En 1226 se enfrentó al duque Pedro I de Bretaña, el hombre más influyente de Francia. Este, en su justa defensa del país, se excedió pretendiendo incautarse impuestos y diezmos de título eclesiástico y San Guillaume le reprochó su actitud impositiva contra la Iglesia. La respuesta del duque fue calumniarle en Roma, destituirle y nombrar a un obispo que le servía a sus intereses. Desterrado nuestro santo obispo, se fue a la diócesis de Poitiers, a ayudar al obispo, muy mayor y que necesitaba ayuda. Allí, en solo cuatro años, restauró la catedral, organizó la beneficencia, visitó conventos y hospitales. En 1230 se solución su situación y regresó a Saint-Brieuc, donde fue aclamado por su agradecido pueblo. Emprendió la reconstrucción y ampliación de la catedral que no vio terminada. El 29 de julio de 1234 falleció, sin tener siquiera una sábana limpia para tender su cadáver. Fue enterrado en su catedral, y según su petición, solo bajo una lápida, sin monumento funerario alguno. En 1239, la necesidad de las obras en la catedral hizo obligatorio el traslado de los restos y al elevar las reliquias, se halló el cuerpo incorrupto y emanando un suave olor. Esto, y su vida entregada a la caridad y la justicia, hicieron que le canonizasen en 1247, siendo el primer santo bretón canonizado oficialmente. En el siglo XV una iglesia dedicada a su memoria se levantó en St-Brieuc.
Fuente:
- “Vie des bienheureux et des saints de Bretagne”. P. JOSEPH DE GARABY. Saint-Brieuc, 1839.