El mercado del petróleo posee una gran importancia no solo por el elevado lucro que produce, sino sobre todo por su relevancia geopolítica y la dependencia que genera. La OPEP, una organización internacional de algunos de los principales países exportadores de petróleo, ha dominado tradicionalmente este mercado y actuado en gran medida como un cartel, fijando precios a su interés en ausencia de competidores externos. Sin embargo, esto ha cambiado en los últimos años, con Rusia y Estados Unidos como principales competidores y la aparición de nuevas formas de extracción de petróleo.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) nace en 1960 en Bagdad con el objetivo de coordinar y unificar las políticas petroleras para estabilizar los precios y eliminar fluctuaciones en el mercado. En esa época, el mercado del petróleo también estaba dominado de forma oligopólica por las denominadas Siete Hermanas, las siete mayores petroleras del mundo —BP, Shell y las filiales de Standard Oil, entre otras—, que en el momento controlaban el 85% del mercado del petróleo. Naturalmente, estas empresas se opusieron a la creación de la OPEP, no solo porque suponía un movimiento contrario a sus intereses y a su control, prácticamente efectivo, sino por un motivo peor: implicaba el control estatal sobre algunas de las zonas con más recursos energéticos del mundo. Ya no serían estas siete empresas las que pudiesen controlar en exclusiva la producción y, por ende, los precios de estas materias.
Aunque en un primer momento solo Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudí y Venezuela formarían parte de esta nueva organización, otros países se unirían a ella en el futuro, hasta llegar a un total de 14 miembros en la actualidad. Si bien no forman parte de ella todos los países que exportan petróleo —incluidos algunos de los principales productores—, más del 80% de las reservas de crudo del mundo residen en países miembros de esta organización, repartidos entre África, América Latina y Asia. Sin embargo, sobre todo en sus primeras décadas, la organización estaba claramente dominada por los países árabes, por lo que la implicación de la OPEP en los sucesos de Oriente Próximo era elevada. Así, la OPEP no solo sería un foro para controlar el precio del petróleo, sino también para alterar ese precio con finalidades políticas: la crisis del petróleo de 1973 se produjo como respuesta de los países árabes a Occidente por su apoyo a Israel en la guerra del Yom Kippur.
Para ampliar: “A Brief History of OPEC”, Summer Said en The Wall Street Journal, 2015
En general, la década de los 70 se caracterizó por unos precios elevados que permitieron el auge de esta organización y que aumentaron su resiliencia para hacer frente a sucesos como la Revolución iraní de 1979. Sin embargo, a partir de la década de los 80 los precios comenzaron a bajar a la vez que la volatilidad del mercado crecía con la inestabilidad por la primera guerra del Golfo. Aunque lejos del control de épocas anteriores, la OPEP sigue manteniendo una firme influencia en el precio del petróleo al someter a las reglas del cartel una gran parte de la producción mundial. Desde su fundación, ha seguido siempre la misma lógica: intentar que todos sus miembros acordasen una cuota de producción para restringir la oferta y así aumentar el precio del mercado. Esto es una estrategia útil y eficaz cuando apenas existe competencia, pero precisamente esta es la novedad y el factor que pone en jaque el dominio de la OPEP en la actualidad.
Una revolución accidental
El nombre de George Mitchell quizás no resulte muy familiar comparado con el de Henry Ford o Thomas Edison, pero su descubrimiento podría equiparar su legado con el de estos dos. El siglo XXI está viviendo el comienzo de la revolución del fracking, una técnica que ha dado lugar a una nueva era de producción energética destinada a cambiar por completo los equilibrios geoestratégicos entre países productores y no productores. Toda revolución necesita un referente, y George Mitchell, hijo de un cabrero griego que emigró a Estados Unidos, lo es en este caso. La técnica descubierta por Mitchell es, hasta la fecha, la innovación energética más grande e importante de este siglo. Sin embargo, el objetivo de Mitchell no era la innovación en las técnicas de extracción de gas y petróleo para revolucionar el mercado, sino algo mucho más mundano: salvar su empresa, Mitchell Energy Co.
En 1997 las reservas de gas de Mitchell Energy estaban a la baja y, con ello, sus acciones en bolsa. A pesar de que Mitchell no había inventado la hidrofracturación, que se llevaba aplicando desde los años 30 en Estados Unidos, no resultaba una técnica tan económicamente viable en comparación con las formas convencionales de extracción de petróleo y gas. Pero de la necesidad se hace la virtud: Mitchell necesitaba extraer el máximo partido a sus pozos para salvar a su empresa y apostó por el fracking para conseguirlo. Uno de sus ingenieros, Nicholas Steinsberg, dio con la clave para el éxito: no era la técnica lo que fallaba, sino que los materiales empleados para ello no eran los más eficaces.
La técnica del fracking, tanto para extraer petróleo como gas, consiste en extraer petróleo contenido en roca de esquisto —shale—. Esta roca no es lo suficientemente permeable para extraer petróleo y gas de ella de forma convencional, sino que es necesario perforar la formación rocosa con agua y otros componentes a alta presión para que los hidrocarburos contenidos en ella fluyan a la superficie. Steinsberg logró dar con el líquido adecuado, una mezcla entre agua, arena y productos químicos, para conseguir extraer grandes cantidades de gas no convencional de los pozos de Mitchell Energy.
Para ampliar: “La revolución del ‘fracking’”, P. A. Merino García en El País, 2013
Las razones por las que este descubrimiento es revolucionario son tanto económicas como geopolíticas. El aumento de la productividad y el rendimiento de los pozos de Mitchell le permitió no solo salvar su empresa, sino venderla por 3.100 millones de dólares. Esto implica que algunos países que poseen enormes reservas de petróleo y gas que hasta hace poco era imposible explotar. El caso de Estados Unidos es excepcional: el segundo país importador de petróleo —solo por debajo de China— podría ser energéticamente independiente para 2025, con lo que no necesitaría importar ni un solo barril de petróleo más del extranjero.
Competidores y rivales
Ni la OPEP está sola en el mundo ni los países que forman parte de ella establecen alianzas o colaboraciones en materia de petróleo únicamente con el resto de miembros. Aunque esta organización pretenda controlar el mercado petrolero a su interés, lo cierto es que no lo tiene tan fácil por la elevada competencia que ha ido surgiendo en las últimas décadas, con países con enormes cantidades de recursos naturales —EE. UU. y Rusia—, otros con abundantes recursos destinados sobre todo al consumo interno —China o Reino Unido— y otros con una posición privilegiada para abastecer mercados exigentes — Noruega—.
Dentro de los 20 países que más petróleo extraen del mundo no se encuentran todos los miembros de la OPEP; son notables las ausencias de Ecuador, Guinea Ecuatorial o Libia. Se trata, de hecho, de una tabla paritaria entre miembros de la OPEP y no miembros. Además, los tres mayores productores que no son miembros de la OPEP —Rusia, EE. UU. y China— obtienen juntos más petróleo que los tres mayores productores de la OPEP —Arabia Saudí, Irak e Irán—, con una diferencia de más de 4.000 barriles al día.
Esto también tiene su reflejo en el origen de las importaciones de los principales mercados de consumo en el mundo. Estados Unidos importa casi el doble de petróleo de países que no forman parte de la OPEP y los dos proveedores principales de países de la Unión Europea son Rusia y Noruega, ambos fuera de esta organización. Sin embargo, en los mercados emergentes la OPEP sigue liderando. En el caso de India, el tercer exportador mundial de petróleo, sus importaciones provienen de Irak, Arabia Saudí e Irán —en ese orden—, mientras que el principal importador de petróleo a China sigue siendo Arabia Saudí. En el caso de España, el país que más petróleo le exporta es México, seguido de Nigeria y Arabia Saudí.
No obstante, lo que realmente inquieta a la OPEP son los países con grandes reservas de roca de esquisto por el hecho de que es un modo de extracción novedoso y aún susceptible de muchas mejoras técnicas y su aprovechamiento en otros lugares del mundo. Actualmente, la mayor parte de la producción se localiza en Norteamérica, en concreto en Estados Unidos y Canadá, y con una tendencia que la misma OPEP pronostica al alza en el futuro —podría aproximarse a los ocho millones de barriles diarios en 2021—. Sin embargo, hay muchas otras regiones en el mundo con grandes reservas de shale que en el futuro podrían revolucionar aún más el mercado, pero cuya producción a corto plazo no supone un peligro; es el caso de Rusia o Argentina, por ejemplo. En cuanto al país eslavo, la revista Forbes llegó a afirmar que el momento en que Rusia comience a explotar estos recursos será el principio del fin de la OPEP y serán Rusia y EE. UU. los que controlen los precios del petróleo. Por su parte, el país sudamericano posee una formación de shale del tamaño de Bélgica, Vaca Muerta, considerada la más importante fuera de Norteamérica.
Para ampliar: “The Geopolitical Advantages That Shale Oil Gives to the U.S.”, John Mauldin en Equities, 2017
En todo caso, actualmente es Estados Unidos el que lleva la ventaja sobre el resto de sus competidores debido a una serie de factores. En primer lugar, al contrario que en Europa y la mayoría de países, el propietario de un terreno en Estados Unidos posee también los minerales que se encuentran en el subsuelo, que no pertenecen a ninguna administración pública. De forma similar, las regulaciones administrativas en Estados Unidos son menores y generalmente permiten con más facilidad este tipo de extracciones. Por el contrario, en Europa ocurre justo al revés, en gran parte por restricciones medioambientales. Otros países, como Argentina o China, no han desarrollado una industria que les permita explotar estos recursos de forma rentable, mientras que las sanciones impuestas por EE. UU. a Rusia impiden a sus empresas energéticas disponer de las técnicas adecuadas para perforar sus rocas de esquisto.
Un futuro complejo e incierto
Nadie en la OPEP ignora las dificultades a las que han de hacer frente en un mercado que, con el avance de las formas no convencionales de extracción de petróleo, cada vez admite más competencia. Sin embargo, aunque el futuro no parece muy alentador y, desde luego, falto de la hegemonía de la que la organización había disfrutado antaño, la OPEP sigue teniendo mucho que decir en el estado de cosas actual del mundo energético. Pese a que a largo plazo la organización precise de una reinvención para no devenir obsoleta, a corto plazo ya se puede contemplar parte de esa estrategia.
Los últimos acuerdos alcanzados en el seno de la OPEP, que no se han limitado únicamente a países de la organización, indican que todo futuro de la organización pasa por Moscú. Rusia es el país que más crudo exporta del mundo —suma casi un 6% de su PIB— y un país donde, en definitiva, el sector energético tiene una enorme importancia geopolítica. No en vano, se acusa al Kremlin de utilizar Rosneft, el gigante petrolero propiedad del Gobierno ruso, como una herramienta de su política exterior. En cualquier caso, Rusia, cuya economía es muy dependiente del sector energético, no ve con buenos ojos un mercado del petróleo donde el precio venga marcado por Estados Unidos, de modo que sus intereses convergen con los de la mayoría de países de la OPEP.
El último acuerdo alcanzado por la OPEP a finales de 2017, relativo a las cuotas de extracción de crudo hasta finales de 2018, no solo incluyó a Nigeria y Libia, en teoría exentos de estos límites, sino también a Rusia, lo cual confirma una alianza que empieza a conocerse como “OPEP+”. Recordemos que la lógica de actuación de la OPEP es acordar una cuota máxima de producción para fijar un precio lo más elevado posible dentro del mercado que satisfaga a los países exportadores. Sin embargo, esto podría conllevar al aumento de la oferta de petróleo por parte de países que no pertenecen a la OPEP y llegar incluso a superar la demanda.
De una forma u otra, la mejor carta que puede jugar la OPEP actualmente es una alianza con Rusia, un país con un gran poder de tracción respecto a otros productores importantes, como China o Kazajistán. El principal exportador de petróleo al gigante asiático es Arabia Saudí, seguida de Rusia, y ha de hacer frente a una demanda interna enorme y al alza, para lo cual le convienen precios estables. Por su parte, China posee enormes cantidades de shale que de momento no puede explotar.
Para ampliar: “OPEC´s Plan for the Future: The Past”, Liam Denning en Bloomberg, 2017
A largo plazo, el futuro de la organización es incierto y sin una estrategia definida para hacer frente al momento en el que países como Argentina, China o México comiencen a sacar partido del petróleo no convencional. En cualquier caso, está íntimamente ligado al estado del petróleo, en concreto del crudo, y todo indica que el futuro a largo plazo de este recurso natural es el extraído por medios no convencionales e incluso su superación por alternativas más ecológicas, para lo cual ya se han dado pasos decisivos, como la Cumbre de París. A lo largo de la Historia, han existido numerosos carteles —como las Siete Hermanas— que en un momento concreto lograron acumular enormes cantidades de poder y beneficios, pero que acabaron perdiéndolo por cambios en el mercado. ¿Será la OPEP un nuevo ejemplo?