Salman de Oz

Publicado el 20 marzo 2013 por Diezmartinez


¿Se necesita algún pretexto para volver a ver un clásico? Por supuesto que no. Y si ese clásico es El Mago de Oz (The Wizard of Oz, EU, 1939), no sólo NO se necesita un pretexto, sino que resulta obligatoria la revisión de la cinta por lo menos una vez al año, con el fin de desintoxicarnos de mal cine y, de pasada, regresarnos momentáneamente al ideal estado infantil.    Aunque hay otros musicales más redondos en su discurso temático, en su realización, incluso en sus números musicales, El Mago de Oz conserva una imbatible aura de leyenda y ha creado -y criado- una merecida veneración entre diferentes generaciones de cinéfilos en todo el mundo. La película ha propiciado la aparición de una docena de secuelas y/o aproximaciones, tanto a la cinta de 1939 como a las historias originales escritas por L. Frank Baum, y ha sido citada  innumerables veces en infinidad de filmes. El trágico destino de su estrella, Judy Garland, es otro motivo para la perpetua fascinación que provoca la cinta, y el inmortal tema de Arlen y Harburg “Over the Rainbow”, interpretada por una Garland mirando ensoñadora hacia el cielo, pareciera, a la distancia, un irónico y cruel comentario sobre la difícil vida que tendría la madre de Liza Minelli a partir de este filme. Sin embargo, con todo y nuestra fanática admiración por esta cinta, quien esto escribe no tenía la más remota idea sobre una de las más insólitas influencias que tiene El Mago de Oz sobre uno de los más importantes autores de habla inglesa de los últimos años: Salman Rushdie. El autor de Los Versos Satánicos nos confiesa, a boca de jarro, en la primera oración de su pequeño pero maravilloso texto fílmico/autobiográfico The Wizard of Oz (Brittish Film Institute, Londres, 1992, 69 pp.): “Escribí mi primer cuento en Bombay a los diez años; su título era ‘Over the Rainbow’”. Pocas páginas después, Rushdie es más claro aún, por si alguien no había entendido la sugerencia: “El Mago de Oz me convirtió en escritor”. Antes de seguir, es obligado hacer una rápida revisión del filme. La trama de El Mago de Oz tiene la misma premisa de Alicia en el País de las Maravillas: la soñadora niña Dorothy Gale, quien vive en una pobre granja de un Kansas en blanco y negro, sueña con un lugar mejor, en donde los sueños se hagan realidad (“Some Over the Rainbow”). Un tornado lleva a Dorothy, con todo y casa, al mágico mundo de Oz, en donde conocerá a los divertidos y pomposos “munchkins” (“Munchkinland”) y a la Bruja Buena Gilda (Billi Burke), para luego enfrentarse, sin querer, con la Malvada Bruja del Oeste (extraordinaria Margaret Hamilton). Dorothy, quien posee ciertas zapatillas mágicas que desea la Bruja Malvada, decide buscar al poderoso Mago de Oz para que éste la regrese sana y salva a Kansas. En el camino, Dorothy se encontrará con un Espantapájaros (el notable bailarín Ray Bolger) que desea tener un cerebro (“If I Only Had a Brain”), un Hombre de Lata (Jack Haley) que desea tener un corazón (“If I Only Had a Heart”) y un León Cobarde (espléndido Bert Lahr) que desea tener valor (“If I Only Had the Nerve). Los cuatro amigos –acompañados de un perrito-ladilla llamado Toto- se dirigirán, entonces, a buscar al Mago de Oz para que cumpla todos sus deseos (“We’re off to see the Wizard”). Sin embargo, después de vivir varias aventuras, peligros y rescates de último minuto, los cuatro compañeros descubren que el tal Mago (Frank Morgan) no es más que un ridículo viejo que ha engañado a todos los habitantes de Oz usando una enorme variedad de trucos baratos. El análisis que hace Rushdie del filme -volvamos al texto ya mencionado del escritor indio-británico- parte de varias fuentes. Por supuesto, echa mano de la teoría de autor (sin mucho éxito, pues la película, no fue dirigida sólo por Victor Fleming sino por otros tres grandes artesanos sin crédito: King Vidor, George Cukor y Richard Torpe), comenta con pertinencia el filme en relación con películas similares (¿Quién Engañó a Roger Rabbit, La Guerra de las Galaxias, Blanca Nieve y los Siete Enanos, y otras) o no tanto (el cine de Antonioni), analiza con sagacidad los orígenes literarios de la saga infantil de L. Frank Baum, y narra con una prosa ligera y desarmante varias anécdotas bastante sabrosas sobre la filmación de la película –algunas ciertas, otras falsas, todas muy divertidas. Sin embargo, si el texto de Rushdie vale como pieza literaria tanto como capcioso ensayo fílmico, es porque propone un par de lecturas notables –una, entrañablemente autobiográfica; la otra, genuinamente original- y porque permite al lector construir una tercera interpretación del filme, relacionada con la propia obra literaria de Rushdie. La veta autobiográfica del texto es muy rica, en más de un sentido: Rushdie nos lleva a sus años infantiles en los que descubrió su vocación literaria después de ver El Mago de Oz, nos describe con generosa nostalgia el cine fantástico indio que veía en su niñez y nos entrega una conmovedora lectura sobre el descubrimiento climático del filme (que el “poderoso” Mago de Oz no es más que un pobre viejo ridículo que no hace un solo truco de magia) y lo extrapola al momento en el que su padre, Anis Ahmed Rushdie, se transformó, de papá “mágico y poderoso” en un hombre común y corriente. Le tomó la mitad de la vida a Rushdie, según nos confiesa, darse cuenta que su padre “era sólo un buen hombre, pero un muy mal Mago” (p. 10). Como nuestros padres y como nosotros mismos, agregaría yo: magos falsamente poderosos. La otra lectura, más original, tiene también varias aristas autobiográficas. Para Rushdie, las aventuras de Dorothy en el fantástico mundo de Oz es una suerte de alegoría sobre “la dicha de irse de casa, de dejar lo gris y entrar al color, de hacer una nueva vida en un lugar ‘dónde no hay problemas’. ‘Over the Rainbow’ es –o debería de ser- el himno de todos los inmigrantes del mundo...” (p. 23). Para un escritor nacido en la India, criado en Inglaterra y que ha pasado los últimos años viviendo de incógnito sin tener un hogar permanente, es más que obvio el cúmulo de sugerencias que puede ofrecer una película cuyo personaje principal tiene una zapatillas color rubí que le permiten ser “intocable” y que entona una canción cuya letra habla de un lugar “en donde los sueños que tú te atreves a soñar se hacen realidad”.  El Mago de Oz es, pues, para Rushdie, una metáfora sobre el viaje a tierras desconocidas y las estrategias para sobrevivir como inmigrante. Dorothy ha elegido ser una recién llegada cortés, amable y bondadosa; el supuesto Mago -¡quién también es de Kansas!- ha elegido, en contraste, una apariencia feroz, terrible, misteriosa. Sin embargo, como bien lo hace notar Rushdie, la amabilidad por sí misma no es suficiente para triunfar, ni tampoco las máscaras y engaños que usa El Mago resultan ser infalibles. Dicho de otra manera, ni ser completamente bueno o (fingir) ser malo son garantías de éxito en el fantástico mundo de Oz: una provocadora “parábola sobre la condición de inmigrante”, en palabras de Rushdie. La tercera interpretación que uno puede construir como lector y cinéfilo sobre El Mago de Oz –me refiero tanto el filme como al texto de Rushdie- es la fuerte influencia que tiene la película sobre la obra del escritor indio-británico. Ya anoté cómo Rushdie fue inspirado por la cinta a escribir su primer relato llamado, precisamente, Over the Rainbow. A lo largo del ensayo, el escritor desliza otro par de confesiones centrales: el sueño del narrador en su novela Los Hijos de la Medianoche está basado en El Mago de Oz, y Harún y el Mar de Historias no hubiera podido ser escrita sin su fijación en Dorothy y sus tres amigos. No estorbaría releer parte de la obra de Rushdie teniendo esto en mente. Esto nos lleva, por último, a retomar las palabras que Rushdie publicó en REFORMA hace tiempo (“Abortos en la India”, 21 de mayo de 2001, 30-A): “Siempre me consideré afortunado por pertenece a una gran familia india dominada por mujeres... Las hermanas de mi madre son un par de tías tan formidables e irresistibles... En mis obras de ficción, he intentado de manera reiterada crear personajes femeninos tan ricos y poderosos como aquellos que he conocido. Los hombres en mis libros son en muy escasas ocasiones tan extravagantes como las mujeres. Y es así como debe ser. O, al menos en mi experiencia, como ha sido”. No se necesita una mejor explicación: para un niño criado en una familia cuyas mujeres dominaban el escenario y cuyo paterfamilia era “un buen hombre, pero un muy mal mago”, un filme como El Mago de Oz tenía que dejar un impacto tan fuerte y duradero. En El Mago de Oz sólo las mujeres (Dorothy, la Bruja Buena Gilda, la Malvada Bruja del Oeste) son poderosas, mientras los hombres (El Espantapájaros sin cerebro, el Hombre de Lata sin corazón, el León cobarde, el falso Mago) son (¿somos?) una sarta de inútiles. Menos mal que sólo se trata de una película y de su influencia en la obra literaria de Salman Rushdie: en la vida real no sucede esto, ¿verdad?