Saldando cuentas con el romanticismo, Gustave Flaubert

Publicado el 10 julio 2014 por Kim Nguyen

“El furor de Venecia pasó igualmente, tanto como el delirio de las lagunas y el entusiasmo por los tocados de terciopelo con plumas blancas; empezó a comprender que también se podía situar el asunto de un drama en Astrakán o en Pekín, región a la que se recurre poco en literatura.
También la tempestad perdió considerablemente en su estima; el lago, con su eterna barca y su perpetuo claro de luna, le parecieron tan inherentes a los keepsakes que prohibió hablar de ellos, incluso en la conversación familiar.
En cuanto a las ruinas, casi terminó por odiarlas desde que cierto día, en una vieja fortaleza, cuando soñaba tendido sobre rabanillos silvestres y admiraba una magnífica clematita que rodeaba un fuste de columna rota, había sido importunado por un comerciante en sebo conocido suyo, quien declaró que le gustaba pasear por esos lugares porque aquello recordaba recuerdos, declamó al punto una docena de versos de madame Desbordes-Valmore, escribió en seguida su nombre en la muralla, y al fin se fue, según dijo, con el alma plena de poesía.
Dijo un adiós sin retorno a la muchacha que llevaba a cuestas su inocencia y al anciano abrumado por su aspecto venerable, pues la experiencia pronto le había enseñado que no siempre hay que reconocer algo angelical en las primeras ni algo patriarcal en los segundos.
Naturalmente poco bucólico, la pastora de los Alpes, en su casita, le pareció la cosa más común del mundo; ¿acaso no hace sus quesos igual que una normanda?, etcétera.”

Gustave Flaubert
La primera Educación sentimental, 1843-1845
Capítulo 27

Foto: Achille Lemot
Caricatura de Gustave Flaubert, 1869