En su retiro habría vivido en paz, sino hubiera sido por una mujer casada que se le enamoró (otras versiones dicen que fue la novia abandonada). El santo la rechazó varias veces hasta que la malvada, despiadada, contrató a dos sicarios que le cortaron la cabeza a él y a su compañero. La leyenda abunda en la floritura, diciendo que el santo tomó su cabeza en las manos, la sumergió en la fuente junto a su ermita, bendiciendo sus aguas. Luego caminó hasta el altar donde solía decir misa, puso la cabeza encima, señaló donde habrían de enterrarlo y cayó desplomado.
Las fechas en torno a su “vida” y martirio son lo suficientemente amplias como para dudarlo todo (amén del paseo con la cabeza, claro), pues unas versiones le ponen padeciendo en 666 y otras en 894, más de doscientos años de diferencia. Como fuese, su culto consta desde finales del siglo IX, en torno a su sepulcro y la fuente de aguas bendecidas por el santo eremita. Actualmente se llama St-Clair-sur-Epte. En el siglo XIII se construyó el primer templo de buen tamaño, reconstruida en el siglo XIV por el arzobispo de Rouen, Guillermo II de Flavacourt, para convertirla en iglesia familiar, con derecho a enterramiento en el coro. En el XVIII la iglesia fue embellecida y ampliada. En 1931 fue declarada monumento histórico de Francia. Durante los siglos varios miles de personas peregrinaron a su tumba y su fuente, principalmente buscando la salud de la vista, contándose más de un milagro. Esta devoción que hizo que su fama se extendiera y puedan verse imágenes suyas en otros puntos de Francia. Aparece siempre representado como un santo cefalóforo, con vestiduras sacerdotales. En ocasiones los ojos aparecen desmesuradamente abiertos, recordando su patronato sobre los males de la vista.
Fuentes:
-“Vie de saint Clair, prêtre et martyr. ABBÉ LE GROS. 1883.
-“Dictionnaire hagiographique ou Vies des saints et des bienheureux”. Tomo XLI. París, 1848.