Esta semana The Economist publica un artículo titulado “Let’s stick together” (Mantengámonos unidos), que da un perfecto ejemplo de hasta qué punto la U.E. ha llegado al tope record, al máximo posible de ineficacia y desastroso funcionamiento.
El autor del artículo primero desgrana las distintas posiciones y criterios que circulan por Bruselas sobre qué hacer en caso de secesión de parte de uno de sus miembros, al estilo Escocia o Catalunya y finalmente llega a la conclusión que la U.E. ve con muy malos ojos cualquier intento separatista, pero lo que es patético es la que de largo es la principal razón de ese rechazo. No se trata de posturas políticas, ni de respeto a la integridad de los países miembros, ni tan solo de aplicación de los principios de la ONU sobre los derechos de autogestión de los pueblos, o alguna clausula poco conocida de los tratados de la U.E., muchísimo menos criterios legales aplicando normas de derecho comparado al caso de la U.E., nada de todo eso, sino algo muy burrocrático. La secesión de una región, aunque a la larga, o a la corta, pudiese solucionarse, de entrada supondría su exclusión de la U.E., y lo que provoca el pánico y quita el sueño a sus funcionarios son los miles de problemas provocados por dicha exclusión y que se deberían solucionar, desde los ciudadanos de la región separada, que tendrían pasaporte de la U.E., pero dejarían de “disfrutar” de la ciudadanía europea, al cambio profundo en el status de los ciudadanos de otros países de la U.E. residentes y trabajando en la región separada, pasando por la liquidación del saldo de ayudas-aportaciones comunitarias a la región, en especial en casos como Catalunya que es contribuyente neto. Es decir, la U.E. está en contra de cualquier secesión, ¡¡porque no tienen ni puñetera idea de lo que deberían hacer con ella!!. Muy propio de la pandilla de políticos inútiles que maneja el desastre U.E. ¡Sálvese quien pueda!.