Es un tema en boca de todo el mundo. Famosos y gente de a pie, todos hablamos de la violencia de género como un lastre de esta sociedad que debemos erradicar, reeducar desde la infancia e intentar concienciar a toda la población de su perjudicial desenlace.
Sin embargo, un tema tan popular y que tan buena fama da hablar de él, deja de serlo cuando el caso concreto se ubica dentro de tu núcleo afectivo o amistoso. Viene a ser un poco como aquella frase que decía mi abuela: yo no soy racista, pero hija, tú no te cases con un negro. Algo parecido ocurre cuando el maltratador es tu amigo, tu compañero de trabajo, tu hermano... No te cabe en la cabeza que alguien que se comporta tan bien contigo pueda convertirse en un verdadero monstruo cruel y dominante de puertas para adentro. Sencillamente, no puede ser. A buen seguro su mujer se ha vuelto loca o quiere sacarle una buena pensión del divorcio (comienzas a buscar excusas para no ver lo obvio).