La telebasura, el consumo vacio de contenidos y su simpleza más banal, son el ejemplo excelente de una televisión que modela a ritmo de torrente a una sociedad a la que pretende idiotizar. Sálvame y sus acólitos, se podría decir que son el mejor ejemplo de este producto nacional. Cuatro horas diarias de programa, porquería en directo repelente e inmunda, pseudoperiodismo vendido como una basura falta de cualquier ética o sentido crítico. Una fauna televisiva como protagonistas de un espectáculo convertido en rito, donde ídolos de barro se fagocitan unos a otros para lograr fama personal. Caricatura de si misma y culmen de lo mediocre, a veces es una mierda festiva tornada en Deluxe, que mi estómago decidido nunca ha logrado digerir. Peleas, insultos y demás chabacanerías dibujan su estética, mientras que sentimientos contradictorios no paran de aplaudir dentro de un circo bochornoso forjado a hierro en nuestra parodiada realidad.
La cultura del esfuerzo, el trabajo y la constancia, están siendo fuertemente devaluadas, provocándose un daño ya imposible de subsanar. Este cáncer se ha instalado entre nosotros, es una enorme vergüenza propia de tiempos olvidados que protegida por su audiencia, rezuma escoria sin el más mínimo pudor. La situación está jodida, y puede ponerse peor; pero hay que navegar en aguas turbulentas, atender al decoro público y forzar la implicación necesaria de un gobierno del que se espera su actuación. Tenemos que conseguir una solución justa y coherente a un problema flagrante, que inoculado en nuestro pueblo, a buen seguro, en corto plazo, no nos permita progresar.
Nota: Los personajes de la película de Tod Browing en 1931, eran personas que padecían algún tipo de deformidad, nada tenían que ver con los monstruos que acabo de narrar.
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