Salir de dentro

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Hay ocasiones en las que es difícil escribir las cosas que pasan, las cosas que haces, las cosas que ves, las cosas que sientes. Hay veces en las que no se puede hacer nada de esto. En esas situaciones lo mejor es guardar las cosas en el corazón y meditarlas. Nada más que eso. Y nada menos.

Las experiencias que me proporciona tener una moto, ser un motero -un rudo motero, el más rudo de todos- pueden llegar a ser realmente intensas. Ya me ha pasado algunas veces. Me ha pasado cuando han sido rutas largas o rutas cortas, cuando he hecho simples paseos o cuando he visitado lugares fascinantes o paisajes espectaculares. Pero como sabe el amable lector, sigo empeñado en encontrar las palabras que reflejen la raza belleza de las cosas de las que participo. Hay que ser capaz de salir de uno mismo y tomar un poco de perspectiva, y ver las cosas de lejos para entender cómo son de cerca.

He comenzado así este post de hoy porque este fin de semana he estado de ruta. Hemos estado en varios lugares y hemos pernoctado en el Monasterio de nuestra señora de Valvanera, patrona de La Rioja. Y hemos vuelto todos a casa, que es lo más importante. Proclive, Darix, Noe, Fendetestas y yo estamos en casa. No ha habido ningún accidente, no nos han robado nada, las motos están enteras y nosotros también, nadie se ha caído, no hemos necesitado ambulancias ni Guardia Civil. Últimamente me estoy empeñando en valorar cosas que no deberíamos pasar por alto, las cosas que son normales, las coas que damos por supuesto.

Las motos que han participado han sido una Honda VT125, una Honda CB500X, una Sportster 1200 Low y mi Sporter Iron 883. No todas estas cuatro motos están en la misma cilindrada (125, 471, 883 y 1200) ni en el mismo estilo, ni en el mismo color. Son cuatro motos bastante heterogéneas y las cuatro han sido capaces de ir y de volver. No voy a resucitar aquel post en el que hablaba de las motos pequeñas y de las motos grandes, porque sigo pensando que con cualquier moto puedes ir a cualquier sitio. Es un asunto de voluntad personal.

Las personas que han participado han sido cinco: Darix, un tipo que empieza a ver los frutos del esfuerzo personal; Proclive, un hombre que tiene comprometida la casi totalidad de la capacidad de almacenamiento corporal; Fendetestas, ese tipo de personas que sabe lo que hay que hacer en cada momento; Noelia, una de esas personas que sabe lo que hay que decir en cada momento; y yo, un tipo que percibe cosas de esas que no tienen importancia.

Bueno, el caso es que las cuatro motos y las cinco personas hemos estado de ruta. Desde Madrid hasta San Millán de la Cogolla, atravesando la provincia de Guadalajara, Soria y La Rioja en medio de un ola de calor que se manifestó mucho más intensamente a la vuelta. Realmente no hemos atravesado estos territorios sino que los hemos cosido. Los hemos cosido a golpe de acelerador y de freno, a golpe de agua y de asombro, a golpe de sol y de sombra, a golpe de jamón y de agua.

Hemos vuelto a visitar Atienza, que es un lugar lleno de piedras certificadas por el notario de la Historia. Entre esos paisajes en los que la tierra rosacea, limitando casi con Soria, a unos cuantos metros de altitud sobre el nivel del mar, donde el sol modera su voz. Donde las carreteras van subiendo metros por kilómetros y donde la montaña va pidiendo paso a los cereales de oro que ya se han llevado.

No podíamos renunciar a visitar San Baudelio de Berlanga de ninguna manera. Se trata de un templo mozárabe del siglo XII -ya hablé sobre este lugar- que está apartado de la carretera, y que contiene lo que queda de las pinturas que ahora viven en América. Animales, roleos, tornapuntas, San Martín, cenefas. Y la palmera central, ese enorme pilar que pusieron en el centro de la construcción para poder sujetar la cubierta. Era fácil imaginarse la vida de aquellos eremitas y era fácil imaginarse cuando alguien los elevó de categoría con esta construcción que sirvió de hito de la fase de repoblación que los cristianos iban haciendo tras las líneas de las guerras que iban librando y ganando al infiel. Quiero agradecer a la persona que lo cuida, que ordena las visitas, la atención especial que tuvo conmigo. Solo pude pagarle con un beso y un abrazo.

El siguiente hito fue el Puerto de Santa Inés. Tras salir de San Baudelio y saludar con la mano a Picasso en Berlanga y al Andaluz en las estribaciones de la serranía, tras pasar Vinuesa y la Laguna Negra, hicimos alto en Santa Inés. Allí, quien manda ahora es el sol, porque hace un par de meses quien mandaba era la umbría tormentosa y amedrentadora de la que tuve que escapar por Michelines. El sol, la buena temperatura, el jamón, el bosque. Y la bajada, la lenta bajada, y la internada hacia Montenegro de Cameros, dentro del bosque, que te lleva hasta las dos Vinegras. En la de Abajo estaba el surtidor de gasolina. Quiero resaltar que puse ocho litros escasos tas doscientos seis kilómetros. Casa Goyo se llama el lugar, Aprietas el botón rojo y sale el señor del restaurante de enfrente y te atiende, y luego te atiende en el restaurante. Entablé conversación con él y no dejó de lamentarse de la poca rentabilidad de su gasolina, de su local y de algo más.

La cantidad de carreteras curvadas que habíamos hecho hasta entonces resultaron ser poca cosa, porque entre Vinegras de Abajo y Anguiano, donde el río Najerilla -deudor del Ebro- que se apresa en Mansilla, encontramos una pista de baile de unos veintitantos kilómetros que merecieron la pena ser bailados al son del escape de la Cabezota. Un rato magnífico en el que dejas de pesar, de tocar el suelo, donde puedes volar a cincuenta por hora sin preocuparte por casi nada.

Queríamos conocer la casa de Emiliano Cogolla, también conocido como Millán Berceo. Este santo falleció en 574 y comparte cuna con Gonzalo, que nació seiscientos años después: el monasterio de San Millán de la Cogolla, que tiene dos sedes, la de Yuso y la de Suso -la de abajo y la de arriba-. Nosotros fuimos a la de abajo, que es donde se guardan las Glosas, esas notas al margen de uno de los códices que allí se atesoran, que suponen el primer testimonio escrito de lo que luego será la lengua castellana.

En Valvanera teníamos el alojamiento. Tengo un recuerdo infantil relacionado con la Virgen de Valvanera, que no sé ubicar ni definir, pero lo tengo. Por tanto, ir al Monasterio de Valvanera, donde vive la talla de esta Virgen del siglo XII, era para mí algo bonito. Un monasterio con hospedería. Un reformadísimo monasterio reconocible solo en sus detalles. Es un edificio bien español, todo ecléctico, todo mezcla, todo misterio, todo oscuro, todo cerrado, todo ilógico. El entorno es difícil de describir incluso adjuntando fotografías. Se trata de un bosque perdido entre montañas perdidas entre Iregua y Ezcaray. Lo cierto es que la sensación de estar perdidos más intensa de este viaje ha sido la de querer acudir a compartir con los benedictinos el rato de la Lectio Divina y no poder hacerlo.

El Cañón del Río Lobos, a las doce de la mañana, no pide perdón, y el castillo de Ucero tampoco. Es otro paisaje, es otro estilo, es otra latitud, es otra cosa. Es la vuelta, la calurosa vuelta que atrae a nuestras motos por esas carreteras de Dios que llevan a Riaza, lugar de carne poco hecha, de fresca lechuga y de vino cerrado.

Ir de ruta es salir de la propia realidad. Es inventarse una realidad provisional a sabiendas de que se acaba mañana o pasado. Es salir del charco diario para meterse en una dinámica de convivencia diferente. Para hacer esto posible solo hay dos requisitos: el primero es tener una moto, cualquier moto, y el segundo es la voluntad. Sin moto no hay ruta motera y sin voluntad no hay nada más allá del interés propio. Sin moto no hay ruta y sin voluntad de salir de dentro de ti, tampoco.