Atardecía mientras volvía a casa por la carretera el lunes pasado. El ocaso brindaba uno de esos espectáculos que invitan a pararse a contemplarlos. El sol se ocultaba como a regañadientes más allá del horizonte y dejaba un último haz de luz intenso, dorado y brillante que se prolongaba en el cielo casi hasta el cenit. Un baño de tonalidades doradas, rojas y violáceas envolvían su postrero estertor vespertino. A mi alrededor el trigo susurra mecido por la brisa tachonado de amapolas rojas y bordeado de flores de diversos colores. Me dejo mirar todo eso.Al llegar a casa me espera A., un treceañero que quiere preguntarme sobre un antivirus que le permita jugar a juegos online, está realmente enganchado a ellos. Es un contraste con lo otro, le invito a mirar más allá de la pantalla, el mundo está ahí fuera, el mundo real lleno de cosas maravillosas para vivir y compartir, por más que a veces se oculte alguna trampa dolorosa. Y pienso que tal vez todos deberíamos hacer un esfuerzo por apagar el PC y la tele, como dice aquel
vecino de Lugo que se ha encadenado a un televisor como protesta, y empezar a vivir la vida real, en la que podemos ser realmente felices y encontrar el sentido a lo que somos y a los dones recibidos.No sé, tal vez a mi también me venga bien el consejo, así que hasta mañana.