El sueño de
La segunda diferencia reside en el hilo narrativo. Tatsumi & Funiko, Amaya & Kano y Satoruy & Misato parten de un sueño que comparten con el otro aunque, al final, lo encuentra cada uno en sí mismo. Sakukibara comienza solo su relato y lo termina cuando se da cuenta de que su verdadero sueño es la necesidad de compartir la vida con el amor verdadero.
Otra diferencia aparece en la forma narrativa. La Última canción de primavera está compuesta por tres relatos. Sergio Hernández ha escrito, con Sakukibara, un cuento fantástico. La acción que llevan a cabo los personajes nos adentra en un mundo real imaginario; el mar de Tokyo se aleja de una pequeña playa de Odawara para convertirse en el génesis de un nuevo mundo desconocido, dominado por la oscuridad de un cielo denso, sin luna ni estrellas, un océano que "nos empujaba cada vez con más fuerza contra las olas". Asimismo a Sakukibara, personaje real, le sucede algo fantástico, sobrenatural, cuando es consciente de verse reflejado en la mirada de Ayame, cuando siente que sus ojos "evocaban en mí algo parecido a la desolación".
El protagonista no está frente a otro ser humano sino ante él mismo, desnudo, desprovisto de todo aquello que considera imprescindible. Es cierto que Ayame está con él, pero actúa como la voz de su conciencia, es quien dirige sus sentimientos hasta que escucha a su propio corazón para "volver a vivir sin esa angustia". Cuando encuentra lo que quiere, Sakukibara está preparado para ser feliz. Pero antes ha debido indagar en su interior y darse cuenta de que lo que le faltaba no era nada material. Ayame, ser mágico, compara su estado monótono, infeliz, con un suceso natural, que no es otro que la atracción momentánea, la fascinación que nos produce lo desconocido, lo extraño; cuando se vuelve cotidiano, la seducción decae. Ayame nos lo recuerda con una metáfora musical, hemos de cantar, de sacar a la superficie nuestras emociones olvidadas, para recordarlas tal y como las sentimos la primera vez. En la memoria volverán a ser originales, únicas, y podremos alcanzar de nuevo esa felicidad. Nos sucederá, entonces, lo mismo que a nuestro protagonista, "me trasmitieron una paz inmensa". La nostalgia del pasado y la felicidad revivida hacen que Sakukibara se olvide de todo. Al enfrentarse a los hechos desde otro punto de vista, "un mundo muy diferente al que yo conocía" es capaz de descubrir una nueva realidad en la que se siente feliz, una realidad profunda, refugio íntimo, donde se sabe a salvo y con fuerzas para encontrar a su verdadero amor, lo único importante, "una voz que me acarició como un susurro".
Sakukibara solo quiere ser feliz con Rei.
El ambiente mágico refuerza el estilo lírico. Los sentimientos afloran a cada momento, la visión personal que el protagonista tiene de la vida; las sinestesias se agolpan según el estado de ánimo, "color cálido", "color denso y plomizo", "el aire, silencioso y tenue [...] se colaba a través del cielo". Con el lenguaje expresivo de las metáforas, los paralelismos, las aliteraciones, el autor dota, como ya es costumbre en él, de una mayor sonoridad y estética a la línea argumental. El poder de la música, comparable al de los sentimientos, es el único capaz de alejar el caos en el que podemos vernos envueltos para que todo recobre el orden y el equilibrio natural "La luna retrocedió implacable ante aquella melodía".
Algo bello queda en lo más hondo de nosotros tras leer a Sergio Hernández, la necesidad de afrontar cada amanecer con una nueva perspectiva.