Cuando David tenía casi 100 años peregrinó con sus discípulos a Tierra Santa, pero cuando se aproximaba a Jerusalén y la vio desde una colina, exclamó que no se atrevía pisar el mismo suelo que Nuestro Señor, siendo tan pecador. Permitió que sus monjes visitaran los Santos Lugares, pero él regresó, llevándose una pesada piedra como penitencia. A su muerte, a finales del siglo VI, la piedra fue puesta sobre su sepultura y el contacto con la misma arrancaba estupendos milagros.
A 27 de mayo además se celebra a:
San Julio, soldado mártir.
San Federico de Lieja, obispo.
San Ragnulf, mártir.