a pesar de todo, las protagonistas, tanto Blanca Montes como Laura Escalante, me han fascinado. Muy en la linea de Bonelli, son mujeres valientes, avanzadas a su época, fuertes que, desde el primer momento, te cautivan. Los caballeros no están mal, pero a su lado, estas mujeres florecen fuertes, bonitas y brillantes, y dejan a sus hombres a la altura de cavernícolas a mil años luz.

Indias blancas, el primer libro, a mi parecer, es mejor que El regreso del ranquel, aunque este también es muy bueno, eh?. Gracias a él, Laura Escalante, a mi modo de ver, crece como personaje, en cambio, Lorenzo Rosas palidece un poco.  El final, también, podría ser un poco más detallado, se resuelve muy rápido, en mi opinión, pero, la verdad, la historia es tan sensacional que no hace mella en el resultado final. Así que ya sabéis. Las que me seguís, la que os fiáis de mis críticas, escuchad bien: Hay que leer este libro. Va directo a la selección de Libros que enganchan… sin duda, una historia inolvidable.