Introducción
En este artículo, se pretende abordar el tema del Salazarismo, el régimen dictatorial que gobernó Portugal desde 1926 hasta 1974. En primer lugar, se abordará el contexto histórico de manera resumida, a continuación, se caracterizará al régimen salazarista en diversos aspectos generales, y, a continuación, se abordarán las polémicas y debates que existen entre los expertos, destacando especialmente la cuestión sobre si a este régimen lo podemos considerar fascista o no.
En cualquiera de estos apartados, se tratarán de hacer comparativas y relaciones con regímenes que pudiesen ser considerados semejantes al salazarismo, destacando especialmente al franquismo en el caso español.
Finalmente, y tras todo lo anterior, trataremos de articular unas conclusiones propias sobre el tema, en las cuales intentaremos dar respuesta a la siguiente cuestión: ¿podemos considerar al régimen salazarista como “fascista” o no?
Contexto histórico
Portugal llega a mediados del siglo XIX con una monarquía restaurada tras la caída del absolutismo, y que a partir de ese momento gobernó con los liberales en un sistema de alternancia de partidos llamado Rotativismo (muy semejante al Turnismo en España).
Más avanzado ese siglo, y al igual que ocurrió en España, Portugal también sufrió las consecuencias de la crisis finisecular, que en el caso portugués tuvo algunas características semejantes al caso español, pero también tuvo algunas peculiaridades propias. En Portugal fue una crisis económica (bancarrota del Estado), un período de inestabilidad política y social (frecuentes cambios de gobierno y golpes de Estado, fructíferos o no), y, lo más importante, fue una crisis de legitimidad política.
Si en el caso español, el detonante de la crisis de legitimidad política fue el “desastre de 1898”, que implicó la pérdida de antiguos territorios coloniales como Cuba y Filipinas, en el caso portugués ese detonante sería el fracaso del llamado “mapa de color rosa”, un proyecto expansionista en el que se pretendía unir por tierra las colonias portuguesas de Angola y Mozambique. Esto provocó un conflicto diplomático con Gran Bretaña (país con el que Portugal mantenía una relación histórica de dependencia económica), a través de un ultimátum británico al gobierno portugués a inicios de 1890, lo cual acabó con el fin de esas pretensiones portuguesas.
Esta decisión desató una ola de descontento político y social de corte nacionalista. Aprovechando este descontento, el Partido Republicano Portugués, que lideraba la oposición al régimen, fue capitalizando adeptos a su causa (sobre todo, procedentes de la pequeña burguesía y de las clases populares urbanas), hasta conseguir, a través de una revolución armada, el fin del sistema monárquico y la instauración de la I República Portuguesa en 1910.
A pesar de las promesas de democratización, la I República Portuguesa nunca fue un régimen democrático (de hecho, las leyes electorales de participación eran más restrictivas que durante el Rotativismo). Una de las grandes promesas que efectivamente cumplió el nuevo régimen fueron las leyes de carácter laicista, que afectaban enormemente a la Iglesia, y que acabó convirtiendo a esta institución en uno de los baluartes de la oposición a la república. Por los restantes aspectos, no hubo grandes cambios: en algunos momentos se consiguió algún breve período de estabilidad económica, pero nunca fueron períodos muy duraderos.
Los gobiernos de la I República Portuguesa vieron con buenos ojos la participación de Portugal en la I Guerra Mundial, viéndola como una oportunidad económica, y como una garantía de defensa nacional (tanto de la metrópolis como de las colonias). Pero esto acabó siendo contraproducente para los gobiernos republicanos, lo que provocó, de nuevo, más inestabilidad política, e incluso la aparición de dos breves períodos dictatoriales: Pimenta de Castro (1915) y Sidonio Pais (1917-1918).
Finalmente, el régimen republicano acaba por desaparecer en 1926 tras un golpe de Estado militar, que a diferencia de lo que ocurriría más tarde en el golpe de Estado en España de 1936, fue totalmente triunfante y apenas tuvo oposición a la que enfrentarse, ni mucho menos tuvo que hacer frente a una guerra civil como en el caso español. El golpe de Estado de 1926 inaugura lo que conocemos como Estado Novo, que duró hasta el 1974.
Caracterización general
El Estado Novo, el régimen dictatorial más largo de la Europa Occidental de la época, lo podríamos dividir cronológicamente en tres fases: la primera, la de la Dictadura Militar (1926-1932), un período donde los militares sublevados se alternan con mucha frecuencia en el poder, pero sin tener un proyecto político claro, la segunda, la fase salazarista (1932-1968), que coincide con el ascenso al máximo poder de António de Oliveira Salazar hasta que fue apartado del poder debido a su enfermedad, y la tercera fase, la fase final (1968-1974), que coincide con el gobierno encabezado por Marcelo Caetano hasta el fin del régimen.
Ideológicamente, el régimen era, de una manera muy semejante al franquismo, una amalgama de ideologías de carácter conservador que tenían en común la voluntad de querer derribar al régimen republicano y de regresar a los valores tradicionales como garantes de la “paz social”. Dentro de los apoyos al nuevo régimen había grupos muy diferentes: monárquicos, republicanos conservadores, católicos, grandes terratenientes, grandes industriales,…
Pero el catolicismo social fue la corriente de pensamiento que mayor predominio tuvo en la ideología oficial del régimen, debido, en gran medida, a la procedencia político-ideológica del propio Salazar.
Salazar militó en los inicios de su vida política durante la I República en el Centro Católico Portugués, pequeño partido político con un programa ideológico basado en el cristianismo social, partido a través del cual, llegó a ser diputado en el Parlamento en 1921. Salazar, licenciado en Derecho y catedrático en Economía especialista en finanzas, llega al poder en la dictadura militar gracias a su nombramiento como Ministro de Finanzas en el gobierno del coronel Vicente Freitas en abril de 1928, a través del cual, y debido a su exitosa gestión al frente de este ministerio, comienza a ser considerado como el “hombre fuerte” del régimen.
La educación fue la rama del poder donde la Iglesia Católica tuvo su mayor influencia. Con Salazar, la religión católica volvió a ser de enseñanza obligatoria en las escuelas públicas. También el régimen adoptó las encíclicas papales como referentes propios del régimen en la cuestión del papel de las mujeres en la sociedad portuguesa del momento. Sin embargo, algunas medidas laicistas que se consiguieron alcanzar durante la I República Portuguesa, como la separación entre Iglesia y Estado, o la ley de divorcio, no fueron modificadas durante la dictadura o se modificaron más ligeramente de lo que a priori cabría esperar de un régimen dictatorial de inspiración católica.
Es a partir de 1930, durante el proceso de institucionalización del régimen, llevado a cabo por Salazar, cuando el Estado crea el partido oficial del régimen, Unión Nacional. Este hecho ya nos adelanta dos aspectos relevantes del régimen y del citado partido: la falta de necesidad por parte del régimen de movilizar políticamente a la población, y la debilidad orgánica de Unión Nacional, debido a su supeditación al Estado. Como dijo Braga da Cruz, Unión Nacional “no fue (…) un partido de gobierno, sino mas bien un partido del Gobierno”.
Aunque en la praxis este régimen fue dictatorial, lo cierto es que el régimen se quiso dar un aspecto formal de régimen liberal, lo cual en algunos momentos llevó a que se produjesen ciertos engaños en una parte de la oposición al régimen. La Constitución de 1933 (promulgada por el régimen) hacía una declaración de derechos, proclamaba la separación de poderes, dio pie a la creación de órganos de representación política con capacidad legislativa, establecía un Presidente de la República (que ejercía la Jefatura del Estado) elegido por sufragio popular en elecciones cada siete años,… pero la realidad fue que Salazar, desde su cargo de Presidente del Consejo, gobernó a su antojo sin apenas oposición real, y la mayor parte de lo promulgado en la Constitución de 1933 quedó en papel mojado.
A pesar de que el régimen liquidó al fascismo endógeno portugués, representado en el Movimento Nacional-Sindicalista de Rolão Preto (partido inspirado directamente en la Falange Española), a partir de los años 30, y debido en parte a la situación en España después de la caída del régimen de Primo de Rivera (II República Española y Guerra Civil), el régimen experimentó una creciente influencia del fascismo y de la represión, debido a tres aspectos fundamentales: el aumento de las conspiraciones de la oposición republicana portuguesa con base en España durante la II República Española, temor a posibles tentativas de iberismos surgidos en España, y miedo a que la situación bélica de la Guerra Civil española pudiese pasar a territorio portugués.
Un síntoma de esa crecente influencia del fascismo en el régimen salazarista durante los años 30 fue la creación de diversos organismos estatales que se inspiran directamente de instituciones semejantes de regímenes fascistas o fascistizados como el franquista o el fascista italiano, organismos tales como Mocidade Portuguesa, organización de encuadramiento infantil y juvenil inspirada en el Frente de Juventudes franquista, o Legiao Portuguesa, cuerpo paramilitar inspirado en los Camisas Negras del fascismo italiano, y que a partir de 1945, se convirtió en un cuerpo de “guardia territorial” muy colaborador con la PIDE (Policía Internacional e de Defensa do Estado, la policía secreta del régimen) debido a la gran red de informadores que tenían.
Por otro lado, el régimen salazarista jugó sus relaciones diplomáticas entre el apoyo al franquismo, la continuidad de las tradicionales relaciones con Gran Bretaña, e ya en el medio de la II Guerra Mundial, y a pesar de su “neutralidad” en el conflicto, consiguió nuevas relaciones con Estados Unidos, lo cual supone una muestra de la permeabilidad y flexibilidad del régimen, que además hizo que el régimen, a pesar de sus características políticas e ideológicas, fuese relativamente mejor tratado en el inmediato período de posguerra en comparación con regímenes similares donde el fascismo estaba más presente, como en el caso del franquismo.
En el aspecto económico y laboral, el régimen se caracterizó por su corporativismo, interviniendo en las relaciones entre empresarios y trabajadores, y apostando, por lo menos en los primeros tiempos del régimen, por un régimen autárquico y de fuerte intervención del Estado en la economía, pero que también supo aprovecharse de los beneficios económicos de las exportaciones portuguesas por la neutralidad portuguesa durante la II Guerra Mundial, que beneficiaron no sólo a la metrópolis, sino también a las colonias.
Después de la II Guerra Mundial, al contrario de lo que pensaba gran parte de la oposición, el régimen pudo sobrevivir a pesar de las presiones por la democratización que imperaban en gran parte de Europa, debido, en parte, a su habilidad diplomática, y en parte también debido a la capacidad del régimen de disfrazarse ante la mirada internacional, de democracia, otorgando más importancia a las elecciones, en las que ahora podía participar la oposición, haciendo una amnistía limitada, relajando la censura,… medidas que, desde luego, no tuvieron efectos importantes.
Además, el régimen siguió sobreviviendo a partir de la década de los años 50 debido al contexto internacional de la Guerra Fría, pues el régimen de Salazar, desde la visión de los Estados Unidos y de sus aliados, servía como garante de anticomunismo en Portugal.
Pero la década de los años 50 también sería el momento donde se comenzarían a desarrollar los dos grandes problemas que, a posteriori, causarían la crisis y caída del régimen salazarista: la oposición de dentro del propio régimen, y la cuestión colonial. Dentro del propio régimen, se acabaron por posicionar dos tendencias: la reformista y la ortodoxa. Estas dos tendencias provocaron conflictos internos que Salazar trató de remediar con continuar con las políticas basadas en mantener los equilibrios de poder entre las diferentes “familias” del régimen, políticas que a largo plazo no camuflaron las crisis internas del régimen, o a través de la represión en momentos como la presentación de la candidatura opositora de Humberto Delgado y las simpatías que esta candidatura generó en una parte de los militares.
Pero el aspecto que realmente acabó por destruir al régimen del Estado Novo fue la cuestión colonial. El régimen salazarista no consiguió afrontar de manera satisfactoria la cuestión nacional, en un momento como el final de la década de los años 50, donde el contexto internacional favorable a la descolonización comenzó a surgir y acabó siendo imparable.
El régimen salazarista se mantuvo inmóvil en sus posiciones, y defendió sus colonias a toda costa. Sin embargo, los enormes costes políticos, humanos y económicos de esa defensa incuestionable de las colonias portuguesas fueron desacreditando poco a poco al régimen. Las enormes inversiones económicas destinadas a los esfuerzos bélicos, el grandísimo número de personas movilizadas para la lucha, y el descrédito internacional ante una ONU que va aumentando en número de países miembros gracias a los procesos de descolonización, ante una guerra imposible de ganar, acabó por dividir al ejército, uno de los principales valedores do régimen.
La retirada del poder por enfermedad de Salazar en 1968, y el correspondiente nombramiento del reformista Marcelo Caetano como nuevo Presidente del Consejo, no consiguieron solucionar los problemas de fondo del régimen. El nuevo proyecto político acabó por no contar con apenas apoyos, ni siquiera por parte de muchos de los tradicionales valedores del régimen salazarista.
A pesar de la política aperturista y conciliadora de Marcelo Caetano, la cuestión colonial no cambió de esa tendencia negativa señalada anteriormente, hecho que acabó desacreditando y deslegitimando al régimen, hasta que el 25 de abril de 1974, una parte de los militares encuadrados dentro del llamado Movemento dos Capitáns, dieron un golpe de Estado que acabó con este régimen y dio paso al actual período democrático portugués.
Pedro Caramelo (a.k.a. Simón de Eiré, a.k.a. “el boinas”)