Una de las imágenes que han pasado a la historia y al imaginario común proveniente de la Edad Media son las Cruzadas. Con ellas se pretendía asegurar el camino hasta Tierra Santa de los peregrinos y expulsar a los musulmanes de esos mismos lugares. Resulta curioso destacar que las tres grandes religiones monoteístas de Occidente tienen como algunos de sus lugares sagrados los mismos enclaves. Esto, unido al deseo por parte del papado de tomar el control de las monarquías y de la Iglesia de Oriente, llevo a musulmanes y cristianos a varias batallas y la aparición de ciertos personajes míticos. Se crean de esta forma héroes y modelos que suelen mezclar la realidad con la ficción, con cual resulta bastante común en la vida de ciertos personajes.
- ”La fuerza del relato “arquetípico” y del modelo casi material en la historia escrita es de una magnitud incalculable; y esta fuerza estriba en que lo tratado puede cobrar un aire de grandeza y generalidad que la materia en sí no tiene. Es la majestad del arquetipo la que ofusca y el arquetipo da al relato un aire de integridad que las acciones humanas no suelen tener por lo general.” (Caro Baroja, Juilio, De los arquetipos y Leyendas, p. 22)
Ya se ha visto en otros artículos a personajes que se elevaban por encima de su propia realidad para convertirse en héroes, en arquetipos de relatos, como es Robin Hood, el caballero Perceval o Pelayo. En esta ocasión se va a profundizar en la vida de otro personaje mítico Yûsuf ibn Ayyûd Salah ad- Dîn, más conocido como Saladino.
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La inestabilidad en el gobierno cristiano y la figura de Saladino.
En marzo de 1185 muere de lepra el rey de Jerusalén Balduino IV y unos meses después muere su hijo menor de edad, Balduino V. Por ello la nobleza accedió a que el conde Raimundo III de Trípoli siguiera en la regencia hasta decidir quién podría ser coronado. Pero la hermana de Balduino IV, Sibila, conspiró contra Raimundo y se hizo coronar junto con su esposo, Guido de Lusignan, como reyes de Jerusalén. Debido a esto las tensiones entre los nobles fueron creciendo, ya que había señores feudales que no aprobaron esta decisión.
Además a esto se unía que Guido de Lusignan no era un personaje popular. El desprecio que despertaba en los nobles era manifiesto. En la propia ceremonia de coronación Heraclio, patriarca de Jerusalén, después de coronar a Sibila se negó a hacer lo mismo con Guido, diciendo a la recién coronada reina que eligiera para el puesto de rey a quien ella considerase más digno.
Mientras que los cristianos se veía divididos por estas tensiones, los musulmanes estaban unidos bajo las ordenes de un líder de origen kurdo, Yûsuf ibn Ayyûd Salah ad- Dîn o Saladino. Saladino había firmado una tregua con Raimundo III que había conseguido llevar la prosperidad a Palestina y favorecido el comercio de caravanas. Pero un altercado iba a poner fin a la tregua y a conducir a la perdida de Jerusalén por parte de los cristianos. A finales de 1186 Reinaldo de Châtillon, señor del Krak de Moab al este del mar Muerto, atacó a una caravana de musulmanes que había partido de El Cairo. Al enterarse de este ataque, que iba contra la tregua, Saladino pidió explicaciones tanto a Reinaldo como a Guido de Lusignan.
La guerra parecía inevitable, ya que Reinaldo se Châtillon se negó a recibir a la embajada del caudillo musulmán y Guido no consiguió imponer su autoridad. Ante la amenaza Guido buscó el apoyo de los caballeros Templarios, de los hospitalarios y del conde Raimundo III de Trípoli. Pero fueron las derrotas sufridas las que llevaron a los cristianos a dejar sus diferencias y unirse ante los ataques de los musulmanes.
La primera de estas derrotas sucedió cuando un ejército musulmán cruzó los territorios del conde Raimundo y saqueó el castillo de La Féve matando a todos los templarios que vivían allí. Las órdenes del Temple y del Hospital se movilizaron e intentaron expulsar a los musulmanes, sin embargo, fueron derrotados fácilmente. La diferencia de número y la impetuosidad de los cristianos jugaron en su contra.
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La batalla de los Cuernos de Hattin.
Este fue el preparativo de la batalla de los Cuernos de Hattin. En este caso ocurre como en la batalla de Covadonga, y es que tanto las crónicas cristianas como las musulmanas exageraron las fuerzas que combatieron. Según los relatos cristianos el ejército de Guido constaba de 25.000 soldados de infantería, 1.000 caballeros, 4.000 turcoples o mercenarios musulmanes y 8.000 soldados provenientes de Enrique II, que intentaba así suplir el incumplimiento a su juramento de participar en la cruzada. Las crónicas que provienen de Imad el- Din, secretario de Saladino, son también poco creíbles, ya que habla de 50.000 tropas cristianas. La realidad es que el ejército de Guido de Lusignan debió de reunir sólo a 1.000 caballeros y a 10.000 infantes. Saladino tenía una milicia de 18.000 efectivos.
Los cristianos pidieron al patriarca de Jerusalén, Heraclio, que les acompañara a la batalla con la Vera Cruz. Según la leyenda no se podía perder ninguna contienda si la Vera Cruz estaba presente, además el que portaba el objeto sagrado no recibía ningún daño. Sin embargo, Heraclio declinó la oferta pasando el testigo al obispo de San Juan de Acre.
La Vera Cruz es considerada la cruz donde falleció Jesúscristo. Esto la convierte en una de las reliquias más importantes de esta religión. Según la leyenda de Jacobo della Voragine del siglo xiii, Elena, madre de Constantino I el Grande fue quien halló la vera Cruz. No hay que olvidar que Constantino I fue quien permitió el culto cristiano en el Imperio Romano. Elena junto con el obispo Macario amenazó a los rabinos judíos con quemarlos vivos si no revelaban el paradero de la auténtica cruz de Cristo. Al final localizaron tres cruces que podían ser la verdadera. Para averiguar cuál de las tres era la de Mesías tumbaron a un enfermo al lado de cada hasta que sanó cuando entró en contacto con el madero sagrado. Se dividió la Cruz en dos mitades, la primera fue a parar a la iglesia de la Santa Cruz de Roma y segunda a la del santo sepulcro de Jerusalén.
La victoria, sin embargo, fue para los musulmanes. El 2 de julio de 1187 las tropas de Saladino asediaron la cuidad de Tiberíades, que era propiedad de la mujer de Raimundo III de Trípoli. Guido de Lusignan convocó a los nobles para planificar la recuperación de la ciudad, a lo que se opuso Raimundo por considerar que un acción muy peligrosa. No obstante Guido se dejó convencer para emprender la marcha hacia Tiberíades.
Era esto precisamente lo que había previsto Saladino, ya que le otorgaba a él la ventaja en la batalla. En el camino hacia Tiberíades no había agua, por lo que las tropas cristianas llegaron agotadas y sedientas, mientras que los musulmanes estaban en perfectas condiciones. Durante varios días el ejército de Saladino dejó caer una lluvia de flechas sobre las huestes cristianas. Después el líder musulmán mandó incendiar el campo alrededor del cual habían acampado los cristianos. El agotamiento y la sed llevo a los cristianos a lanzarse en un ataque desesperado. La mayoría murieron o fueron prisiones, sólo unos pocos se refugiaron en la colina de Hattin, donde pudieron resistir hasta que el cansancio y la falta de víveres acabaron con ellos.
Sin embargo, Raimundo logró escapar, lo que le valió el título de cobarde e, incluso, se dijo que había pactado con Saladino e informado a éste de la situación de las tropas cristianas. El rey Ricardo I Corazón de León le consideró, según la obra del poeta anglonormando Ambrosio, un desertor.
El obispo de Acre, que portaba la vera Cruz, fue alcanzado durante el combate por una lanza y murió. Esto hizo decaer el ánimo, ya bajo, de los soldados cristianos. Saladino se hizo con la reliquia. Durante muchos años se consideró que la vera Cruz se había perdido en la batalla. En la Tercera Cruzada el rey Ricardo I intento hacerse de nuevo con ella sin éxito. A raíz de esto se gestaron infinitud de leyendas sobre su paradero y proliferaron los fragmentos de la misma. Estas historias fueron tan populares que pronto hubo fragmentos de la verdadera cruz para llenar un navío entero, como aseguraría el teólogo Juan Calvino en el siglo xvi.
La imprudencia y la falta de liderazgo de los nobles cristianos condujeron a la mayor victoria que había conseguido Saladino. Guido de Lusignan, Reinaldo de Châtillon y el maestre del Temple Gerardo de Ridefort junto con otros nobles fueron hechos prisoneros. Saladino quedó como un héroe para los musulmanes, como podría ser el rey Ricardo I Corazón de León o el Cid Campeador para los cristianos. Se cuenta que Saladino llamó a su tienda a Guido y a Reinaldo ofreciendo agua con nieve del monte Hermón al rey cristiano. Guido de Lusignan, después de saciar su sed, le pasó la copa a Reinaldo. Ante esto Saladino dijo que él no había ofrecido de beber a Reinaldo, sino que había sido Guido, ya que dar comida o bebida a un cautivo implicaba perdonarle la vida según las leyes islámicas. Después mató a Reinaldo con su propia espada. Guido temía por su vida, no obstante, Saladino le dijo que “un rey no mata a otro rey”. Saladino había jurado que mataría a Reinaldo de Châtillon con sus propias manos por los crímenes que había cometido.
La victoria de la batalla de los Cuernos de Hattin condujo al ejército musulmán a la conquista de Jerusalén, ya que había quedado desprotegido. Saladino conquistó en pocas semanas toda la Galilea ante el asombro de los reinos de Europa. De ahí que se organizara la Tercera Cruzada, en la que participó el ya citado Ricardo I Corazón de León, el emperador germano Federico I Barbarroja y Felipe II Augusto de Francia. Sin embargo, Jerusalén no llegó a ser de nuevo de los cristiano. Tras varios meses de batallas el ejército de Ricardo consiguió algunas victorias y logró firmar una tregua con Saladino. Jerusalén permaneció siendo musulmana, pero se dio vía libre a los cristianos que quisieran peregrinar a ella.
Quizás ocurra en la narración de estas batallas que las cifras de los dos bandos se inflen de forma poco creíble, pero las leyendas se forjan de esta manera. Al igual que en la batalla de Covadonga o de la Chason de Roland se entiende este tratamiento por el intento de dar relevancia a los hechos. La referencia a objetos mágicos suele ser también un tópico en estos relatos. En Covadonga se muestra las virtudes de una cueva sagrada y la aparición de la Virgen, en la historia aquí narrada juega su papel la reliquia de la Vera Cruz. La identidad nacional o religiosa y la referencia a objetos mágicos son ingredientes de la creación de gestas y leyendas apoyadas en hechos reales como es la batalla de los Cuernos de Hattin y la conquista de Jerusalén por Saladino.
Bibliografía:
Caro Baroja, Julio, (1991), De los arquetipos y Leyendas, Madrid, ed.Itsmo.
González Ruiz, David, (2010), Breve Historia de las leyendas medievales, Madrid, ed. Nowtilus.