Al poco tiempo ya él mismo era maestro y ejemplo de otros en la mansedumbre, la piedad y la caridad. Un día se hallaba a la puerta del monasterio con otros monjes que escuchaban sus máximas espirituales y pasó un viejo ermitaño, celoso de la popularidad de Juan y le dijo “¡Bah! conquistando a los otros, y llamando la atención como una ramera pintada". "Sí, sí", dijo Juan, humildemente, "soy demasiado aficionado a llamar la atención". "Una pequeña vasija llena de rencor, ¡eso es lo que eres!" le dijo el ermitaño, sin merecerlo el otro. "¡Ah, amigo” – replicó Juan – “cosas hay peores en esta pequeña jarra. Si pudieras espiar en el interior, lo sabrías".
Era Juan muy puntual con la obediencia, y a sus monjes les instruía en ella. A un discípulo le dijo un día: “toma mi bastón, plántalo y riégalo". Así lo hizo el monje y aunque el agua estaba lejos, no dejó de hacerlo durante dos años. Y he aquí que, al cabo, echó raíces, ramas, flores y bayas. Tomó algunas el santo, las llevó a la iglesia, diciendo a los monjes: "Ved el fruto de la santa obediencia." Un monje le preguntó: "¿Cómo resistir las tentaciones?". "Yo lucho contra ellas", respondió Juan. "Pero a veces son más de lo que uno puede resistir" – insistió el monje. Y Juan le explicó: "Si estoy sentado bajo una palmera y un escorpión o una avispa me asaltan, les golpeo con un palo o con mis manos. Pero cuando son demasiado numerosos para mí me subo al árbol. Así hago con mis tentaciones; cuando tienen más poder yo me refugio en Dios".
Eran los monjes amigos de Paesia, una joven rica que siempre les brindaba hospitalidad cuando algunos iban a la ciudad a vender sus cestas u otros trabajos manuales con lo que sobrevivían. Cayó la chica en ciertos pecados morales y por vergüenza dejó de recibir a los ermitaños. Lo supo Juan el Enano y se fue a la ciudad a verla y aunque los criados se lo impedían, insistió tanto que al final entró a la casa. Dijo a la mujer "¿Crees que Jesucristo te ha abandonado como tú le abandonaste a Él?” Ella lloró y le dijo. “Padre, ¿existe algo que pueda hacer, ofrecer penitencia?" Y se determinó a seguirle. Salieron en secreto, sin decir nada a sus padres ni criados y se fueron al desierto. Juan pensaba que tendría que hacer mucha penitencia la joven, por lo cual al llegar la noche, le hizo una montañita de arena y le dijo: “Paesia, acuéstate aquí, esta es tu almohada. Descansa en el Señor”. Y él mismo se echó un poco más allá. Esa noche soñó que veía un resplandor que caía del cielo sobre la chica, haciéndose más intenso hasta que se volvió cegador. Y oyó una voz que le dijo: "El gran fervor del arrepentimiento de Paesia ha perfeccionado su penitencia en breve". A la mañana siguiente se acercó y comprobó que la chica había fallecido e ido al cielo.
Cuando San Arsenio (19 de julio), un elegante hombre, que había sido tutor de emperadores quiso retirarse al yermo, eligió Scete, un cenobio famoso por su austeridad, de donde era abad Juan el Enano. Este le recibió con desdén, para probarle, y cuando fueron todos los monjes a comer, le arrojó un trozo de pan al suelo y le dijo "Toma y come eso". Arsenio se arrodilló humildemente y comió en el suelo. Al ver la sencillez del aspirante, Juan le aceptó entre los monjes. No se conoce la fecha de la muerte de San Juan el Enano, pero fue al poco tiempo de haber recibido a San Arsenio.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo XIII. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.