Durante muchos años, o mejor hablemos de temporadas, que es fútbol, los madridistas, especialmente, los seguidores de la Selección Española, y buena parte de los aficionados al deporte rey, lo situamos en un lugar privilegiado del santoral balompédico. Lo aclamamos como el Santoy hasta le asignamos algún que otro milagro. Durante muchos años, o temporadas, Casillas fue el mejor portero del mundo, no tenía rival, a considerable distancia del resto. Y eso que le ha tocado convivir con cancerberos de indudable calidad: Buffon, Kahn, Víctor Valdés, Neuer… Durante muchos años, temporadas ya definitivamente, Iker fue algo más que un portero, y junto a Rafael Nadal y Pau Gasol se convirtió en una referencia para los más jóvenes, y en el modelo casi perfecto de deportista. Su beso, arrebatado y espontáneo, en multitudinario directo, a Sara Carbonero, nos humedeció los ojos, tal si contempláramos el desenlace de una de aquellas ligeras comedias de Meg Ryan, cuando marcaba tendencia con sus peinados imposibles. Como se suele decir de los cerdos, de Casillas nos gustaban hasta los andares. Todos, los madridistas especialmente, hemos disfrutado de sus paradas, muchas de ellas geniales, imposibles, irracionales, relevantes y trascendentales por el resultado que depararon, por su espectacularidad, por transmitir ese algo que escapa del orden, de la lógica. Algunos, pocos, penaltis decisivos, la imposible estirada ante el tiro a bocajarro de Perotti o su uno contra uno a Robben, en la final del Mundial de Sudáfrica. Mucho del encanto de Casillas procede de su humilde origen, un chaval de Móstoles que hace las pruebas para el club de sus amores, acompañado de su padre en un modesto utilitario. Pero la leyenda comenzó a forjarse cuando lo sacaron del autobús escolar para incorporarlo a la concentración de un Real Madrid, acuciado por las lesiones, en un partido de Liga de Campeones. Ese juvenil espigado y alto, y algo enclenque, no tardó en despuntar y en convertirse en el portero titular del Madrid, en primer lugar, y de la Selección Española, poco tiempo después. En estos años, Iker Casillas ha jubilado, y aburrido, a unos cuantos porteros. No me cabe duda de que sin la aparición de Casillas, Víctor Valdés habría sido el portero de la Roja durante una década, o más. Años, varias temporadas, de luna de miel permanente, con toda la afición, más allá de la merengue. Recuerdo cuando los cronistas futbolísticos decían aquello de “este Madrid es Van Nystelrooy o Ronaldo o Cristiano y Casillas y nueve más”. Afirmaciones más o menos similares que... sigue leyendo en El Día de Córdoba