Contadas veces algo tan bello llegó a ser tan triste. Allá por el mes de abril nos hacíamos eco de un sobrecogedor reportaje fotográfico sobre el fin de los cines independientes en Estados Unidos. Era la prueba irrefutable del apocaslipsis que actualmente viven las míticas y entrañables salas de cine tal y como en nuestra infancia las recordamos, siendo cada vez más los teatros derruidos, derrumbados, abandonados, que son devorados por las grandes superficies y las multisalas comerciales. Una extinción que nuestro colaborador Enrique Fibla le ha tocado sufrir en carne propia nada más aterrizar en San Francisco. Significa el adiós de un refugio cinéfilo. Cierra el mítico Red Vic Movie House.
San Francisco cuenta con una multitud de cines independientes, que sorprendentemente superan en número a los multicines. De la misma manera en que casi no se ven McDonalds o Burger Kings pero sí muchos restaurantes familiares de hamburguesas, en la ciudad todavía aguanta una red de salas gestionadas por amantes del cine o pequeños grupos empresariales tipo los Verdi o Renoir en España. Está el ya mencionado Castro, el Lumiere, Balboa, 4 Star Cinema, Kabuki Sundance Cinema, Roxie, Clay Cinema y muchos otros que seguro no he descubierto todavía. Pero no es oro todo lo que reluce, ya que la industria ha sufrido un descenso masivo de espectadores (por una vez los exhibidores españoles tienen razón, estamos ante un problema global) y muchos de estos cines se encuentran al borde de la desaparición. Es el caso de Red Vic Cinema, un clásico del barrio Haight-Aschbury que cerró sus puertas el 20 de agosto, después de 31 años de leal servicio.
Esta es la imagen que uno se encuentra cuando accede a la web del Red Vic, triste epílogo para uno de esos lugares especiales. Gestionado por una cooperativa de amigos cinéfilos y muchos voluntarios, el Red Vic ha sido el último cine en echar la persiana, una sombra que se alarga también sobre el Balboa, quien ha rechazado la digitalización de su sala por la incapacidad para hacer frente a los 200,000 dólares que costaría la broma. Como mencionó el organizador de Midnites 4 Maniacs en la presentación de la maratón Edgar Wright; “Básicamente es una sentencia de muerte, así que moved el culo y tal como estáis hoy aquí acudid mañana allí”. Amén.
La importancia de estos cines no se entiende sin explicar la preponderancia que el concepto “barrio” tiene para los habitantes de San Francisco. Cuando uno pasa del Financial District a Chinatown accede a una ciudad dentro de la ciudad, y así sucesivamente con el Castro, Mission, Richmond, Japantown, Nob Hill etc. Cada barrio tiene su cultura y por extensión su cine, muchas veces gestionado por residentes de toda la vida. Su público fiel es por lo tanto el de los alrededores, vecinos que en lugar de coger el coche para ir al multicines caminan unas cuantas calles y se meten a ver “Harold y Maud”, clásico con el que finalizó su programación el Red Vic. Tras la película los miembros del colectivo salieron a dar las gracias por los buenos años, aplaudidos por muchos seguidores fieles.
Cuando el día del cierre definitivo se organizó una despedida con venta de posters, y material cinéfilo, el acto tuvo mucho de agridulce funeral por alguien cercano y querido. Los miembros de la cooperativa recibían el pésame de los vecinos y curiosos, y con la emoción contenida se iban desprendiendo de todos aquellos objetos que habían pertenecido al “difunto”. No pude asistir a la última proyección de la sala, ya que todas las entradas estaban vendidas desde hacía días, pero al acercarme a preguntar tuve la misma sensación que cuando asistí, sin saberlo, a la última sesión de los Casablanca Kaplan en Barcelona. La misma mirada perdida del taquillero y la misma pregunta flotando en el aire; ¿Dónde os habéis ido queridos espectadores? Desgraciadamente las oscuras golondrinas parece que no volverán al Red Vic Cinema House, convertidas ellas mismas en una especie en extinción; el espectador que mueve el culo para ir a la sala de cine.
Cuando el día del cierre definitivo se organizó una despedida con venta de posters, y material cinéfilo, el acto tuvo mucho de agridulce funeral por alguien cercano y querido. Los miembros de la cooperativa recibían el pésame de los vecinos y curiosos, y con la emoción contenida se iban desprendiendo de todos aquellos objetos que habían pertenecido al “difunto”. No pude asistir a la última proyección de la sala, ya que todas las entradas estaban vendidas desde hacía días, pero al acercarme a preguntar tuve la misma sensación que cuando asistí, sin saberlo, a la última sesión de los Casablanca Kaplan en Barcelona. La misma mirada perdida del taquillero y la misma pregunta flotando en el aire; ¿Dónde os habéis ido queridos espectadores? Desgraciadamente las oscuras golondrinas parece que no volverán al Red Vic Cinema House, convertidas ellas mismas en una especie en extinción; el espectador que mueve el culo para ir a la sala de cine.