La música cubana adolece la falta de una plataforma teórica y conceptual que la legitime en su justa cabalidad, apelando, como es lógico a la rica tradición e historia pero dilucidando los elementos que estructuralmente la hacen un fenómeno distinto, desplazado de vertientes casuísticas, y condicionada por coyunturas y espacios redefinidos epocalmente. Mucho se habla entre posturas y parapetos enfrentados el boom de la música cubana, pero en ambas posturas, la a favor y la en contra, nadie analiza desprejuiciadamente sobre qué valores se construye ese hacer musical. Algúnos limitan la función de nuestra música popular al baile y en los bailadores justifican el éxito o no de las propuestas. Esto es válido, pero en nada puede excluir la posibilidad que tiene la música de contribuir a determinadas claves y coordenadas en que se inserta la cultura cubana. Además, nos encontramos que cada postura apela a un toponimio ambivalente, la salsa puede ser elegante, caballeresca o médica, y en los más de los casos, vulgar, chabacana y hasta misógina. Todo lo anterior está bien aunque es insuficiente. Ahora quisiera detenerme en un fenómeno particularmente novedoso en el espectro musical cubano, fenómeno que marca pautas dentro de un hacer y que se distingue por una certeza comunicativa amparada en sólidos basamentos musicales, conceptuales y populares. A mi modo de ver la orquesta netamente revolucionaria, novedosa y distinta es NG La Banda y todo se lo debe al talento y genio de su director José Luis Cortés. Si desprejuiciadamente analizamos este fenómeno, podemos descubrir paradojas evidentes: por una parte la sofisticada elaboración musical, amparada en una ejecutoria impecable, armonías discretas y detalladas, arreglos espectaculares y una relación entre las partes que no deja fisuras en la proyección de conjunto, eso unido a las letras que no buscan la excelencia literaria y que se poyan en expresiones muy populares, en dichos y dicharachos al uso nacidos de contingencias y choteos diarios. Esta dualidad pone de relieve un ejercicio muy cuidado de selección, recordemos que José Luis Cortés es un graduado de nuestro sistema de enseñanza del arte, academia rigurosa que dota a sus pupilos de una altísima preparación musical y general, sin importarle el origen del artista. Es por eso que se da la incorporación de los valores populares en un hacer “culto”, elaborado y nada empírico. En El Tosco esto es asumido como estrategia fina y cuidada, la improvisación no tiene espacio, solo el que permite la expresividad interpretativa, este juego involucra la proyección grupal, su ejecutoria escénica y hasta “poses” personales. Por otro lado El Tosco evidencia una fractura entre enclaves paradigmáticos de nuestra música popular y apela a elementos de fusión con ánimo renovador. Unido al hablar popular nos anuncia en su hacer fraseos jazzísticos, reminiscencias al blues, rap e incluso, rock. Las tan maltratadas letras no son un sinsentido impostado, son en cambio, el elemento que señala un asidero en la tradición y evidencian la voluntad del Tosco de pertenecer, de ser parte de una historia musical a la que no puede renunciar. La bruja, El baile chino o Échale limón son solo tres de las letras maltratadas. El compás inicial de Échale limón merece un estudio aparte y diferenciado en nuestra historia musical, es un compás lúcido, fuerte y elaborado, que para nada anuncia el texto: “El otro día me encontré por Cayo Hueso…” Aquí está el genio, de las ocho marcas notables del compás caemos en lo popular sin tránsitos abruptos, sin cortes, solo con la ruptura de nuestros pobres esquemas receptivos; La bruja es todo un homenaje a una cultura machista que, sin embargo, no puede vivir sin la mujer, es además, un ejercicio cultísimo pues desde el medioevo en España, que para quienes lo han olvidado es la tierra madre de nuestra lengua, bruja es un apelativo común a un tipo de mujer sensual, alegre, popular. Este tema es todo un ejercicio de juego metafórico donde los elementos culturales del cubano están a relieve, puestos allí sin que nadie deba extrañarse y sí regocijarse con una música genial y un texto revelador. Así lo vemos, el bailador disfruta y el que no baila puede descubrir excelencias musicales unidas a elementos populares.
Publicado en La Gaceta de Cuba (La Habana), año 35, no. 3, mayo-junio de 1997, p. 64.
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