Biografía de Salvador Dalí.
(Figueres, Gerona, 1904 - Púbol, 1989) Pintor español.
Salvador Dalí nació en una madrugada de la
primavera de 1904 en el seno
de una familia burguesa, hijo de un notario bienpensante y de una
sensible dama aficionada a los pájaros. Más tarde escribiría: "A los
tres años quería ser cocinero. A los cinco quería ser Napoleón. Mi
ambición no ha hecho más que crecer y ahora es la de llegar a ser
Salvador Dalí y nada más.
Por otra parte, esto es muy difícil, ya que, a
medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de mí".
Puesto
que la persecución sería incesante y el objetivo no habría de
alcanzarse nunca y, dado que en ningún recodo de su biografía estaba
previsto que hallara el equilibrio y la paz, decidió ser excesivo en
todo, intrepretar numerosos personajes y sublimar su angustia en una
pluralidad de delirios humorísticos y sórdidos. Se definió a sí mismo
como "perverso polimorfo, rezagado y anarquizante", "blando, débil y
repulsivo", aunque para conquistar esta laboriosa imagen publicitaria
antes hubo de salvar algunas pruebas iniciáticas, y si el juego favorito
de su primera infancia era vestir el traje de rey, ya hacia sus diez
años, cuando se pinta como
El niño enfermo, explora las ventajas de aparentar una constitución frágil y nerviosa.
Su precocidad es sorprendente: a los doce años descubre
el estilo de los impresionistas franceses y se hace impresionista, a los
catorce ya ha trabado conocimiento con el arte de
Picasso y se ha hecho
cubista y a los quince se ha convertido en editor de la revista
Studium, donde dibuja brillantes pastiches para la sección titulada "Los grandes maestros de la Pintura".
En
1919 abandona su Cataluña natal y se traslada a Madrid, ingresa en la
Academia de Bellas Artes y se hace amigo del gran poeta granadino
Federico García Lorca y del futuro cineasta surrealista Luis Buñuel, de
quien sin embargo se distanciará irreversiblemente en 1930.
En la
capital adopta un extraordinario atuendo: lleva los cabellos largos, una
corbata desproporcionadamente grande y una capa que arrastra hasta los
pies. A veces luce una camisa azul cielo, adornada con gemelos de
zafiro, se sujeta el pelo con una redecilla y lo lustra con barniz para
óleo. Es difícil que su presencia pase desapercibida.
En
los revueltos y conflictivos meses de 1923 sufre un desafortunado
contratiempo. En la Academia de Bellas Artes a la que está adscrito se
producen manifestaciones en contra de un profesor, y antes de que dé
comienzo el discurso oficial y se desate la violenta polémica, Salvador
abandona la sala. Las autoridades creen que con este gesto ha sido él
quien ha dado la señal de ataque y rebelión y deciden expulsarlo durante
un año. Después, de nuevo en Figueras, los guardias vienen a detenerlo y
pasa una temporada en la cárcel.
A la salida de
prisión recibirá dos alegrías. La primera, una prensa para grabado que
su padre le regala, y la segunda, la visita de su excelente compañero de
la Residencia de Estudiantes de Madrid Federico García Lorca, quien, en
las calurosas noches del verano de Cadaqués,
lee a toda la familia Dalí
sus versos y dramas recién compuestos. Es allí, junto al Mediterráneo,
donde García Lorca redacta la célebre "Oda a Salvador Dalí", publicada
unos años después, en 1929, en la Revista de Occidente. Pronto será
también Luis Buñuel quien llegue a Cadaqués para trabajar con su amigo
Salvador en un guión cinematográfico absolutamente atípico y del que
surgirá una película tan extraña como es
El perro andaluz.
En
1927 Dalí viaja por primera vez a París, pero es al año siguiente
cuando se instala en la capital francesa y se une al grupo surrealista
que lidera el poeta André Breton. Este último terminará expulsándolo del
movimiento algunos años después, en una memorable sesión de
enjuiciamiento a la que Dalí compareció cubierto con una manta y con un
termómetro en la boca, aparentando ficticiamente estar aquejado de
fiebre y convirtiendo así el opresivo juicio en una ridícula farsa.
La
triple acusación a la que tuvo entonces que enfrentarse Dalí fue:
coquetear con los fascismos, hacer gala de un catolicismo delirante y
sentir una pasión desmedida e irrefrenable por el dinero. A esto
precisamente alude el célebre apodo anagramático con que fue motejado
por Breton,
Avida dolars, acusación que lejos de desagradar al
pintor le proporcionaba un secreto e irónico placer. De hecho, después
de conocer a la que sería su musa y compañera durante toda su vida,
Gala, entonces todavía esposa de otro surrealista, el poeta Paul Eluard,
Dalí declaró románticamente: "Amo a Gala más que a mi madre, más que a
mi padre, más que a Picasso y más, incluso, que al dinero."
Salvador
se enamoró de Gala en el verano de 1929 y con ella gozó por primera vez
de las mieles del erotismo. Es la época en que pinta
Adecuación del deseo,
Placeres iluminados y
El gran masturbador,
pintura esta última que fue atacada y desgarrada por el fanático grupo
puritano los Camelots du Roy. Mientras tiene lugar una exposición de sus
obras en la Galería Goemans de París, la joven y apasionada pareja se
refugia y aísla en la Costa Azul, pasando los días y las noches
encerrados en una pequeña habitación de un hotel con los postigos
cerrados.
Enterado el padre de Salvador de la vida disoluta de su hijo por un artículo de Eugenio d'Ors aparecido en
La Gaceta Literaria,
rompe relaciones con su vástago; pero ello no debió afectarlo
demasiado, o quizás sí, puesto que es en esa época en que el artista
realiza lo mejor de su obra, como el célebre cuadro
Persistencia de la memoria
(1931), donde blandos relojes cuelgan de la rama de un árbol, del borde
de un pedestal y sobre una misteriosa forma tendida en la vasta
extensión de la playa.
En 1934 viaja con su ya
inseparable Gala a Estados Unidos, donde desembarca y se presenta ante
los periodistas con un enorme pan cocido por el cocinero del
trasatlántico que les ha transportado. En sus erráticas manifestaciones
no duda en asociar el mito hitleriano con el teléfono y a Lenin con el
béisbol. Son todas bromas absurdas que tratan de quitar hierro a una
situación política amenazante. Dos años después se desata la atroz
guerra civil en España y una de las primeras muestras de la probidad de
los militares insurrectos es el infame asesinato de su amigo Federico
García Lorca, crimen que conmocionó a la opinión pública internacional.
Dalí escribió: "Lorca tenía personalidad para dar y vender, la
suficiente para ser fusilado, antes que cualquier otro, por cualquier
español."
En 1938 conoce por fin, gracias al
escritor vienés Stefan Zweig, a Sigmund Freud, quien había sido el gran
inspirador de la estética surrealista, de la que Dalí no se siente
marginado pese a las bravatas de Breton, sino que por el contrario se
considera el único y más genuino exponente. El padre del psiconálisis
había dado pábulo a la nueva indagación del inconsciente con su libro
La interpretación de los sueños (1900), pero nunca se había tomado demasiado en serio a sus jóvenes admiradores de París.
No
obstante, el 20 de julio de 1938, tras el encuentro, Freud anotó en su
diario: "Hasta entonces me sentía tentado de considerar a los
surrealistas, que aparentemente me han elegido como santo patrón, como
locos integrales (digamos al 95%, como el alcohol puro). Aquel joven
español, con sus espléndidos ojos de fanático e innegable dominio
técnico, me movió a reconsiderar mi opinión". Por su parte, el artista
realizó asombrosos y alucinantes retratos del "santo patrón" de los
surrealistas.
Instalado otra vez en
Nueva York en
1939, Dalí acepta un encargo para decorar unos escaparates comerciales.
El tema que elige es el del Día y la Noche, el primero evocado por un
maniquí que se mete en una bañera peluda y la segunda, por medio de
brasas y paños negros extendidos, pero la dirección modifica el decorado
sin consultar al autor. Dalí, iracundo, vuelca la bañera de astracán
llena de agua y la lanza contra los cristales del escaparate produciendo
un gran estrépito y un notable destrozo.
Pese a que la opinión pública norteamericana le aplaude
el vigor con que ha sabido defender la propiedad intelectual, es juzgado
por los tribunales y condenado a pagar los desperfectos. Tampoco
consigue concluir su siguiente proyecto para decorar un pabellón de la
Feria Internacional de Nueva York, el cual debía llevar el significativo
título de
Sueño de Venus.
A España regresó
en 1948, fijando su residencia de nuevo en Port-Lligat y hallando en el
régimen del general
Franco toda suerte de facilidades. El gobierno
incluso declaró aquel rincón catalán que tanto fascinaba al pintor
"Paraje pintoresco de interés nacional". Para muchos historiadores del
arte lo mejor de su obra ya había sido realizado y, sin embargo, aún le
quedaban cuarenta años de caprichosa producción y de irreductible
endiosamiento y exhibicionismo, con apariciones públicas del estilo de
la que protagonizó en diciembre de 1955, cuando se personó en la
Universidad de la Sorbona de París para dar una conferencia en un Rolls
Royce repleto de coliflores. En vida del artista incluso se fundó un
Museo Dalí en Figueras; ese escenográfico, abigarrado y extraño
monumento a su proverbial egolatría es uno de los museos más visitados
de España.
Durante los años setenta, Dalí, que había
declarado que la pintura era "una fotografía hecha a mano", fue el
avalador del estilo hiperrealista internacional que, saliendo de su
paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación anterior
sobre el ilimitado y equívoco
universo onírico. Pero quien más y quien
menos recuerda mejor que sus cuadros su repulsivo bigote engominado, y
no falta quien afirme haberlo visto en el Liceo, el lujoso teatro de la
ópera de Barcelona, elegantemente ataviado con frac y luciendo en el
bolsillo de la pechera, a guisa de vistoso pañuelo, una fláccida
tortilla a la francesa.
En su testamento, el
controvertido artista legaba gran parte de su patrimonio al Estado
español, provocando de ese modo, incluso después de su muerte, acaecida
en 1989, tras una larga agonía, nuevas y enconadas polémicas. El
novelista Italo Calvino escribió que "nada es más falsificable que el
inconsciente"; acaso esta verdad paradójica y antifreudiana sea la gran
lección del creador del método paranoico-crítico, de ese maestro del
histrionismo y la propaganda, de ese pintor desaforado y perfeccionista,
de ese eximio prestidigitador y extravagante ciudadano que fue Salvador
Dalí. El chiflado prolífico del Ampurdán, la llanura catalana barrida
por el vertiginoso viento del norte que recoge las suaves olas del mar
Mediterráneo en una costa tortuosa y arriscada, descubrió el arte de la
mixtificación y el simulacro, de la mentira, el disimulo y el disfraz
antes incluso de aprender a manejar su lápiz con la exactitud
disparatada y estéril de los sueños.
Su longeva
existencia, tercamente consagrada a torturar la materia y los lienzos
con los frutos más perversos de su feraz imaginación, se mantuvo
igualmente fiel a un paisaje deslumbrante de su infancia: Port-Lligat,
una bahía abrazada de rocas donde el espíritu se remansa, ora para
elevarse hacia los misterios más sublimes, ora para corromperse como las
aguas quietas. Místico y narciso, Salvador Dalí, quizás uno de los
mayores pintores del siglo XX, convirtió la irresponsabilidad
provocativa no en una ética, pero sí en una estética, una lúgubre
estética donde lo bello ya no se concibe sin que contenga el inquietante
fulgor de lo siniestro. Dalí exhibió de forma provocativa todas las
circunstancias íntimas de su vida y su pensamiento.
Fuente:
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dali.htm
Fotografías tomadas de la red.
http://www.poesiagt.com