San Jorge a día de hoy
Hoy es Sábado y puedo dedicarme a reflexionar sobre el día de San Jorge, Saint George para los que dicen outsourcing en vez de externaliza vía ETT y por supuesto, Sant Jordi para los que en vez de twittear prefieren usar concepto piular. Para ser totalmente honesto, he de reconocer que la idea de este post vino gracias a una de esas conversaciones de máquina de café con mi socio, así que creo que es relevante reconocer su participación este post escrito mientras estoy en la terraza viendo lo bonito que es el barrio del Carmelo, o Carmel para los que no han puesto un pies en el extraradio de Barcelona.
Nos podríamos imaginar a un dragón, un morlaco que puede pesar casi cinco toneladas, que vuela, lanza fuego por la boca sin la necesidad de comer chile y con una dieta basada en las proteínas de la carne. Como viene siendo natural, y como cualquier animal que se precie, buscará su alimento en el lugar que le sea más fácil y le cueste menos esfuerzo, básicamente se centraría en deglutir cualquier bovino, porcino, equino y sucedáneos de los granjeros que viven cerca del castillo.
Obviamente, y a pesar de los estragos que causa en las economías los ganaderos, nadie les hacía ni caso. No eran relevantes, no eran influencers y el pastorear no era lo que es a día de hoy el running, no era trendig topic. Así que tenían que soportar como fuera la presión de tener un depredador de tamaño calibre y muchos optaron por emigrar a países con predadores menos voraces.
El dragón, al ver mermado su fuente de pitanza tuvo que variar su dieta e incluir proteínas de otro tipo de origen, en este caso de humanos. Pero puestos a comer la carne de estos bípedos podía escoger entre los fornidos guerreros o los ligeramente obesos miembros de la realeza y similares. Y del mismo modo que las vetas de grasa dan sabor al jamón, las vetas de la grasa de estos nobles, mejoraba sus carnes de forma notable. Así que en un ejercicio lógico de gastronomía, se fue a por la mejor pieza de todas las disponibles: la princesa. Un ser humano mimado desde recién nacido, alimentado con exquisitos manjares y músculos poco desarrollados, que convertían su carne en tersa y melosa, incluso en periodos cortos de cocción. Ni corto ni perezoso, el dragón se llevo a la princesa para macerarla y luego preparar un exquisito tartar.
En este punto el dragón si fue tema de conversación entre las clases pudientes, ¿como podía haber pasado?, ¿cómo era posible que nadie hubiera tomado cartas en el asunto?, olvidando por completo que esta actitud de buffet libre ya estaba pasando antes, pero que perjudicaba a esa minoría que representa el noventa por ciento de la población pero solo el veinte por ciento de los ingresos.
La red se colapso con mensajes críticos contra el dragón, no era día que no se lanzaran críticas, soflamas, y todo intelectual que se preciara de vivir de la corte -que eran todos menos uno que le llamaban el despistao– redactaron sesudos documentos para justificar la aniquilación del dragón sin más paliativos. Cuenta la leyenda que la página de Facebook superó con creces los doscientos millones de me gusta y en change.org las peticiones para frenar sus fechorías -curioso uso del lenguaje, antes eran irrelevantes y ahora fechorías- se multiplicaban como setas.
En un país vecino, vivía un tal George -lo escribo en inglés porque suena más moderno- que estaba atento a todo lo que ocurría en el mundo. Era dueño de una importante empresa dedicada a la consultoría al por menor, al por mayor, al por lo que le paguen. Como a parte de saber inglés por el mero hecho de nacer en el lugar adecuado, era más listo que los ratones colorados, vio una oportunidad de negocio. Sin miedo, sin dilación se fue directamente a ver al padre de la princesa, que por esas curiosidades de consanguinidad era a la vez el monarca del reino.
La reunión duro varias horas, pero por lo que consta en los contratos que se filtraron -recordemos que se firmó un NDA a pesar de estar afectados bienes públicos- el George se quedaría con la princesa, un treinta por ciento de lo que generara el estado, y la irresponsabilidad de cualquier acción presente, pasada o futura que pudiera cometer su empresa. A cambio, George prometía que el dragón no se comería a la princesa.
Parecía un buen acuerdo, o al menos eso indicaban las caras de ambos personajes. El rey libraba a la princesa de ser comida y George ganaba protección jurídica para su empresa, porque la descendiente le traía bastante al pairo, el era más de caracoles que de ostras.
Con el contrato bajo el brazo y un ejército de abogados, George fue a casa del dragón para convencerle de que no se comiera a la princesa. Y el argumento fue bastante simple, le pidió que se convirtiera en accionista y en influencer de su empresa. A cambio el dragón tendría inmunidad legal en todos los países donde actuaría y podría comer lo que le diera la gana, a excepción de la princesa, que pasaría a formar parte del departamento de gastos de dudosa ética que tenemos que asumir a cambio hacer lo que nos rote.
El dragón, que sería grande, voraz y con una acentuada acidez de estómago, pero que de tonto no tenía ni una escama, aceptó el contrato de inmediato.
Los resultados no se hicieron esperar, el dragón se comió a todos los nobles e intelectuales que en el pasado le criticaron, y por arte de magia, salieron cientos de defensores de este modelo de gestión por el cual no se podían poner límites al mercado, digo a los dragones, y que cualquier intento de restringir su diera era un atentado a las libertades más básicas. Obviamente daba lo mismo si el propio lagarto se comiera las libertades de otro sin contemplaciones, pero que vamos a decir, detalles sin importancia.
A su vez, el dragón en su rol de influencer, estaba al cargo de disuadir a cualquier persona que no aceptara como válida y de derecho natural las acciones de la empresa de George. Esto era claramente un win win para los dos, porque George se ahorraba los billetes de avión -el dragón vuela- y los castos de comida ya que a pesar de que los convenciera, no podía resistirse y se los comía de todas maneras.
Y de esta forma tan sutil, George construyó la empresa más grande e importante e influyente del mundo, y todo porque en un principio nadie quiso escuchar a los que sufrían el abuso del dragón, la ineptitud de la clase dirigente que solo miraba a su ombligo y los intelectuales y personajes de referencia, más preocupados en mantener su cargo que en ejercer la visión crítica que se les supone.
Película: How to Train Your Dragon
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