Avatar. 3d. Como no.
Lo de los pitufos lo mencionaba Peter Watts (creo), en una entrada suya referenciada en Prospectiva, cosa que me ha hecho bastante gracia. Por lo demás, no se puede sino coincidir con otras opiniones en que es una película palomitera, con un esquema tan clásiquete que hasta lo adivinaba un chavalín que tenía sentado al lado.
Resonancias con la literatura fantástica y de cf las hay a punta de pala. Rafa Marín, en su blog, nos encuentra un montón y da que pensar sobre lo poquito que ha trabajado el departamento de guionistas de este film. Mas bien, parecen la sección de cocina, de tanto refrito de ideas ya publicadas, aay, pobrecitos, como se habrán estrujado las meninges...
Aquí, lo novedoso -bueno, no tanto, ejem- es la inversión tecnológica y financiera para crear un mundo psicodélico y de colorido alucinógeno. Los que han currado como termitas han sido los operarios tecnológicos, los magos visuales, los digitalizadores monstruo. Estamos abocados culturalmente al escapismo de élite y de altos vuelos y cada vez demandamos simulaciones más completas, con más píxeles y con mejores texturas.
No hay mayor contraste con el orbe supercromático y casi palpable de la pantalla que girarte un momentito y ver los caretos del público con las gafitas puestas. Tiene este universo ficticio que visionas mas atributos de realidad que esa sala llena de entidades sentadas y en comunión momentánea con un lienzo.
Hay en el planeta Pandora más color, luz, movimiento e inmediatez que en cualquier jornada cotidiana que vivamos durante una semana normal. Por eso pagas por verlo (y por si acaso cayera, por fin, Esa Buena Historia que Ansías, pero bueno...) Si nos fijamos, las jornadas laborales -y a veces hasta las familiares, je, je- son filtradas selectivamente por la atención, solo nos interesa lo que se sale de lo normal, por si hiciera falta intervenir.
En Pandora no. En orgías perceptivas como esta procuras abrir todos los orificios sensoriales que posees, para adaptarte a la inmediatez de ese medioambiente lujurioso, tal y como haría un chamán primitivo colocado de peyote hasta las cejas. Te gustaría saltar con esos primos de zumosol de los pitufitos clásicos que son los navy, de rama en rama y sin arrearte ninguna colleja, en vez de patearte anónimamente las aceras de todos los días.
Pero mencionaba anteriormente al chamán, porque el nos lleva ventaja. Cuando se colocaba de ayahuasca o algún otro vegetal poco cartesiano y por la cuenta que le traía, por lo general procuraba volver con alguna directriz sobre los temas que preocupaban a la tribu. Ni podía ni tenía ocasión de copiar al hechicero de la tribu rival.
No como James Cameron, el director del film. Este nos ha plagiado a tantos creadores anteriores de sueños que hasta da un pelín de verguenza ajena. Eso sí, ponerle pintura al paisaje se le da de cine, nunca mejor dicho.
Un saludo cromático pero sin saltitos.