Samaranch, en la muerte de un ’superviviente’

Publicado el 21 abril 2010 por Manuelsegura @manuelsegura

Debemos concienciarnos de que en los próximos días escucharemos mil y una invectiva contra el finado. Ya tuvo lo suyo en vida, pero entonces debía admitir con la deportividad de un cargo que tan bien vestía los embates de quienes parecen tener la patente para expedir los carnets de demócrata en este país tan nuestro.

Hoy ha fallecido a los 98 años Juan Antonio Samaranch Torelló, y como lo ha hecho enmedio de un caldo de cultivo profundamente revisionista, es de lógica que lluevan palos sobre su túmulo. Ninguno de esos justicieros le perdonará haber vestido la camisa azul, en una España donde se aclamaba entusiásticamente a un Caudillo, decían entonces los prosélitos, victorioso a sangre y fuego en cruenta Guerra Civil de medio país contra el otro medio. Aunque incorporado en un principio a los republicanos, se pasó al enemigo y desfiló con los vencedores, como lo hicieron otros a los que no se cuestionó tanto y en todo este tiempo su pedigrí demócrata.

Escaló peldaños en un régimen propicio para ello, de adhesiones inquebrantables y de afección al mismo, para culminar en 1973 su carrera política, tras ser delegado nacional de Deportes,  situándose al frente de la poderosa Diputación Provincial de Barcelona. Recobrada la relación con la URSS, fue el primer embajador en Moscú, valiente apuesta para quien pasaba por haber sido en el pasado, y a decir de algunos de sus más recalcitrantes detractores, un arrojado pistolero fascista. Samaranch preparó desde la gélida tierra rusa su desembarco en el COI, a cuya presidencia se aupó en 1980 durante más de dos décadas. A nadie escapa a quien se debe, en buena parte y medida, la designación de Barcelona como sede olímpica en el mítico y lejano 1992.

Sobre Samaranch me quedó siempre una frase profiláctica que leí en una de las innumerables entrevistas periodísticas que le hicieron a lo largo de su dilatada existencia: se decía algo así como que era un señor al que, lo encontraras a la hora que lo hicieras a lo largo del día, siempre te daba la sensación de que acababa de salir de la ducha. Aún a pesar de compartir una espartana disciplina higiénica, confieso que nunca sentí por él una especial querencia. Es por lo que ahora reparo en que quién me iba a decir a mí que hoy, con su cuerpo aún caliente y camino de la capilla ardiente, iba a salir en su defensa. Si es que, acaso, una personalidad como la suya, la necesitara.